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El regreso del hada verde

Tras una centuria de prohibiciones y mala fama, la absenta vuelve a ser consumida en los bares. Este licor verdoso fue la compañía de grandes genios como Van Gogh, Verlaine y Óscar Wilde.

Angélica Gallón Salazar
21 de enero de 2009 - 11:00 p. m.

La acusaron de provocar demencia, la tildaron de demonio y pesó sobre ella una prohibición legal casi durante una centuria, después de que se creyó que bajo sus efectos Van Gogh se había cortado la oreja y poetas como Verlaine, en impulsos inexplicables y desenfrenados de ira, atacaba a tiros a su compañero sentimental, el también maldito y poeta Rimbaud.

La absenta es un licor verde brillante, amargo, casi imposible de beber, que derrotó en popularidad al vino en los bares de París y Madrid del siglo XIX y cuya fama se extendió hasta principios del XX. Sin embargo, después de que el mundo intentó olvidarse para siempre de ella, acusándola de ser la perdición de toda una generación de artistas, logró sobrevivir a su mito y a su oscuridad, y este extraño brebaje vuelve a emerger como un hada verde así la bautizaron grandes como Óscar Wilde, para conquistar bares y supermercados europeos en pleno siglo XXI. Y ya hay quien la importe a Colombia.

Una historia de desenfrenos

Todo empezó cuando un mosquito conocido como el Phylloxera acabó con todos los viñedos de la zona francesa de Bordeaux, lo cual provocó que el desabastecimiento de este preciado y esencial licor era casi lo único que se podía beber para entonces hiciera que los precios aumentaran al punto de que casi nadie podía acceder a él.

Los más pobres, que eran casi todos, echaron entonces mano de una  bebida creada en 1792 en Suiza por el doctor Pierre Ordinaire, quien había destilado hojas y tallos de ajenjo y lo había mezclado con flores y otras hierbas aromáticas con fines médicos. Después de ser usado por las tropas como antipirético, el pueblo francés descubrió que cuando a este curativo se le agregaba algo de agua y se le derramaba una cucharada de azúcar, se tornaba a un aspecto lechoso y daba un sabor amargo y particular cercano a las bebidas anisadas. Pero además producía efectos realmente insospechados.

Un sacudón, un bochorno interno y cierto cambio en la forma como se veían las cosas eran algunos de los trastocamientos  que aseguraban sentir los que se atrevían a consumir el nuevo licor. Los efectos  se despertaban una vez que la absenta  llegó a tener incluso 89 grados de alcohol lindando con los límites permitidos,  además de contener cierta cantidad de tuyonas, sustancias que se desprendían de la destilación del ajenjo y que en ciertas cantidades tenían efectos alucinógenos.


“Fue ese efecto no esperado y distinto el que conquistó a los artistas de principio de siglo y a los poetas malditos, quienes la bebieron hasta el cansancio y la inconsciencia en busca de una nueva inspiración, persiguiendo deshacerse de ese sentimiento pesimista ante la vida”, comenta el poeta Juan Gustavo Cobo Borda, quien asegura que sin duda este fue un licor que ganó su lugar en el mundo por ser el aliado y consentido de grandes de la creación.

Mientras Toulouse Lautrec pintaba las etiquetas para ponerlas en las botellas y en los bares donde se vendía, Degas, Mucha, Manet y Picasso la inmortalizaban en cuadros como La bebedora de absenta. Por su parte, Van Gogh la hacía responsable del amarillo de sus girasoles, Hemingway la convertía en la alquimia líquida que cambiaba las ideas y Óscar Wilde escribía odas sobre sus efectos: “Después del primer vaso ves las cosas como te gustaría que fueran, tras el segundo las ves como no son en realidad, y después del tercero las ves tal como son, y eso es lo peor de todo”.

