Turismo
Publicidad

Villa de Leyva, más allá de un pasado colonial

Además de sus calles e historia, este pueblo tiene la fortuna de contar con asombrosos paisajes: grandes cascadas y un desierto que atraen decenas de visitantes.

Redacción Buen Viaje
19 de febrero de 2013 - 09:42 p. m.
Las cascadas de La Periquera sobrepasan los 20 metros de altura. / Tomada de www.panoramio.com
Las cascadas de La Periquera sobrepasan los 20 metros de altura. / Tomada de www.panoramio.com

Ellos, los descendientes de generaciones que han perdurado por siglos, se ufanan ahora de vivir en el mejor pueblo de Colombia. Lo dicen con convicción, con la certeza de que ese adjetivo —que en este caso es más un sinónimo de belleza— es irrebatible. Pero, ¿cómo contradecirlos? ¿Cómo y con qué argumentos refutar aquel título que no pocos han otorgado a Villa de Leyva?

Para hacerlo habría que ir a ese lugar encerrado entre las montañas que alguna vez vieron pasar cientos de caballos jalonando carruajes españoles. Las casas coloniales y las calles empedradas que a su paso dejaron, ya todo el país las conoce. O, por lo menos, ha oído de ellas o las ha visto en las múltiples series y telenovelas que se popularizaron en la última década y que pretendían, aunque no siempre lo lograron, rescatar personajes y episodios históricos. Así que, si bien nadie duda de lo admirables que son esas antiquísimas construcciones, sería un despropósito volver a esos manidos asuntos y lugares.

Más allá de lo sorprendentes que pueden llegar a ser esas paredes verdes y blancas que han sobrevivido al paso del tiempo, a los grafitis que se han impuesto en muros de otras zonas y a los repelentes avisos de neón con los que otros pueblos similares han decidido trasgredir su estética, Villa de Leyva tiene un extraño encanto natural: magníficas cascadas de aguas diáfanas atravesadas por enormes piedras, pozos cristalinos en medio de la aridez del desierto, amplias estepas con fósiles de otros tiempos y angostos caminos entre inmensos árboles y profundos precipicios.

Ese ambiente, que se repite a lo largo de muchas de las sinuosas carreteras de Boyacá —acaso uno de los departamentos más bellos de Colombia—, es excepcional. Y lo es porque las solemnes caídas de agua y los imponentes árboles no transmiten otra cosa que placidez. Para contagiarse de ella basta ir a La Periquera, que desde hace un buen tiempo se convirtió en el hogar de cientos de viajeros citadinos que, seguramente, al dormir en sus carpas quedaron pasmados con la aguda voz de los grillos y la incesante luz de miles de estrellas. Al verlas, ciertos sentidos parecieran recobrar una sensibilidad que el frío no logra atormentar pese a su fuerza y a sus bríos.

Las mañanas son frescas y tranquilas. Quizás fueron las que más sedujeron a los colonos ibéricos que en el siglo XVI empezaron a desplazar a incautos indígenas. Hoy, como en aquel entonces, resulta sencillo aventurarse por los caminos que surcaron sobre vigorosas bestias. En ellas se puede andar por el borde de ese pálido desierto para luego rozar los linderos de una finca que esconde grandes rocas fálicas de culturas y épocas antiguas. Y como si la necesidad de rememorar tiempos pasados se hubiera convertido en un hábito, no pocas casas han transformado sus alcobas en albergue de cráneos de raras y desconocidas especies, o en hogar de viejos instrumentos patrios.

Todo sabe a historia. Todo, hasta el vino de las uvas de esas tierras tiene un aroma a pasado. Tal vez nadie podría dar un paso por las angostas calles sin quedar encantado, deslumbrado y repetir, como muchos no se han cansado de hacerlo, que esa villa es superior a casi todos los pueblos colombianos.

Por Redacción Buen Viaje

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar