El arte de besar

Además de una manifestación de cariño y de ser antesala a un placentero encuentro, los besos son un poderoso mecanismo de adaptación y la clave del proceso de selección de pareja.

El Espectador
23 de marzo de 2014 - 02:00 a. m.
El arte de besar

En un pedazo de piedra de la cueva La Marche, en Francia, quedó grabada la imagen del primer beso de un ser humano. Se cree que el dibujo tiene más de 15.000 años y desde su hallazgo han surgido varias teorías alrededor del acto de besar y sus increíbles consecuencias en la vida de pareja.

Ya está claro que el poder de este gesto va mucho más allá de una demostración de afecto. Es vital para el éxito de un encuentro sexual, pues en la saliva de los hombres vienen pequeñas cantidades de testosterona que, administrada durante el tiempo suficiente, pueden llegar a aumentar la libido en las mujeres.
Según un estudio de la Universidad de Bochum, en Alemania, el 90% de los hombres recurre a los besos con fines sexuales y un 10%, pertenecientes a tribus y comunidades étnicas, jamás ha utilizado este gesto. En su lugar emplean otras técnicas de cortejo, como rozar las mejillas o la nariz de su pareja, lamerla o tocarle la cara.

El neurólogo Vilayanur Ramachandran, de la Universidad de California, descubrió que los besos también tienen el poder de aumentar la empatía y aplacar las inhibiciones. Son la clave para comprender el proceso de selección de pareja.

Esta conclusión es compartida por la reconocida investigadora y antropóloga Helen Fisher, docente de la Universidad de Rutger, en Nueva Jersey, quien explica que detrás de los besos apasionados hay una respuesta biológica.

Los hombres prefieren de manera inconsciente, dice, que sean húmedos, no sólo para garantizar la transferencia de testosterona y con ella abrir el apetito sexual de su pareja, sino porque así pueden hacerse una idea de sus niveles de estrógeno e incluso llegar a medir el grado de fertilidad.

En cuanto a ellas, aclara Fisher, el proceso es un poco más complejo. Para empezar, el beso se convierte en un indicador de si hay o no un compromiso sincero con la relación. Asimismo permite tener una idea de las habilidades de la pareja como amante y de qué tan saludable se encuentra físicamente.

Según Fisher, existen tres sistemas cerebrales que evolucionaron con el hombre para permitir el emparejamiento y la reproducción. El primero es el deseo sexual, que está alimentado por la testosterona. El segundo se relaciona con la dopamina, un estimulante natural que se encarga de regular el amor pasional y obsesivo.

Finalmente se encuentra el sistema que controla el apego e incide en que las parejas permanezcan juntas el tiempo suficiente para criar a los hijos. Su correcto funcionamiento, al parecer, está ligado a unos niveles mayores de oxitocina.

Lo interesante, concluye Fisher en sus escritos, es que el beso probablemente permita la estimulación de estos tres sistemas. Suzie Heumann y Susan Campbell aseguran en El gran libro del sexo, de Editorial Panamericana, que besar es un arte que se puede mejorar con práctica, determinación y tomando conciencia del encanto de los labios: “Son sumamente sensibles y receptivos a la estimulación. Hay que permitir que se relajen y se abran para recibir y dar lo requerido para un gran beso”.

Por El Espectador

 

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