Richard Tamayo, profesor e investigador de la Universidad Javeriana, responsable de la cátedra Narrativas de la adicción, asegura que la devoción que sintieron estos artistas por la absenta, pero también por el opio, el jachis y el licor no era tanto por una búsqueda de la creatividad: “Hay un falso vínculo entre creatividad y sustancias alucinógenas; lo que en realidad parece perseguirse es llegar a otros niveles de percepción. Ellos buscaban ser arrastrados a otros umbrales perceptibles”. Y es que aunque investigaciones recientemente realizadas sobre botellas de absenta del siglo XIX han rebatido la verdadera posibilidad de que fuera alucinógena, debido a que sus contenido de tuyonas era tan bajo que no podía producir tales efectos, lo cierto es que estos artistas decadentes la hicieron la reina para liberar fragmentos de su memoria y atender, según ellos, a más detalles de lo real.


“No es como el whiskey”

Para 1910, la historia cuenta que en España se consumían alrededor de 10 millones de litros al año, mientras que en Francia el consumo, que se empezaba a las 5 de la tarde en los bares —por lo que se conocía como la hora verde— , alcanzó los 36 millones de litros anuales. Sin embargo, como una verdadera diva, cuando el hada verde amenazaba con conquistar el mundo entero y gozaba de mayor popularidad fue prohibida, primero en Estados Unidos y luego en Francia y en toda Europa. Ya nadie sabía quién había corrompido a quién, quién había sido la víctima, los artistas que sucumbieron a sus efectos o la absenta que había tenido que cargar con la desgracia de haber sido la favorita de los que la sociedad tildaba como perdidos.

Causar adicción, epilepsia, hiperexcitabilidad y hasta un síndrome denominado absintismo   hicieron que la gente tuviera miedo de consumirla y que las autoridades tomaran cartas en el asunto.

Pasarían casi 88 años antes de que  el hada emergiera de sus trágicas cenizas. En 1998 la marca checa Hill’s sacó de nuevo la bebida al mercado  inglés, donde nunca estuvo prohibida a causa de su impopularidad. Esta vez era una versión mucho más ligera (con un contenido menor de 65 grados de alcohol) y donde las tuyonas  casi habían desaparecido por completo.


Hoy se encuentra a la venta en todos los grandes supermercados europeos —con excepción al gigante del retail El Corte Inglés, que todavía la considera prohibida— y cuenta con productores en Francia y España sometidos a altos controles de calidad. Una botella cuesta en promedio 30 euros ($90.000) y la euforia que ha provocado es tal que dominicales y revistas reseñan asombrados un fenómeno que pensaron nunca volvería a revivirse.

“La absenta no es como el whiskey, que al tercero o cuarto trago genera primero cierta pesadez y luego euforia. Con el licor verde hay un disfrute distinto”, comenta el experto en vinos y licores Hugo Sabogal, quien advierte que su contenido de alcohol es de los más altos que hay en el mercado. “No es una descarga abrupta y fuerte como la de un destilado de la caña o de la cebada. Es más sutil, produce un calor con cosquilleo en el cuerpo, en donde a pesar de estar plenamente  consiente, sientes las cosas diferentes. Produce un fogonazo y sin duda una ráfaga de lucidez”, añade el conocedor, que asegura que éste es un licor de un público muy exclusivo, que requiere una fuerte cultura etílica. “Nos es cómo para vender en cualquier  licorera”.

La ilegalidad del consumo de la absenta está completamente abolida y su fama parece contagiar otras latitudes, al punto que reconocidas importadoras de bebidas, como la empresa JE Rueda y compañía la traen desde hace varios años a Colombia, y en bares como Cadakesh, ubicado cerca al mercado de las pulgas de Usaquén, se puede tener una verdadera experiencia con el aromático licor.

Sobrevivió a su mito, a su ilegalidad, y hoy en día bandas y artistas como Nine Inch Nails y Marilyn Manson se jactan de tenerla dentro de sus aprecios. El hada verde ha vuelto, eso sí con la ligereza que estos tiempos requieren, porque  ya no hay más Van Gogh y Rimbaud que la consuman y le den ese hálito de maravillosa y solemne oscuridad.

Por Angélica Gallón Salazar

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