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'El monstruo serpiente'

Desde que en 2004 se hallaron en el Cerrejón las primeras vértebras, la investigación ha recorrido un largo camino para develar los secretos de la culebra más grande del mundo.

Carolina Gutiérrez Torres
11 de abril de 2012 - 11:09 p. m.

El Cerrejón, 60 millones de años atrás. Hay una selva tropical húmeda, espesa. La atraviesan ríos extensos. La colman enormes lagos. A las orillas están estáticas, camufladas, enormes serpientes que llegan a medir 15 y hasta 16 metros, y a pesar tonelada y medía. Son titanoboas, las más grandes de su especie que hayan existido en el mundo.

Están ahí. Inmóviles. Y en cualquier momento, en segundos, se abalanzan y atrapan a su presa: cocodrilos jóvenes que en la madurez alcanzan el tamaño de la titanoboa; tortugas también en crecimiento que en la adultez miden hasta dos metros. Los estrangulan. Los sumergen en el agua hasta ahogarlos. Los devoran enteros. Se acomodan otra vez en la orilla, en el fango, cerquita de algún tronco, y ahí estarán pasivas, inmóviles, por lo menos cuatro meses, hasta que el proceso de digestión se haya completado. Se sumergirán en el lago o el río ocasionalmente, cuando se superen los 29 grados habituales y la temperatura se haga insoportable.

La recreación la hace Carlos Jaramillo, geólogo colombiano, miembro del Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales. Su relato es detallado, lleno de datos, de contexto, de realidad. Él y un grupo de investigadores y estudiantes llevan ocho años reconstruyendo la historia de la serpiente más grande.

Historia que empieza así: era 2002 y Fabiany Herrera, en ese momento estudiante de geología, encontró la primera hoja fósil en el Cerrejón (La Guajira). Esa fue la primera pista para intuir lo que escondía la mina de carbón más grande a cielo abierto del mundo. A partir de ahí empezó una exploración juiciosa, paciente, de ese terreno, a cargo de 10 investigadores y unos 35 estudiantes. Carlos Jaramillo era una de las cabezas.

Se encontraron con una mina de carbón plagada de fósiles: flores, frutas, semillas; también tortugas, cocodrilos, peces, cangrejos y esta culebra gigante llamada titanoboa, que fue descubierta en 2004. Edwin Cadena, estudiante entonces, nacido en Bucaramanga, encontró las primeras vértebras. Alex Hasting y Jeisson Bourque, de la Florida, identificaron que se trataba de una especie muy similar a la anaconda. Pero más grande. Mucho más grande.

“Entonces volvimos al campo, con esa imagen mental, sabiendo que se trataba de una culebra”, cuenta Jaramillo vía telefónica, desde su oficina en Panamá. Dice también que los fósiles encontrados no corresponden a un sólo animal, sino que son parte de cientos que habitaban la zona. “Era el depredador más grande en ese ecosistema, junto con el cocodrilo”.

Con todos los hallazgos han logrado reconstruir el 40% de un individuo: desde el cráneo hasta la parte media del cuerpo —cada uno puede tener entre 300 y 400 vértebras—. Pero para llegar hasta allí se tuvieron que hacer estudios minuciosos de cada una de las piezas, estudios que tomaron años y que les permitieron deducir el tamaño, el peso, la morfología del animal. Siempre teniendo como base a la anaconda.

“Todo esto nos muestra que el Cerrejón era un terreno con mucha productividad biológica. Sólo así podrían haber vivido allí animales tan grandes”, dice Jaramillo, y sigue explicando que el carbón que hoy cubre esa tierra es el mismo bosque tropical que quedó fosilizado.

La selva que albergó a la titanoboa no es muy diferente a la que se extiende hoy por la región del Catatumbo (Norte de Santander). Un bosque alto. Lluvia incesante. Frutos tropicales. Quizá habría dos diferencias marcadas: la temperatura era más alta (un grado y medio por encima de la actual del trópico, que en promedio es de 27,5 grados) y el nivel de CO2 un 50% más elevado en comparación con el de hoy. “A pesar de que era más caliente y con más CO2, el bosque era muy productivo, con una gran diversidad”.

Si los humanos hubieran convivido con ellas habrían sido una presa fácil, facilísima, afirma Jaramillo, y agrega: “de eso me di cuenta cuando hicimos la réplica que está hoy en el Museo Nacional de Historia Natural, en Washington. Siempre había intentado recrearla, pero la única forma de comprender sus dimensiones reales era estando frente a ella”.

“Hay cosas que ni en Hollywood logran imaginarse —asegura Jaramillo entusiasmado—. En la película Anaconda, en esa que actuó Jennifer López, ¿la ha visto?, la serpiente que aparece es mucho más pequeña que la que encontramos nosotros”. Está hablando de la serpiente más grande de la historia. De la Titanoboa: el monstruo serpiente, como la llama el documental que se acaba de lanzar en Estados Unidos, en el que se cuenta su historia, y que en mayo será estrenado en Colombia.

Por Carolina Gutiérrez Torres

 

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