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Los mandalas tienen su origen en las tradiciones hinduistas y budistas. Su denominación proviene del sánscrito y significa “círculo o rueda”. Para quienes los construyen, su función es la meditación. No obstante, el proceso más importante es su “creación” por simbolizar un camino “recorrido” que muestra las vivencias del momento de quien lo diseña y es la vía de conexión entre el hombre y la divinidad, tanto en el proceso de creación, al tenerlo para observación, o como adorno.
“El mandala o círculo sagrado es una figura simbólica que expresa el deseo humano de reproducir en la tierra el orden perfecto del universo”, explica Patricia López Caballero, artista colombiana y autora de varios libros sobre este milenario arte.
La artista considera que la proliferación de los mandalas hoy en el mundo occidental responde a las mismas necesidades de la sociedad. “Los mandalas son una respuesta a lo que el ser humano está necesitando, que es conectarse con sí mismos, vivir en paz”.
Mientras se construye el mandala, quien lo colorea experimenta cosas como la introspección, la concentración y el silencio. Es la entrada al mundo de la meditación sin tener experiencia alguna.
Para López Caballero, la mejor recomendación para empezar a construirlos es entender que lo importante no es el resultado, sino el proceso. “El resultado al terminar un mandala es muy bonito, pero lo importante es lo que sentimos al hacerlo”, concluye.