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Más que una Gran Muralla

Shanghái o la Ciudad Prohibida invitan a un mundo de cultura y belleza que harán de este un destino increíble.

El Espectador
29 de octubre de 2013 - 12:54 p. m.
Más que una  Gran Muralla

China se oye tan distante que para los viajeros novatos resulta un enigma, un ente extraño del que se cree saber mucho por su influencia económica en el mundo, pero que se desconoce desde adentro. Mao, la Gran Muralla, el arroz, los tumultos y las compras baratas son conceptos asociados a este territorio aún regido por un modelo socialista que se advierte en cualquiera de las rutas que se escojan, excepto si el paradero es Hong Kong.

Antes de empacar la maleta y alistar los yuanes, es indispensable saber que aún en las ciudades grandes, como Pekín y Shanghái, son pocos los que hablan inglés, así que es clave cargar una libreta con palabras y frases escritas en mandarín o cantonés que le ayuden a hacerse entender tanto en un restaurante como al buscar alguna dirección.

En Pekín es una obligación visitar la Ciudad Prohibida. De 8:30 a.m. a 4:30 p.m. se puede explorar el Palacio Imperial, que durante cerca de 500 años fue el hogar de los emperadores, y otros 980 edificios. Al sur se extiende por medio de la puerta Tian’anmen hasta la plaza que lleva el mismo nombre, la más grande del mundo y el símbolo de la nueva China.

La segunda parada en la ruta es Shanghái, meca de los rascacielos, donde Mao Zedong pasaba sus vacaciones de verano. Si bien no se puede perder sus templos, sus museos y el despliegue que hace su malecón conocido como Bund, los jardines Yuyuan acaparan la atención de los turistas, cautivados con los pinos y los ejemplares de la magnolia, la flor de la ciudad.

Una vez se sale de Shanghái, se debe tomar un tren vía Xiamen, subprovincia de Fujian y base para luchar contra los piratas, donde se hace el tercer alto para ir directo, cinco minutos en ferry, a la pequeña isla Gulang Yu. Este refugio es conocido como el “jardín del mar” por sus colinas onduladas, antiguos árboles de ficus, rocas de formas extrañas y hermosas playas de arena fina.

La ruta costera del país oriental termina en Macao, una pequeña región que estuvo mucho tiempo bajo administración portuguesa y en la que el cantonés y el portugués son los idiomas oficiales. La historia de sus fortalezas e iglesias se combina con el disfrute de la vida nocturna que traen las salas de casino (es el único lugar del país donde el juego está legalizado) y los restaurantes en los que los sabores del tamarindo, el coco, los camarones y el chile imperan en los platos.

Por El Espectador

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