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Recuerdos de Bolívar

Visitar esta ciudad, rodeada de montañas y cálidas aguas, es recordar episodios y personajes históricos de la Independencia.

Sergio Silva Numa
03 de abril de 2013 - 09:27 a. m.
La Hacienda del Salitre fue construida a finales del siglo XVI.   / Fotos: David Campuzano - El Espectador
La Hacienda del Salitre fue construida a finales del siglo XVI. / Fotos: David Campuzano - El Espectador

Ahí, parado, estaba el hombre que había sacudido a América Latina y que inquietaba a tantas mentes en Europa. Estaba —dicen— de frente a los cerros, tratando de comprobar que la suerte, esa estrella propicia que él mismo creía tener en el cielo y que lo había acompañado en batallas, huidas e innumerables traiciones, estaría una vez más de su lado. Por eso, con esa convicción, Simón Bolívar, de espaldas a un pozo de agua, tenía en su mano una moneda para arrojarla al famoso cántaro de los deseos. Atinar sería el mejor vaticinio para ganar o no una batalla decisiva: la Batalla de Boyacá.

El caraqueño había llegado a ese lugar, que hoy sigue en pie, intacto en los linderos de Paipa, el 3 de agosto de 1819, después de escalar inclementes páramos que arrebataron la vida a cientos de soldados, de atravesar ciénagas que amainaron su marcha y de combatir con fiereza y miedo en el Pantano de Vargas, acaso la victoria más importante de la campaña libertadora. Su paso por Alpes, en compañía de su maestro Simón Rodríguez y de pesados fardos, fue, sin saberlo, la mejor preparación para esas agotadoras jornadas andinas.

Tal vez Bolívar consiguió que su moneda cayera a las profundidades del pozo gracias a esa suerte que, tal y como diría años después a Perú de Lacroix mientras narraba el episodio en el que unos extraños hados lo libraron de la muerte en Jamaica, era su principal protectora. Y aunque de ninguna manera se puede tomar como presagio esa leyenda, lo cierto es que tras planear la estrategia para derrotar al ejército español en aquella hacienda, zarpó hacia el Puente de Boyacá. El desenlace es bien conocido.

Esos lejanos recuerdos, que se han hecho más cercanos gracias a escritores como John Lynch o Garhard Masur (aunque haya miles de títulos que cuentan las hazañas del libertador), son los que aparecen cuando se empieza a recorrer la Hacienda del Salitre, la misma en la que se hospedó Bolívar con el general Soublette y con esos 300 hombres que reclutó tras dictar ley marcial.

Hoy, convertida en un hotel de 23 extraordinarias habitaciones, mantiene el estilo con el que la levantaron en el siglo XVI por orden de la Corona española. Ni el paso a los jesuitas, que la transformaron en convento, ni los varios dueños que la compraron con fines ganaderos, ni el descanso de muchos expresidentes que la acogieron como casa de reposo para alejarse de sus extenuantes labores, lograron cambiar su estructura colonial.

El último de ellos en comprobar su encanto fue también, como si la casona estuviera destinada a complacer el ocio de los jefes de tropa, un general: Gustavo Rojas Pinilla. Allí todavía está en pie aquel pozo de los sueños, como también la habitación en que durmió Bolívar y la sala de tertulias en la que, probablemente, planeó su salida hacia el Puente de Boyacá.

A pesar de algunas modificaciones arquitectónicas, es inevitable seguir recordando las anécdotas de aquel hombre que, como diría William Ospina, con su “existencia, breve como un meteoro, había iluminado el cielo de su tierra y lo había llenado no sólo de sobresaltos, sino de sueños prodigiosos. Nunca en la América hispánica se había soñado así”.

Sin embargo, no son sólo las piedras milenarias que forman pisos y paredes, ni los árboles remotos que aún se mantienen en pie, los motivos de esas reminiscencias. Paipa, más allá de su enorme oferta turística, de sus cálidas aguas, inmensas montañas y sabores antiquísimos que reviven el conocimiento de muiscas y campesinos, es una evidencia de la historia. Basta recorrer sus valles y montañas para imaginar la avanzada de soldados por los inhóspitos terrenos que hacían de las batallas, pese al reducido número de combatientes, luchas más feroces y sufridas que las libradas por Napoleón.

Es más, los lugares hasta hacen pensar en el definitivo encuentro de Bolívar con Alejandro de Humboldt, quien le mostraría una América distinta a la de los españoles; una de selvas inacabables y especies voraces. Una en la que todo, absolutamente todo, estaba por descubrir.

* Invitación hecha por el Fondo Nacional de Turismo y Cortupaipa.

Por Sergio Silva Numa

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