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La noche en el desierto hacía estragos, no sólo en su piel o su ajado calzado, sino ya en su memoria y la forma de relacionar sus propias ideas. Se había reducido, a estas alturas de la noche, a lo básico, a agarrar con la mano que le sobraba sus hábitos para protegerse del incesante frío que aquejaba sus entrañas, e intentando a punta de oraciones a medio decir disminuir el dolor que con cada paso le hacía recordar su edad y que ya no estaba para semejantes tareas. El horizonte parecía desvanecerse, diluyéndose lentamente entre tanto mugre que entraba por minuto a sus ojos. Hacía aproximadamente tres horas que no compartía palabra con sus compañeros, pero a él se le hacían dos días. “Mejor”, pensó, porque su líder, el que lo guiaba a él y al grupo, a veces se pasaba de mandón. No era fácil para él seguir órdenes, y mucho menos cuando pocas de ellas eran claras: encontrar un lugar específico nunca había sido su fuerte, siempre dejándoselo al líder del grupo o al hombre que iba delante de él; y aunque de niño siempre le recomendaron seguir las estrellas para ubicarse, el cansancio del día hacía que los astros parecieran apenas pequeñas luces borrosas en el firmamento, y tampoco fuera que pudiera mirarlas tanto tiempo, pues se le ensuciaban de arena los ojos si lo hacía; así que llevaría unas horas mirando únicamente al suelo y a sus pies, llenos de ampollas, avanzar. El silencio le aturdía, y lo ahogaba entre sus propios pensamientos mientras que como un fantasma caminaba automáticamente en medio de la nada.
Pudo quedarse en casa. Hacía meses no sentía el olor de una carne de vaca cocinada por su esposa o la manera como su niña le pedía apenas llegara la tarde, en un tono agudísimo pero adorable, que le acompañara a la plaza central a buscar a sus amigos para jugar con ellos. Ya era costumbre en él ir de un lugar a otro, pero esta vez no le traía nada de beneficio ir tan lejos de su hogar, y mucho menos en esta época del año. Se lanzó al vacío al oír una oferta de sus amigos, más de fe y de redención de sus errores que de beneficio alguno, y se preguntó si valía la pena, ahora muriendo como nómada en medio de la nada. ¿Estaba perdido? ¿Qué haría al regresar? ¿Valía la pena regresar vivo? ¿Quién lo recordaría si quedase perdido? ¿Tendría a sus amigos en igual estima si este viaje terminaba en vano? ¿Encontraría agua? ¿A qué horas terminaría la noche, si no es que acababa de comenzar?
—Dicen que es acá —habló el líder, interrumpiendo sus pensamientos.
Miró al frente, intentando no distraerse por el súbito mareo que le producía levantar la cabeza por primera vez en horas. Vio unos seis palos y un montón de paja, y lo que parecía la silueta de algún animal. Su líder se encontraba detrás de uno de los palos, con una mano en la cintura y la otra cubriendo su boca.
—Tienes que estar bromeando —le respondió, molesto.
—¿Dicen? —dijo el hombre que estaba atrás de él, riendo sarcásticamente—. Ya comenzaste a alucinar. Quizás deberíamos dormir un rato.
—No, es acá. Quizás tengas que avanzar un poco para verlo, pero sé que es acá —dijo el líder.
Avanzó esperando ver algo que en verdad hiciera que dejara de arrepentirse por todo lo que había pasado hasta ahora. Algún tipo de razón o respuesta que hiciera que encontrara sentido en un galimatías de decisiones hasta ahora erróneas que lo habían llevado, literalmente, a ningún lado. Afortunadamente las encontró en lo que vio frente a él.
—¿Ahora sí crees que valió la pena, Melchor? —dijo su líder, en molesto tono de predicador.
—Siempre la valió.
—No era lo que decías hace medio día.
—No es el momento para discutir de ayeres, Gaspar —dijo, sonriendo por primera vez.
Tres personas se encontraban dormidas en el lugar. Un hombre acobijando con sus brazos a una joven mujer, que en sus brazos sostenía un niño; los tres iluminados por alguna luz que entraba del techo de paja, pero que no parecía provenir de ninguna estrella en específico. Encontró la paz, por primera vez en quizás un año de viaje, y se dispuso a buscar su bolsa, rogando a Dios que la mirra no se le hubiera caído en alguna parte del desierto.