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El pensamiento crítico como herramienta para aprender a pensar

Los alumnos en los centros educativos presentan debilidades en su capacidad de entender el mundo y en la obligación como individuos de inmiscuirse en su devenir futuro.

Luis Germán Perdomo
06 de junio de 2019 - 05:08 p. m.
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¿Qué enseñar? y ¿cómo hacerlo? han sido dos de las ingentes preocupaciones en las que se han centrado las discusiones de los expertos. Si bien es cierto que muchos de los esfuerzos se han materializado en el éxito, también es cierto que en otras muchas ocasiones las decisiones han sido bastante anodinas y nos han llevado a equivocar el camino.

En el año 2007 se celebró en Cartagena de Indias el IV Congreso Internacional de la Lengua Española. A su vez, fue utilizada esta ocasión para homenajear a García Márquez, quien para ese entonces cumplía ochenta años. Para hacerlo, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española llevaron a cabo una edición conmemorativa de Cien años de soledad publicada por Alfaguara. Se recalca que fue esta la última versión que el mismo autor corrigió.

En el acto inaugural, en su acendrado discurso de agradecimiento, García Márquez comenzó diciendo:

“Ni en el más delirante de mis sueños, en los días en que escribía Cien años de soledad, llegué a imaginar que podría asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto, con veintiocho letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal, parecería a todas luces una locura”.

Imagínense esto, solo contaba como “arsenal” para pensar con las veintiocho letras del alfabeto (alguna buena razón debió tener Gabo para negarse a aceptar que las letras del alfabeto fueran veintisiete más un par de dígrafos, según el último dictado de la Academia de la Lengua al respecto) y dos dedos; es decir que era lo que en el español coloquial se denomina un “chuzógrafo”, en contraposición a un diestro en el uso de todos los dedos al escribir a máquina: un mecanógrafo. Y hay que anotar que Gabo alcanzó a usar los favores de la tecnología, pues comenzó con la máquina de escribir y terminó frente a la pantalla de un computador, como él lo dijo en el mismo discurso: “… sentarme frente a un teclado, para llenar una página en blanco o una pantalla vacía del computador”. Quiere decir que el autor ya gozaba de las maravillas de la luz eléctrica.

Muchos otros grandes pensadores, por cierto, los que han convertido a la vida en algo más que un trasunto del paso de los días, tuvieron como herramientas no más que un lápiz, o un remedo de este, unas velas y las mismas veintisiete, veintiocho o veintinueve letras del alfabeto, y todavía sus obras y su pensamiento se han encargado de mantener vivas las aspiraciones de la humanidad.

Las complejidades que trae consigo cada nuevo siglo con sus respectivos orden y desorden, sus ideologías y las maneras de ver el mundo que abrazan sus expectantes generaciones; lo inequitativo y lo elitista del desarrollo; las nada ambiguas causas históricas de las que se desprenden los conflictos sociales; las incertidumbres con las que despiertan cada día millones de personas, amparadas nada más que por las desesperanzas del otro; la desvergüenza y la lealtad disfrazada de los gobernantes de turno y la incomprensión y el desconocimiento de los desgarramientos humanos, deberían ser suficientes motivos para encaminar las respuestas a las preguntas planteadas al comienzo de esta reflexión.

Sin embargo, pareciera que en la escuela se hicieran los de la vista gorda y oídos sordos ante la urgencia manifiesta de concentrarnos en lo que es verdaderamente importante para enseñar. A pesar de que hoy contamos con un magnífico “arsenal” de herramientas y recursos con el que encauzar la enseñanza hacia el análisis de los conflictos de la sociedad y el conocimiento del sentido de lo humano, los alumnos presentan debilidades en su capacidad de entender el mundo y en la obligación como individuos de inmiscuirse en su devenir futuro. No más pensemos en la objetividad de un individuo fundamentado en estos principios, al momento de votar para elegir gobernantes capaces y probos.

Ante lo apremiante de las circunstancias, debemos entonces usar el pensamiento crítico como herramienta mediante la cual los alumnos aprendan a pensar. Recordemos que el pensamiento crítico, al establecer unos criterios de verdad con los cuales analizar la realidad, contribuye al desarrollo de múltiples capacidades del cerebro, como la creatividad, la intuición, la conciencia, la razón, la lógica y, además, predispone a los individuos a ampliar el espectro de la sensibilidad y a potenciar el uso de la observación. La suma de todas estas capacidades desarrolladas, a partir de unos criterios ciertos, desvelarán las claves con las que el alumno asimilará los elementos de juicio necesarios con los cuales pueda poner en crisis lo aparente, para de esta forma llegar a la verdad.

Es importante resaltar que en la búsqueda de darle un sentido más humano a la educación, el pensamiento crítico nos brinda una ayuda invaluable, porque además de todas las capacidades que desarrolla, hay una que nos engrandece y nos perfecciona: nos convierte en mejores seres humanos. Condición esta que nos llevará a utilizar el conocimiento como un instrumento con el que contribuir al mejoramiento de la vida.

En definitiva, debemos dirigir los esfuerzos a que en la escuela, en todos los niveles, se desarrolle el pensamiento crítico, porque como escribió alguien cuyo nombre no recuerdo: “No debemos conformarnos con nada que no sea lo ideal”.

Por Luis Germán Perdomo

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