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“Mi papá es pirata”. Así inicia mi conversación con Jordán Serpa, un joven de 15 años que se dedica a interpretar el violonchelo. Del otro lado de la línea, dice que es hijo único y me explica que “pirata” se dice cuando se trabaja en mototaxi. Después de la aclaración y varias carcajadas, con su voz gruesa, reflexiona acerca del papel de la música en su vida y de cómo es un instrumento de cambio que impacta las actuaciones de la sociedad y permite enfocar la vida. Lo dice por experiencia propia. Vive en la Comuna Tres de Barrancabermeja. “Es un lugar pesado, violento donde se ve el tema de drogas y la pobreza. La música nos sacó de eso. Lástima que algunos amigos siguen ahí”.
Desde niño, Jordán se enamoró del violonchelo. Mientras su mamá dirigía el hogar, él, con pasión y disciplina, interpretaba diferentes melodías que ahora perfecciona en clases de iniciación musical, coro y sinfónica, en Barrancabermeja. Hace parte de los 5.000 alumnos que reciben clases gratuitas en 15 municipios de Colombia, en la Fundación Nacional Batuta, que tiene como objetivo “generar destrezas específicas en el campo de la música y también hacer uso de la música como una herramienta muy potente de transformación social”, señala Claudia Parias, Presidenta Ejecutiva de la Fundación.
Transformación que se está empezando a ver en los colegios, pues el programa va dirigido a niños y jóvenes. Las clases son de iniciación musical, coro y sinfónica. Por ejemplo, en Casanare, las clases se realizan en el Instituto Educativo El Llano. “Los niños están muy comprometidos. Ya han realizado varias presentaciones y su nivel académico ha mejorado”, afirma Jefferson Herrera, docente del plantel. Los niños acceden a las clases en horario escolar, tres veces por semana, y en algunas ocasiones en las tardes. Ellos tienen acceso a los instrumentos y capacitaciones para los papás. En palabras de Leydi Galeano, madre de uno de los alumnos: “allá nos enseñan cómo educar a nuestros hijos, entender sus cambios, acompañarlos a cumplir sus sueños y cuidar la cultura”.
Y es que una de las estrategias del programa consiste en que los niños aprendan de sus raíces, que interpreten la música autóctona y también se enamoren de la música clásica. “Mi padre era folclorista. Hasta el último día de su vida trabajó para que los niños aprendieran el arte”, señala Adriana Charry, madre de un joven de 15 años, que canta y toca la guitarra, y su sueño vivir de la música. Andrés es un ejemplo de querer hacer las cosas. Antes de ingresar a las clases de música, su vida se caracterizaba por la depresión y la soledad. Su mamá explica que desde niño sufre de una enfermedad de incontinencia fecal y urinaria, y, por usar pañales, entró en depresión, pero con la música ha aprendido a disfrutar de cada momento que vive “y no irse a la pena por su discapacidad, sino explotar otros talentos”.
La música es una herramienta potente que salva. Que invita a las personas a crear, descubrir y escribir nuevas historias. “Yo soy un abanderado de que, a través de la música, vamos a sacar a muchas personas de situaciones difíciles. Si logramos escribir canciones con propósito, que hablen de valores y sentido de la vida, seguro los resultados serán óptimos”, argumenta José Ramos, docente de música de la Fundación Batuta, quien lleva diez años dictando clases en el Huila, en el convenio Batuta-Ecopetrol, que se renovó el año pasado para cambiar la vida de los niños.
“Siempre aprendo algo nuevo. Los profesores son unos seres humanos increíbles. Hoy tengo un proyecto de vida y puedo decir que la música me enseñó a superar dificultades y a soñar de nuevo. Y, a través de mi experiencia, ayudar a que mis amigos salgan de entornos de violencia y consumo de drogas. Es posible encontrar otras realidades y eso se logra cuando alguien te apoya y confía”, dice Jordán Serpa, que está ad-portas de graduarse y quien tiene claro que se va a dedicar a la música. Estos convenios son un ejemplo de que cuando los sectores público, privado y ONG trabajan en equipo se puede impactar la sociedad y mitigar las problemáticas sociales. “El objetivo es llegar a más niños y jóvenes, en esos lugares donde no hay nada más que Batuta y cerveza”, puntualiza Claudia Parias, Presidenta Ejecutiva de la Fundación.
"Ella es la razón de mi cariño a Batuta"
Michel Natalia Morales es una de las alumnas que asiste a clases de coro e iniciación musical, en el Centro de Atención Integral a la Familia (CAIF). Lleva ocho meses en el programa, toca violín desde muy pequeña, y es una enamorada de los conciertos de música clásica, y dice que “me divierto aprendiendo. El espacio es muy sano y agradable. Hemos viajado a cuatro conciertos y nuestros padres se sienten orgullosos de nosotros. Tocar violín es lo que me mueve”. “Michel ha sido mi mejor experiencia en mi profesión, absorbe rápidamente todo lo que sé. Ella es la más atenta en las clases. Es impresionante su talento. Ella es la razón de mi cariño a Batuta y a Ecopetrol, por haberla conocido”, añade Marlon García, docente de Batuta.
Talentos que se están empoderando
Leydi Galeano tiene hijos gemelos. Ellos le empezaron a contar de las clases de música y ella no les prestaba mucha atención hasta que los empezó a llevar a las clases y verlos ensayar. “Es una oportunidad que me ha permitido ver a mis hijos felices. Yo no tengo para pagar clases de música y ahora ellos cantan, incluso ya los veo en conciertos en el municipio”, señala. Pero es una realidad que también les genera felicidad a sus profesores. Sebastián Buenaventura, docente y coordinador de Batuta en Tauramena, lleva cuatro años trabajando en los procesos musicales en el Instituto El Llano, y reconoce que lo más gratificante es “ver que, por medio de la música, los niños trabajan en equipo, fortalecen habilidades de comunicación y se empoderan. Es un ejercicio de deleitarse con tanto talento”. Los niños son cortos en palabras, pero concretos, “cuando toco los platos, soy muy feliz. “Yo vi una novela y cuando grande quiero ser cantante”, afirma Andrés Galeano, uno de los alumnos.