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El diván como potencia literaria

Un grupo de escritores y artistas analiza su experiencia con el psicoanálisis.

José Andrés Rojo / El País, Especial para El espectador
23 de julio de 2008 - 10:25 p. m.

La angustia sigue estando ahí. Y afecta a muchas personas, empujándolas al infierno del sufrimiento. Hace ya muchos años, las teorías de un joven médico sacudieron la Viena del siglo XIX, y con el tiempo se fueron imponiendo en otros lugares. El psicoanálisis, la gran creación de Sigmund Freud, puso patas arriba el mundo, cambió la manera de ver las relaciones entre hombres y mujeres, puso en órbita la importancia del sexo y señaló que existía, en nuestro interior, un inmenso continente desconocido (el inconsciente).

¿Fue, sin embargo, eficaz su propuesta de tumbar al paciente en el diván, y que empezara a hablar, para curar sus neurosis, para acabar con sus angustias? ¿Qué pasa con el psicoanálisis? ¿Es sólo un reino de charlatanes y farsantes, una invitación a hablar una jerga extraña, un baile de interpretaciones sobre los sueños más disparatados?

En el año 2005 se publicó en Francia El libro negro del psicoanálisis, donde más de cuarenta especialistas se aplicaban a fondo para cargarse a Freud y sus teorías y prácticas. Un año después, otro libro se propuso contestar lo que allí se decía:  La regla de juego. Bernard-Henri Lévy y Jacques-Alain Miller han reunido los comentarios de artistas, escritores, psicoanalistas e intelectuales sobre su relación con esa disciplina. La edición que acaba de aparecer en España ha incorporado diferentes aportes procedentes de España y Argentina.

“Yo comencé una cura de psicoanálisis en 1972, porque después de haber visitado Auschwitz, cementerio sin tumbas donde están mis abuelos maternos, volví sin habla”, recuerda la filósofa Catherine Clément, quien luego confiesa que en el diván encontró la risa, “que me era ajena”, y la manera de criar a sus hijos y de superar el Holocausto. El psicoanalista Hervé Castanet explica que a los veintidós años estaba buscando de manera desesperada una salida a su aburrimiento, y empezó una terapia. Hay quien habla de que frecuentó el diván porque no rendía en sus exámenes (Marlene Belilos). Tahar Ben Jelloun sostiene que el rechazo al psicoanálisis viene del “miedo a ir al fondo de sí y el miedo a descubrir lo que no se tiene en absoluto deseo de descubrir”.

En La regla de juego hay testimonios para todos los gustos. Son más de cien los que intervienen. Contestan cómo conocieron el psicoanálisis, qué le deben, qué es lo que les importa de esa disciplina. Algunos son breves y rotundos. Como


el cineasta Josée Dayan, que se limita a decir: “No soy psicoanalista, pero, aunque el psicoanálisis sólo hubiera servido para darnos a Woody Allen, lo bendeciría”.

El Libro negro había sido bastante duro con lo que consideraban era una “costumbre pseudocientífica que sólo perdura en Francia y Argentina”. Y Ricardo Piglia, un argentino, comenta en La regla de juego que el psicoanálisis es atractivo “porque todos aspiramos a una vida intensa” y que “en medio de nuestras vidas secularizadas y triviales, nos seduce admitir que en un lugar secreto experimentamos o hemos experimentado grandes dramas”. Continúa: “El psicoanálisis es en cierto sentido un arte de la natación, un arte de mantener a flote en el mar del lenguaje a gente que está siempre tratando de hundirse”. Juan José Saer, otro escritor argentino, subraya que lo que hizo Freud fue rendirle un homenaje sincero y profundo a la poesía, y lo hizo porque “el análisis es una actividad esencialmente verbal”, y porque “la palabra es el único instrumento terapéutico con que cuenta”.

Son muchos los testimonios de escritores que reconocen que sus obras tienen una profunda deuda con el psicoanálisis. Juan José Millás, escribe en El mundo, su última novela: “Los cincuenta minutos de sesión significaban cincuenta minutos de visión. No era raro que al abandonar la consulta tuviera que pasear una o dos horas para digerir lo que había visto desde el diván”.

El encuentro con Freud desencadenó en el escritor gallego Suso de Toro una profunda crisis intelectual: “De algún modo pervirtió mi mirada sobre la realidad, fue la pérdida de la inocencia”, dice, y luego cuenta que a los cincuenta años acudió al diván para revisar su vida. Y recomienda la experiencia. El filósofo Eugenio Trías se psicoanalizó durante cinco años y la tiene por “una de las experiencias más importantes” de su vida. “Me permitió trazar el relato de mi propia historia personal”, comentó.

¿Curarse de la angustia, decantarse por el lado de la vida, explorar nuestros secretos íntimos, servirse de la palabra para darle sentidos nuevos a nuestras experiencias? El caso es que no habrá seguramente nunca acuerdo sobre si el psicoanálisis es una ciencia o mera charlatanería.

Por José Andrés Rojo / El País, Especial para El espectador

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