Miguel Caballero, el sastre de la ropa blindada

El diseño de modas y la tecnología se unieron hace 25 años para salvar vidas. Desde entonces, esta fábrica colombiana se ha dedicado a confeccionar chaquetas, vestidos, maletines, guayaberas y hasta calzoncillos capaces de detener balas.

Esteban Dávila Náder
24 de enero de 2017 - 11:37 p. m.
Todas las prendas blindadas de Miguel Caballero son hechas a mano. / Gustavo Torrijos
Todas las prendas blindadas de Miguel Caballero son hechas a mano. / Gustavo Torrijos

Miguel Caballero saca una Smith & Wesson calibre 38 y le introduce la bala que yo mismo escogí. Apunta el arma a menos de medio metro de mi estómago y comienza a contar hasta tres. Tomo una gran bocanada de aire y el silencio en la fábrica, casi ceremonial, se rompe con una explosión seca. El proyectil habría podido atravesarme, pero una chaqueta de cuero italiano blindada redujo el daño del impacto, apenas comparable con un puñetazo muy fuerte, a un simple moretón.

Entonces los 235 empleados aplauden, como ya lo han hecho con las cerca de 700 personas que se han dejado disparar por el gerente de la compañía a lo largo de 23 años. Es su forma de demostrar la calidad de las prendas que confecciona.

Todo comenzó en 1965, cuando Stephanie Kwolek, una química polaco-estadounidense, inventó el poliparafenileno tereftalamida o Kevlar, un polímero que puede ser cinco veces más resistente que el acero, dándoleo un vuelco a una industria dedicada a salvar vidas, la del blindaje, con la creación del chaleco antibalas.

A partir de ese momento, este particular sector se ha visto obligado a evolucionar a un ritmo acelerado para responder a desafíos como la falta de discreción y la incomodidad, que terminaban incidiendo en que militares, políticos y algunas personalidades optaran por no usar algún tipo de protección contra el plomo.

Ser testigo de este escenario cuando la violencia era más cruda en Colombia motivó a Miguel  Caballero a inventar la primera prenda blindada del mundo: una chaqueta de 7,2 kilos, peso que fue reduciendo con los años hasta lograr llegar a los 700 gramos, después de horas de  investigación y una considerable inversión en tecnología.

Para lograrlo fue necesario olvidarse por completo del tradicional Kevlar y empezar a usar paneles balísticos tejidos, que absorben las balas, uniendo capas de hidrógeno mediante un compuesto de nailon y poliéster que retiene la energía del disparo y se cierra automáticamente tan pronto recibe el impacto.

Un desarrollo flexible y versátil que transformó los engorrosos chalecos en prendas discretas, cómodas, seguras y a la moda. Aunque se trata de un gran avance, no es el único que ha tenido que hacer la industria. Era necesario seguir trabajando en innovaciones que combatieran el ritmo al que también evolucionaba el sector armamentista, especialmente con tres tipos de amenazas: balas, cuchillos y armas eléctricas. Para estas últimas ya existen telas fabricadas en fibra de carbono que hacen que la electricidad fluya en la ropa y no en el cuerpo.

Y, como si fuera poco, se confeccionan prendas capaces de proteger a una persona contra esas tres armas, teniendo en cuenta su estilo de vida y necesidades. “No es lo mismo una chaqueta para un político que para un militar o un escolta”, explica Caballero. Sin embargo aclara que “hoy al VIP se le entrega una prenda de 900 gramos y al policía una de 2 kilos, pero ambas con el mismo nivel de protección”. La diferencia está en el peso, la termorregulación y el diseño.

Se trata de una industria capaz de superar cualquier límite para salvar vidas. Una misión que  convenció a Caballero de que “literalmente cualquier cosa se puede blindar ”, y eso se puede comprobar en el día a día de esta fábrica colombiana que lleva su nombre y que a la fecha ha producido biblias, maletines, portafolios, batas, túnicas, kimonos, vestidos, chaquetas, camisas, guayaberas, cobijas, helicópteros, lanchas, vidrios, trajes, botas para desactivar minas antipersona, corbatas y hasta calzoncillos antibalas.

Por Esteban Dávila Náder

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