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Hoy la electricidad está acabando con nuestro sueño. El excesivo uso que le hemos dado a la energía y de la luz desde finales del siglo XIX, ha ido modificando poco a poco nuestros ciclos de descanso. Ahora la humanidad, en parte gracias al abuso de la tecnología, vive en una epidemia de “insuficiencia de sueño”.
Ese es el término con el que el Centro Estadounidense para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) ha definido ese problema que tiene origen en los cambios de los ciclos fisiológicos que están determinados por la luz y la oscuridad. De hecho, esa excesiva exposición a la luz eléctrica en horarios nocturnos puede tener conexiones biológicas con enfermedades como la obesidad, el cáncer y la depresión.
¿Por qué? Estar expuesto a patrones regulares de luz y oscuridad, normaliza nuestro ritmo circadiano, ese al que popularmente se le conoce como reloj interno y que, sin ningún estímulo inhabitual, suele cumplir su ciclo en un periodo de 24 horas. Levantarnos, tener hambre, sentir ganas de realizar ciertas actividades y regular la temperatura de nuestros cuerpos, hacen parte de este proceso que se ha desarrollado a lo largo de tres mil millones de años y que hace parte de nuestra constitución genética.
Pero hoy, al estar rodeados de televisores, celulares inteligentes y tabletas, ese ritmo se ha desordenado. Hace tan solo un mes un estudio publicado en el BMJ Open le daba la razón a lo que varios científicos venían advirtiendo desde hace algunos años: que la calidad del sueño empeora cuando alguien emplea demasiado tiempo frente a una pantalla luminosa antes de ir a la cama. Tras analizar los patrones de sueño de 10.000 jóvenes de 16 a 19 años investigadores noruegos llegaron a la conclusión de que esas herramientas estaban afectando aquellos ciclos de descanso.
Un resultado similar obtuvo el Departamento de Medicina de la Universidad de Harvard que aseguró hace un par de meses que quienes leen un libro electrónico en las noches pueden tardar diez minutos más en conciliar el sueño que quienes lo hacen en un libro de papel. Además, a la mañana siguiente tardan más horas en despertar por completo, no alcanzan el mismo nivel de alerta y tienen menos lucidez. Su investigación fue publicada en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (PNAS).
“La evidencia existente muestra que mientras más tiempo tienen los niños una pantalla, más probabilidades hay de que experimentan dificultades de atención, ansiedad, depresión y patrones de sueño de los pobres. Es un llamado a la moderación”, le había dicho entonces al periódico británico The Independent Eustace de Sousa, experta inglesa en infancia, jóvenes y salud pública.
En términos técnicos, lo que sucede en las noches, con la oscuridad, es que nuestro metabolismo se ralentiza, baja nuestra temperatura corporal y aumentan los niveles de melatonina que varían de acuerdo a los cambios en la iluminación ambiental. Eso, en términos muy resumidos.
Pero desde finales del siglo XIX y principios del XX, cuando las personas solían dormir alrededor de ocho o nueve horas, esos procesos se han ido desordenando paulatinamente a medida que la luz le ha ido ganando terreno a la oscuridad. Y, de acuerdo a los investigadores, si a ello se le añade el hecho de que la luz azul que emiten estos dispositivos electrónicos resulta ser más perjudicial en horas de la noche, el panorama en futuro próximo no parece nada alentador.
Por Redacción Vivir
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