Cómo el Árbol se convirtió en el protagonista de la Navidad

El árbol es signo de encuentro con lo sagrado, nexo entre el ser humano y la divinidad, porque representa la unión del Cielo y la Tierra: ahonda sus raíces en el suelo y se levanta hacia el firmamento.

Orlando Plata González
20 de diciembre de 2018 - 07:52 p. m.
Getty Images
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Los árboles son seres vivos maravillosos: surgen de una pequeña semilla y con un poco de tiempo, luz y agua se convierten en un increíble y hermoso milagro de vida. Algunos de ellos miden más de cien metros y viven más de cien años. El más alto del mundo (una secoya que mide 115 metros) se llama Hyperion y vive en California. El más viejo del mundo es un pino de Suecia: ¡tiene 9.500 años! Es decir que data de la era glacial y sin duda conoció a los mamuts y a los tigres dientes de sable.

Ellos nos proporcionan sombra, madera, alimento, papel, nidos para las aves, oxígeno, caucho, compañía, sustento para columpios y hamacas e incluso vivienda: en la prehistoria, nuestros antepasados vivían en sus copas para escapar de las fieras salvajes. Los hay enormes que miden hasta catorce metros de diámetro y tan chicos que caben en una maceta: los bonsáis. Además, alegran el paisaje, pues no hay nada más hermoso que un horizonte lleno de árboles verdes y frondosos.

Son cientos las ventajas que gracias a ellos disfrutamos tanto los seres humanos como los animales y las plantas que habitamos el planeta Tierra: nuestro hogar. De hecho, sin ellos no es posible la vida; pues retienen el agua y evitan la erosión. El árbol es signo de encuentro con lo sagrado, nexo entre el ser humano y la divinidad, porque representa la unión del Cielo y la Tierra: ahonda sus raíces en el suelo y se levanta hacia el firmamento. También se le asocia con valores como fecundidad, crecimiento, sabiduría y longevidad.

Por eso, no sorprende que el árbol sea una figura importante de la cultura. Recordemos el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, que estaba en el Paraíso como una constante tentación de probar su fruto prohibido. O el Yggdrasil (Árbol del Universo), en cuya cima se encontraba el Valhalla, hogar de los dioses escandinavos Thor y Odín.

Fue este árbol el que sirvió de inspiración al obispo inglés San Bonifacio, quien predicaba con mediano éxito en la actual Alemania. Él tuvo que viajar a Roma para entrevistarse con el papa Gregorio II. Y cuando regresó, en la Navidad del 723, se sintió decepcionado al comprobar que sus feligreses habían vuelto a su antigua idolatría y se disponían a celebrar el solsticio de invierno sacrificando a un joven en el sagrado roble de Odín. Enfurecido, tomó un hacha para cortarlo y, al primer golpe, una fuerte ráfaga de viento derribó el árbol. El pueblo sorprendido reconoció que la mano de Dios había obrado este prodigio y preguntó humildemente a Bonifacio cómo debían celebrar la Navidad.

Entonces él se fijó en un pequeño abeto que milagrosamente había permanecido intacto junto a los restos y ramas rotas del roble caído. Lo vio como símbolo perenne del amor de Dios y lo adornó con manzanas (que simbolizaban las tentaciones) y velas (que representaban la luz de Cristo). Luego pidió a todos que llevaran a casa un abeto, porque este árbol representa la paz; como permanece verde todo el año, también simboliza la inmortalidad, y como su cima apunta hacia el cielo, muestra la morada de Dios. Además, su forma triangular evoca la Santísima Trinidad. La estrella, puesta en la punta del árbol, representa la fe que debe guiar la vida del cristiano, evocando la estrella de Belén. Los lazos representan la unión de las familias y personas queridas alrededor de los dones que se desea dar y recibir.

Con el paso del tiempo, las manzanas fueron cambiadas por bolas y las luces eléctricas tomaron el lugar de las velas. Este símbolo se extendió por toda la cristiandad y se popularizó su uso como adorno de Navidad, al punto que hoy no se concibe dicha celebración sin este verde protagonista. Armarlo y adornarlo es un momento lleno de magia que congrega a toda la familia, dándole a esta ceremonia un significado de paz, unidad y armonía familiar.

Por Orlando Plata González

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