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Los indígenas discutieron con el líder religioso oriental sus ideas sobre la vida y el cuidado de la naturaleza.
Eran las cinco de la mañana. El Sol tímidamente se asomaba entre las nubes. La Luna, al otro extremo de la bóveda celeste, se negaba a desaparecer, como queriendo ser testigo de la reunión del budismo tibetano y la religiosidad de la comunidad indígena kogui procedente de La Sierra Nevada de Santa Marta.
La cita era a unos 60 minutos de Santa Marta, en un lugar especial por su vegetación, pero aún más por su espiritualidad. Los koguis llegaron luego de caminar durante dos días desde la cima de la gran montaña. Los motivaba la idea de compartir sus conocimientos con un representante de una cultura lejana, el venerable Lobsang Tonden, monje tibetano, quien recibió sus votos mayores de manos del Dalai Lama.
Cerca de las diez de la mañana se podía ver a los lejos una fila de hombres, mujeres y niños vestidos de blanco. Los hombres, de estatura baja y cabellos largos un tanto desordenados por tan largo caminar, pero con sus rostros sonrientes, saludaban a sus “hermanitos menores”, como nos llaman a quienes no pertenecemos a su comunidad. Los hombres más viejos, con las huellas de la sabiduría en sus rostros, cargaban en las manos sus poporos con coca.
Apareció a su encuentro un hombre de 1,80 metros de estatura y unos treinta años de edad, vestido con telas amarillas y rojas, quien con una gran sonrisa les saludo respetuosamente.
Una gran mesa adornada con jazmines y azahares sería testigo de ese intercambio de sabiduría y enseñanza espiritual, que buscaba rendirle homenaje a la Madre Tierra e implorarle perdón en nombre de todos los mortales por tantas lágrimas derramadas y manifestadas en las recientes lluvias torrenciales.
José, el presidente del Cabildo, era el vocero de la comunidad indígena. Lobsang Tonden, el representante budista, entonces preguntó a José acerca de la muerte. Para sorpresa de quienes nos encontrábamos allí, José le explicaba que ellos también a su manera creían en la reencarnación. Según la sabiduría kogui, ésta se da de padres a hijos, pues cuando los mayores se encuentran en el declive de sus vidas hay un acercamiento y transmisión de enseñanzas que las extienden a sus hijos y de esta manera se perpetúa su espíritu, de generación en generación. Es una forma de reencarnación desde nuestra concepción, le manifestaba José al monje. Pese a la distancia entre el Tíbet y la Sierra, el concepto de la muerte, el respeto por la naturaleza y la compasión hacen parte de sus mismas doctrinas.
Cerca de la una de la tarde llegaba la hora del gran ritual a la Madre Tierra y caminamos hacia la vereda de Buritaca (Sitio Sagrado), ubicada en el kilómetro 49 de la Troncal del Caribe, entre Santa Marta y Riohacha.
Habitantes de la población, curiosos y turistas se asombraron al ver aparecer por estas tierras olvidadas a un hombre alto vestido de telas rojas y amarillas. Los niños gritaban emocionados y rodeaban al gran hombre.
En el lugar donde el río se une con el mar, se inició el mágico ritual con una bella danza del Mamo Mayor de la Sierra. Sólo se escuchaba el rumor de las aguas y el susurro del viento. Luego, El Mamo Mayor se dirigió con un mensaje de los hermanos de la Sierra, a los asistentes y nos invitó a tomarnos de las manos para unir fuerzas y estrechar nuestros lazos con la naturaleza.
Finalmente el venerable monje Lobsang Tonden, en nombre del budismo tibetano, envío un mensaje: “Estoy convencido de que si hay algo que nos hermana a todos, es nuestro deseo constante de ser felices y de evitar el sufrimiento. Sin importar la cultura a la que pertenezcamos o las ideas que sigamos, todos buscamos la paz. Los budistas compartimos ese mismo concepto de respeto al medio ambiente y la idea de que nuestro bienestar está ligado con el bienestar de la naturaleza, y que por lo tanto es indispensable cuidar de la misma. Espero que este mensaje pueda llegar a todos aquellos que directa o indirectamente escuchen, lean o hablen sobre este encuentro que tuvimos en la bella región del Tayrona”.
Cerca de las cinco de la tarde se selló este mágico encuentro con un significativo ritual en el río Buritaca, el cual buscaba abrir caminos de paz entre la naturaleza y el hombre.