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La Paz: hermosa fealdad

En los rincones de esta ciudad boliviana, estigmatizada por su apariencia, se esconde un tesoro cultural, protagonizado por la cerveza artesanal, la gastronomía y el mercado de las brujas.

Iván Hurtado. / Especial para El Espectador
03 de septiembre de 2013 - 01:20 p. m.
En las calles del centro de la ciudad se encuentran artesanías y tejidos a mano con lana de llama y alpaca.  / Fotos: 123.rf
En las calles del centro de la ciudad se encuentran artesanías y tejidos a mano con lana de llama y alpaca. / Fotos: 123.rf

La fealdad a simple vista de La Paz, Bolivia, alerta a cualquier viajero. Una fealdad anunciada por aquellos que ya la han visitado de paso o por quienes han escuchado rumores sobre su apariencia. Así empezó mi experiencia boliviana, con la advertencia desalentadora de un amigo en el aeropuerto El Dorado, cuando ya me encontraba a punto de abordar el avión: “La Paz es fea”. Pero no voy en busca de una belleza deslumbrante, voy a redescubrir una ciudad. Al fin y al cabo, ¿quién soy yo para juzgar, viniendo de Bogotá?

Entonces, me embarqué en mi aventura. Después de más de tres horas de vuelo se observa El Alto, un municipio que ha crecido rápida y desordenadamente por la migración de campesinos buscadores de oportunidades laborales en la vecina La Paz, a la que miran desde lo alto de la montaña. Sede del gobierno, es una suerte de capital no oficial de Bolivia —la oficial es Sucre—, ubicada en el altiplano, una región habitada en su mayoría por el pueblo aborigen aimara.

En tierra firme, se ven por las calles buses azules y amarillos trajinados por el paso del tiempo, mujeres que lavan la ropa en el río, perros callejeros, cholas con tuimas que les alargan las trenzas y emboladores con pasamontañas negros ofreciendo su trabajo. El Paseo del Prado, en el centro, sin ser a primera vista suficiente para contradecir a los malquerientes de la ciudad, brinda una oportunidad de caminar tranquilamente en medio del tráfico y detenerse a comer un helado en tiendas como Dumbo.

A espaldas de este lugar, cerca de la Plaza de San Francisco, se esconden las calles comerciales que contienen el verdadero tesoro boliviano. Artesanías y tejidos a mano con lana de llama y alpaca. Más adelante las tiendas del mercado de las brujas ofrecen amuletos, esencias, inciensos, sortilegios, perfumes, jabones, cerámicas, licor de coca y de maca, sahumerios, ayahuasca y fetos de llama, con letreros que anuncian “ofrendas a la Pachamama para salud, trabajo y amor”.

Un puente y un pasaje peatonal con puestos ambulantes de películas piratas y locales que arrojan cada uno su música a todo volumen permiten a los peatones pasar de la Iglesia de San Francisco a la Plaza Murillo, desde donde se gobierna el país. En torno a la estatua de Pedro Domingo Murillo se encuentran la catedral, el edificio blanco y amarillo de la Asamblea Legislativa Plurinacional y el Palacio de Gobierno, conocido como el Palacio Quemado desde un incendio ocurrido en 1875.

Además de tener fama de ciudad fea, La Paz es poco turística. Así que las multitudes humanas no serán agobiantes en cada uno de los recorridos. El Valle de la Luna, con sus picos arcillosos entre los que se han delimitado dudosos caminos serpenteantes, es una de las atracciones, un paisaje digno de copar la memoria de una cámara digital por su variedad de cactus y el pico afilado que sobresale sobre una colina, conocido como la Muela del Diablo.

A pocos kilómetros, en la región de San Miguel, restaurantes, librerías y cafés se convierten en la mejor opción para salir a cenar como en el centro, en Sopocachi, donde además de las pizzerías se pueden encontrar una que otra chifa y restaurantes de carnes, de comida peruana, francesa, quebequense y, cómo no, boliviana.

La gastronomía local incluye las empanadas típicas de sus vecinos argentinos, chicharrón de cerdo, el chairo, un caldo de carnes y vegetales, o el silpancho, una carne delgada de res o de pollo apanada y frita servida sobre arroz y papas, y cubierta con huevo frito. Cada región tiene su propia cerveza, que puede estar fabricada a base de coca o quinua. Pero las mejores son la Paceña Pico de Oro y la Huari, elaborada en Oruro con fina cebada y agua pura de la vertiente de Huari.

Ambas se pueden encontrar en La Comédie, un famoso restaurante francés que en su fachada tiene una muestra de la obra de Gastón Ugalde, quien ha usado la coca para representar la imagen de Coca-Cola o retratar a personajes como Simón Bolívar, Evo Morales y el Che Guevara.

También la figura del Che se reproduce en las calles de La Paz, cuyo elemento soberano, según el novelista Pico Iyer, es la luz. Una luz que al iluminar lugares como la Plaza Murillo parece dispuesta, a fuerza de su claridad, a contradecir la opinión popular. Pueden decirse muchas cosas sobre La Paz, pero sí, siguiendo a Iyer, aquí la luz es única, es una suerte poder ver a través de ella y descubrir una hermosa fealdad, estigmatizada por muchos pero explorada por pocos.

 

Por Iván Hurtado. / Especial para El Espectador

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