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En 2001, un grupo de diseñadores de la empresa norteamericana AeroVironment, en conjunto con la Universidad de California, anunciaron que habían logrado crear un robot insecto, mímica mecánica ligeramente más grande y ruidosa que una pequeña criatura voladora. Los objetivos de este diminuto invento de inmediato saltaron a la vista. ¿Quién más se beneficiaría de un minúsculo aparato volador, capaz de entrar en espacios reducidos sin llamar mucho la atención, si no los militares?
En su momento, las noticias hablaban del interés que la Fuerza Aérea había mostrado en el dispositivo por sus capacidades de infiltración más allá de las líneas enemigas, además de su potencial para cargar pequeñas cámaras o micrófonos a un lugar donde un soldado probablemente perdería la vida. De lo que no se habló en ese instante fue que las Fuerzas Militares de ese país ya tenían en mente un proyecto similar, sólo que el de ellos no consistía en crear insectos robots, sino transformarlos en cyborgs (mitad naturaleza, mitad máquina).
Al parecer, desde hace algunos años, ciertos reportes datan de 2006 o 2004, los investigadores de ARPA (Advanced Research Projects Agency), la agencia gubernamental de los Estados Unidos encargada de pensar en el próximo peldaño de la innovación en tecnología militar y en parte responsable de haber creado la idea de internet en los tiempos de la Guerra Fría, sueñan con utilizar insectos y tiburones como armas de guerra.
La idea, que parece salida de una novela de ciencia ficción (y de hecho hay al menos dos en las que se discute un planteamiento similar), consiste en implantar componentes mecánicos en un insecto para lograr controlarlo. Los fines de la iniciativa son, no sólo de espionaje, por ejemplo, poder posicionar un diminuto aliado en lo profundo del territorio enemigo, sino que estos cyborgs sean capaces de detectar armas de destrucción masiva. El proyecto se llama Sistemas Micro Electro-Mecánicos para Insectos Híbridos (HI-MEMS, por sus siglas en inglés).
¿Cómo lograrlo? Según ARPA, la clave es implantar los microsistemas en los estados más primitivos de la metamorfosis del insecto para que el crecimiento natural del mismo se encargue de sanar los daños derivados de la implantación de los componentes, lo que resultaría en una mejor adaptación de las piezas mecánicas al cuerpo del organismo.
Algunos de los sistemas que se incluirían en estos insectos serían para modular el movimiento del mismo mediante la estimulación eléctrica de sus partes motoras, lo que en otras palabras se traduce en manejarlos a control remoto. Asimismo, como se lee en un largo plan de negocios del Pentágono, algunas compañías han ofrecido dotar a estos nuevos soldados de sensores capaces de detectar agentes químicos, así como microcultivadores de energía encargados de dotar de energía tanto al insecto como a sus partes mecánicas.
Las investigaciones de ARPA también pretenden equipar a los insectos con su propia red de comunicaciones, una especie de transmisores en frecuencia de chillido que con el equipo adecuado pueda ser decodificado y leído. La meta es que los insectos se comuniquen entre ellos ya no con el fin de buscar pareja o comida, sino para lograr su objetivo militar e interactuar con el centro de comando.
Al ritmo que se desarrolla la tecnología es probable que en unos años matar insectos con el periódico, la espátula o la bota del zapato sea una razón para ser extraditado por motivos de seguridad nacional de los norteamericanos.