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El cielo de la tarde crece y la vida transcurre más lenta que de costumbre. Espera el metro pensando en su madre y en el regalo de Navidad que le hará con lo que hoy le paguen. Anochece, que no es poco, con el ruido de las puertas del vagón abriéndose. Danilo entra y, a pesar de la congestión que supone la noche de aguinaldos, encuentra asiento. Bajo su chaqueta negra siente el frío del metal que le acompaña, y lo acomoda rápidamente con su mano, manteniéndolo oculto. Algunos pasajeros lo miran con recelo. Él sabe de miedos y de hambres, pero ahora con su instrumento, aunque prestado, se siente seguro. Puede ir por su barrio sin temor, infundiendo respeto; puede caminar imperturbable por las calles donde muchos viven atemorizados y excluidos de todo.
Convencido de la importancia de lo que hará sabe que no podrá pestañear, y que tampoco permitirá que alguien del grupo vacile. Todos necesitan el dinero. Están obligados por tantos sueños comunes hechos y deshechos. Ahora que pertenecía a la banda no dejaría escapar su fantasía entre los dedos, ni se la dejaría arrebatar por un error. Era tal su persistencia que la constante práctica había hecho que manipulara con maestría el instrumento, como pocos a su edad. Por eso era el líder, y la voz ya se había corrido entre las lomas de su barrio y entre los muros de los dos colegios Fé y Alegría, que en las noches eran demolidos por el retumbar monótono de balones de fuego y el sonido de la muerte que silbaba infamias y marcaba golpes en esos ladrillos.
Danilo se baja, como lo hacen veintisiete mil usuarios al día. A su llegada siente temor, le sudan las manos, lleva un brazo a su costado para confirmar la presencia del paquete, y el reloj de pulso echa marcha atrás al minutero. Su banda ya lo espera en ese gigantesco balcón, a siete kilómetros del centro de la ciudad. Medellín se divisa extendida a sus pies. Ocultos tras un violín y un chelo están dos de sus amigos. Danilo, decidido, desenfunda sin amagar el dulce clarinete, en tanto que la batuta del director se alza firme en el aire. Los jóvenes músicos atienden la orden de fuego y apuntan directo al oído de los presentes. La banda de música toca el primer villancico.