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Bengasi y El Cairo: ataques polarizados

El periodista que estuvo en la guerra de Libia analiza las fuerzas involucradas en los ataques contra misiones de EE.UU. en Libia y Egipto.

Jon Lee Anderson / Especial para el Espectador
14 de septiembre de 2012 - 03:15 a. m.
Manifestantes egipcios bajan la bandera de EE.UU. en la embajada norteamericana en El Cairo.  / AFP
Manifestantes egipcios bajan la bandera de EE.UU. en la embajada norteamericana en El Cairo. / AFP

La emboscada y el asesinato, la noche del martes, del embajador de EE.UU. en Libia, Chris Stevens, y de otros tres estadounidenses, después del ataque de una turba violenta contra el consulado de ese país en la ciudad oriental de Bengasi, es el peor de una larga serie de inquietantes episodios que han tenido lugar en Libia este año después del derrocamiento de Gadafi por parte de los rebeldes apoyados por la OTAN. Casi al mismo tiempo, las multitudes asaltaron la Embajada de EE.UU. en El Cairo —Egipto, el país vecino—, sin pérdida de vidas, afortunadamente.

La última vez que un embajador estadounidense fue asesinado en el ejercicio de sus funciones fue en Afganistán, en febrero de 1970, cuando Adolph Dubs fue tomado como rehén y muerto de un disparo en Kabul, durante la violencia que siguió al golpe respaldado por los soviéticos y que derivó en la invasión rusa a ese país a finales de ese año. Estos nuevos ataques a delegaciones diplomáticas reflejan la continua incertidumbre que envuelve la relación de Estados Unidos con la región, como resultado de haber desatado fuerzas volátiles en la llamada Primavera Árabe, que se inició a principios del año pasado. En el continuo pulso de esa guerra entre grupos rivales, no todos amistosos a Estados Unidos, por el poder político, bien podría haber más sorpresas desagradables por venir.

La reciente elección de un gobierno de transición en Libia mostró a políticos moderados de una variedad favorecida por Occidente arrasando en las urnas, pero islamistas, quienes salieron de su escondite durante la revolución, permanecen como una fuerza potente en el país; algunos de ellos consideran a Estados Unidos como su enemigo final. Durante la década pasada se desarrolló una cooperación clandestina entre las agencias de inteligencia de EE.UU., el Reino Unido y las propias agencias de espionaje de Gadafi con el fin de perseguir extremistas islámicos. Un número de libios, quienes están ahora en posiciones de poder e influencia, fueron obligados a rendirse a Occidente, torturados y detenidos en sus casas. Algunos de estos individuos podrían todavía estar buscando su venganza por las pasadas humillaciones.

Más preocupante, el imperio de la ley no ha sido establecido todavía en Libia; hay decenas, si no cientos, de milicianos fuertemente armados, muchos de los cuales han llevado a cabo violentos ataques contra sus rivales en los últimos meses, y algunos de los cuales mantienen sus propias prisiones clandestinas, donde torturan y ejecutan a sus prisioneros. Un cohete fue lanzado contra un convoy diplomático de la embajada británica en Bengasi, en junio. En ese incidente, nadie resultó herido, pero podría haber sido una advertencia de cosas por venir. En una serie de continuos asaltos, los extremistas salafistas han arrasado con históricos santuarios sufís en todo el país con el argumento de que eran idólatras. No ha habido castigo para estos actos de vandalismo santo. En las batallas tribales y en muchos otros enfrentamientos en Libia, en los cuales mucha gente ha perdido la vida —y cientos han muerto a raíz de la caída de Gadafi—, en todo caso, no ha habido juicios, ni públicos, ni justos.

El ataque en El Cairo fue profundamente problemático, pero en buena parte fue un asalto simbólico, en el cual una negra bandera islámica, del estilo de Al Qaeda, fue izada en el techo de la embajada en reemplazo de la americana, revelando cuán fluidas siguen siendo las cosas en Egipto. En la revolución egipcia del tira y afloja, el presidente Mohammed Morsi, miembro de la anteriormente prohibida organización de Los Hermanos Musulmanes, está en oficio un año y medio después de que el aliado de los americanos, Hosni Mubarak, fuera destituido por los generales del Ejército, quienes deseaban aplacar a las muchedumbres de la Plaza Tahrir.

Morsi ha tratado de conseguir independencia y mantener un cuidadoso equilibrio entre su electorado local y sus más poderosos aliados internacionales —EE.UU.—, pero hay claramente muchas fuerzas diversas que funcionan en Egipto, muchas de manera encubierta, deseando utilizar las múltiples fuerzas en juego y, dependiendo de sus metas, redireccionar la revolución de acuerdo con sus intereses —alterarla, aplacarla o radicalizarla—. A veces, ciertamente, eso incluye el uso de la violencia.

