Publicidad

Bolívar llora en el salón Libertador de la OEA

Crónica del trasfondo de la sesión de denuncia que hizo el Gobierno colombiano contra el de Venezuela por la presencia de las Farc en su territorio, el jueves pasado ante la Organización de Estados Americanos (OEA).

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Daniel Pacheco - Washington / Especial para El Espectador
25 de julio de 2010 - 02:59 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

En el salón ‘Libertador Simón Bolívar’, donde se reunieron el jueves los embajadores de la OEA para oír las denuncias de Colombia sobre campamentos de las Farc y el Eln en Venezuela, hay un solo cuadro de dos metros de ancho y uno de alto de Simón Bolívar sentado cómodamente sobre unas piedras. En el fondo se dibuja un bello atardecer andino entre montañas rocosas y escarpadas, iluminado por rojos y amarillos claros, casi púrpuras, atravesado por rayos de sol. Es poco común ver a nuestro torturado héroe en una posición tan cómoda. Al pintarlo en 1940, Miguel Ángel de León tuvo al menos la consideración de sentarlo con las piernas abiertas y relajadas, y darle un semblante como cuando sopla un viento refrescante.

Después de pasar más de cuatro horas escuchando los soliloquios de los embajadores Luis Alfonso Hoyos de Colombia y Roy Cháderton de Venezuela —y las palabras tibias y previsibles de las demás misiones— es un alivio mirar hacia arriba y ver al Libertador sentado.

A las 10:08, en la sala rectangular de techo alto, el único embajador en su puesto es Hoyos. Dos carpetas blancas y gruesas reposan al lado del micrófono. Abogado nacido en Pensilvania (Caldas), es hombre de confianza del presidente Álvaro Uribe. Fue por siete años el director de Acción Social y de su físico sobresalen sus ojos verdes grisosos, ese día muy bien combinados con una corbata verde pastel. Se jugaba su primera gran faena en la OEA, ante el viejo lobo de la diplomacia venezolana Roy Cháderton, ex canciller de su país, ex embajador en Bogotá y en Washington, y ahora jefe diplomático ante la OEA.  

A pesar de su adversario, los movimientos de Hoyos eran seguros. Estaba tranquilo, sentado en la silla giratoria de cuero negro dispuesta para los embajadores. De vez en cuando se volvía hacia las sillas de atrás, donde se sientan los miembros de la misión, e intercambiaba palabras con Carlos Iván Plazas, el segundo a bordo. Lo peor había sido superado el miércoles, después de la renuncia del embajador ecuatoriano Francisco Proaño, quien presidía el Consejo Permanente y dejó su puesto en oposición al boicot venezolano a la sesión. En lugar de Proaño, llegó El Salvador a presidir el Consejo y le dio vía libre a la cita.

Hoyos tenía la mitad de la partida ya ganada al haber logrado que se aprobara la sesión extraordinaria, una instancia diseñada para discutir casos excepcionales, a pesar de no haber nada realmente excepcional acerca de las denuncias sobre la presencia de jefes de las guerrillas colombianas en Venezuela.

A las 10:22 llegó Carolina Barco, la embajadora de Colombia en Washington. Saluda de mano a toda la misión y le da un beso seco a Hoyos. Los dos permanecen de pie y se hablan al oído. Barco, de labios delgados y pelo corto, casi ni mueve la boca al hablar. Años de experiencia diplomática, parece. 17 minutos después, Luis Alfonso Hoyos toma la palabra.

Déjeme esa foto ahí

“Cien años de soledad son muchos, y Colombia quiere otra oportunidad sobre la tierra”, dice el embajador colombiano, refiriéndose a los años de violencia que el país ha padecido y que ahora, gracias a las políticas del Gobierno, se están superando. Es el comienzo de una sesión donde se va a llevar a cabo uno de los asesinatos públicos más lentos, premeditados y dolorosos de la literatura de Gabriel García Márquez. 

Con la elegancia acostumbrada de la diplomacia uribista, Hoyos empieza mostrando unas fotos de cuerpos desmembrados —un brazo por aquí, una charco de sangre por allá—, tomadas en la escena de la masacre de miembros de la Fuerza Pública en Tibú, el día de las elecciones presidenciales. Frente a cada embajador hay un monitor y dos grandes televisores muestran a la prensa presente y demás asistentes el power point que va pasando. La acusación: “Estos ataques de la guerrilla fueron perpetrados por hombres que cruzaron la frontera desde Venezuela”.

A las 11:04, cuando Hoyos aún repasa el libreto de los logros de la política de seguridad democrática —que luego dirá están “amenazados” por la presencia de la guerrilla en Venezuela—, la representante de Santa Lucía cierra los ojos y empieza a cabecear. Abre los ojos un momento cuando Hoyos interrumpe su candente y acentuado discurso para decir: “Déjeme esa foto ahí”, pero los vuelve a cerrar al ver que estamos todavía en la fase de los cuerpos.

Colombia mostró fotos satelitales, dos mapas físicos que unos sonrientes asistentes levantan frente a las cámaras, videos de los campamentos, más videos con Iván Márquez fumando tabacos y más mapas con coordenadas. Volverá a interpelar al asistente que pasa la presentación, “devuélvase, ahí, donde está muerto el personaje”. Esta vez para dejar la foto de alias Camaguaro, mientras habla de los cien años de soledad a los que Colombia no quiere volver.

No faltarán las alusiones a los fallos del vecino país, donde “ojalá los jueces tuvieran más independencia para investigar”, donde “ojalá la prensa libre pudiera entrar a confirmar”. Al final, suelta las peticiones de Colombia con un silencio previo para crear suspenso: que se conforme una comisión con todos los países para ir a los lugares señalados por Colombia en el plazo máximo de 30 días.

Cháderton, el breve

El turno le llega a Roy Cháderton, un hombre rubio y blanco, de hablar refinado y prosa culta, quien en una alusión poco revolucionaria a la cultura de relatos de ficción estadounidenses le responde a Hoyos: “Ahora cuéntame una de vaqueros”. Si el discurso de Colombia fue una larga serie de hechos difícilmente comprobables mostrados con poco tacto, la de Venezuela es una breve y divertida retahíla de lugares comunes elegantemente dicha.

El realismo mágico fue un tema, pero Cháderton indagó más allá, en las profundidades de la cultura popular, para explicar por qué Colombia se enfrasca en “fantasías garciamarqueanas”. Estuvo el pulpo Paul, Larisa Riquelme, Fox News, y el cierre de Cambio. Pero más allá de algunas imprecisiones, como que la UP era un movimiento político del M-19, tuvo la consideración de sólo hablar unos treinta minutos. Por supuesto, no dedicó ni uno a decir las palabras que todos esperábamos: “En Venezuela no hay campamentos de la guerrilla”.

De ahí todo fluyó rápidamente hacia la nada. Doce países pidieron la palabra y, a excepción de Bolivia y Nicaragua, todos dijeron palabras diplomáticas como: “Esperamos que acudan al diálogo para superar sus diferencias”. En un momento volvió a pedir la palabra Venezuela para anunciar que rompía relaciones, lo que agregó a los comentarios uniformes las palabras: “Lamentamos que hayan roto relaciones”. Ya hacía hambre, nadie tenía mucho que añadir y se cerró la sesión. Simón Bolívar se quedó solo.

Por Daniel Pacheco - Washington / Especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.