Hace un año, fue la embajada israelí en El Cairo la que era atacada. Se dijo que los asaltantes habían sobrepasado a las fuerzas de seguridad egipcias destinadas a protegerla, pero la evidencia sugirió que también pudo haber una falta de celo de parte de las autoridades egipcias. En esta ocasión, ¿el ataque a la embajada norteamericana en El Cairo fue un acontecimiento enteramente espontáneo o previsto? Puede haber elementos de ambos, aunque mucho sigue sin aclararse por el momento.

No es la primera vez que la violencia de una multitud —a veces la más rápida forma de expresión disponible en escenarios políticos represivos— envuelve a Oriente Medio, o que las embajadas americanas han estado en la mira. En algunos países —Pakistán, Irán, Arabia Saudí y Líbano vienen a la mente— la tendencia es tan común que parece algo así como un pasatiempo periódico. A menudo, esos ataques están vinculados a las agencias de seguridad de los países, las cuales, si no están directamente implicadas, han permitidos que los ataques ocurran como una forma de mostrar su inconformidad con su ‘gran hermano’, EE.UU., por un lado, y a la población inquieta, por el otro. A veces, como en el caso de la caricatura del profeta Mohammed hace pocos años, otro país de Occidente —en ese caso Dinamarca— se convierte en el objetivo de la furias religiosas de inspiración islamista. El pasado diciembre, la embajada británica en Irán fue invadida, en una acción que claramente tuvo respaldo oficial (así como cuando la embajada estadounidense fue asaltada con respaldo oficial y sus diplomáticos fueron tomados como rehenes en 1979, al inicio de la revolución islámica de Irán).

Pero en el panteón de las legaciones para atacar no hay como la embajada americana. Esta vez, el escándalo público en Egipto y Libia fue supuestamente provocado por una película antimusulmana subida a internet. También coincidió con el undécimo aniversario de los ataques del 11 de septiembre de 2001, realizados por Al Qaeda en Estados Unidos. Esa coincidencia, y el hecho de que los ataques al convoy del embajador Stevens fueran ejecutados por asaltantes que disparaban metralletas y misiles antitanque, sugieren que esa violencia no fue, quizás, del tipo espontáneo propio de una multitud religiosa indignada que se descarga.

En medio de la confusión, la embajada en El Cairo emitió una primera declaración —antes del ataque— condenando la película, y luego deploró el ataque contra su consulado. Hillary Clinton dijo que la ofensa religiosa no puede ser una excusa para la violencia. Poco después se reportó que un oficial consular estadounidense había sido asesinado. En vez de adoptar un tono cuasi presidencial de indignación y pésame durante una crisis internacional de esas en las que, presumiblemente, los más importantes rivales políticos norteamericanos cierran filas, el aspirante republicano Mitt Romney eligió explotar el incidente atacando a Barack Obama por el presunto tenor “vergonzoso” de las condolencias expresadas por su administración. El sobreentendido en código de tales acusaciones, por supuesto, es que Obama es de algún modo desleal, no un norteamericano real —apostando a esos que nunca dejaron de sospechar que Obama es musulmán—. Que algún norteamericano crea ese sinsentido es una triste evidencia de que vivimos en tiempos profundamente polarizados, no sólo en el mundo, sino también en casa.

Se expande la ira de los musulmanes

Arrestos en Libia

Sigue la tensión por la muerte del embajador estadounidense en Libia. El viceministro de Interior para Oriente de Libia, Wanis al Sharf, aseguró  que las autoridades han detenido a “algunas personas sospechosas de estar vinculadas con la agresión”.

Un muerto en Yemen

Centenares de manifestantes irrumpieron ayer en la Embajada de EE.UU. en Saná, en protesta contra el vídeo que caricaturiza al  profeta Mahoma. Derribaron la puerta principal del complejo, donde está la residencia del embajador. Cuatro muertos y 20 heridos dejaron los choques con la policía yemení.

Caos en Egipto

Al menos 224 personas resultaron heridas en los enfrentamientos entre policías y manifestantes, que se lanzan piedras, cócteles molotov y gases lacrimógenos, en las inmediaciones de la embajada de EE.UU. en el centro de El Cairo.

Protesta en Irak

Cientos de manifestantes gritaron consignas hostiles a EE.UU. e Israel en  Najaf, uno sitio sagrado chiita en donde se encuentra el mausoleo de Alí, figura central de esa corriente religiosa. Pidieron al embajador de EEUU. en Irak explicaciones sobre el origen de la  película “La inocencia de los musulmanes”.

Indignación en Líbano

Al menos 200 personas se congregaron en la plaza Al Nur de Tripolí, la capital libanesa,  coreando “Dios es grande” e izando pancartas y banderas negras con el lema “No hay mas dios que Dios y Mahoma es su profeta”. Llamaron para hoy a una nueva protesta y algunos pidieron la expulsión del embajador de los EE.UU.

Por Jon Lee Anderson / Especial para el Espectador

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