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¿Enfermos malgeniados o deprimidos?

La depresión tiene muchas caras. Una de ellas es la irritabilidad y la agresión entre pacientes que sufren enfermedades graves e incapacitantes.

Redacción Vivir
05 de noviembre de 2008 - 11:00 p. m.

“Los sanos nunca han tenido paciencia con los enfermos y, como es natural, tampoco los enfermos con los sanos. Los enfermos no comprenden a los sanos, lo mismo que, a la inversa, los sanos a los enfermos, y ese conflicto es a menudo un conflicto mortal”, escribió el austriaco Thomas Bernhard en un relato autobiográfico.

Bernhard, quien se refería a pacientes que sufren enfermedades crónicas y discapacitantes, como su amigo Paul Wittgenstein, resumió con agudeza la tensa situación emocional a la cual se enfrentan millones de familias que acogen a un enfermo en su círculo.

Esto llega a ser particularmente cierto entre aquellos que sufren un infarto, accidentes vasculares, artritis reumatoidea, diabetes, cáncer, además de una larga lista en la que figuran las patologías con efectos cerebrales como la esclerosis múltiple o la epilepsia.

Sin notarlo, los estados depresivos van ganando terreno en el estado anímico de los pacientes, muchas veces, enmascarados con actitudes de mal genio, irritabilidad o agresividad que confunden a quienes los rodean.

Infarto y depresión

Un buen número de los pacientes que son atendidos en la Clínica Shaio de Bogotá, luego de sufrir un infarto, invariablemente terminan tocando la puerta del consultorio del psiquiatra Felipe Quiroga.

Las estadísticas señalan que entre un 10 y un 15% de personas que sufren un infarto durante su recuperación caen en estados depresivos que requieren la consulta y ayuda de un especialista. Este porcentaje puede escalar hasta el 20% cuando la enfermedad vascular implica una amputación o en el caso de afectarse el cerebro, genera problemas cognitivos, de lenguaje o demencia.

Según Quiroga, “alguien que se queja porque la vida es una desgracia, que se enfoca en las cosas negativas, que mira todo a través de un filtro mental pesimista, que es autocrítico y que trata a los demás con dureza, puede estar atravesando una depresión”.


Por lo general, la depresión después de una enfermedad se presenta en personas con personalidad tipo A. Es decir, aquellas que siempre tienen prisa, dominantes, autoritarias, con dificultad para reconocer su emociones y con tendencia a trabajar más de la cuenta.

“Entre las personas que tienen un infarto o enfermedad cardiovascular la vida cambia dramáticamente. De un momento para otro se enfrentan a una situación que requiere una serie de actitudes de adaptación y el éxito depende de la personalidad previa”, aclara Quiroga. Quienes tienen una personalidad competitiva y agresiva suelen derrumbarse y deprimirse ante la enfermedad.

No detectar a tiempo la depresión puede ser mortal. Un estudio, publicado en octubre en la revista Biological Psychiatry, sugiere que entre los pacientes deprimidos, luego de un infarto, el riesgo de muerte puede aumentar hasta siete veces. Por esto, Quiroga recomienda detectar a los pacientes irritables porque podrían estar deprimidos.

“La depresión es tratable y mejorable y no tiene sentido dejar que alguien se enfrente sólo a este problema”, apunta Quiroga antes de advertir que “la depresión no se trata con regaños”.

Es mejor ser flexible

La capacidad de adaptación y las actitudes flexibles ante la vida parecen ser la clave para evadir la depresión. Al menos eso cree Kelly Lambert, profesora de psicología en el Randolph-Macon College contactada por El Espectador. Sus investigaciones con roedores están arrojando algunas luces al respecto.

Al someter ratas de distintos temperamentos a situaciones de estrés, ha descubierto que aquellas “ratas flexibles tienen menos hormonas del estrés en su día a día, tienen la presión sanguínea más baja cuando están enfrentadas a un agente estresante, tienen mayor actividad de neuroquímicos en su cerebro que parecen estar asociados a la resistencia, y parecen tener mayores estrategias adaptativas en pruebas de desafío”.

Con humor dice que “si tuviera que escoger, sería una rata flexible”. Las observaciones de Lambert coinciden con las recomendaciones de los psiquiatras, en el sentido de que aquellas personas con una actitud flexible ante los retos de la vida, como una enfermedad, llevan una mejor calidad de vida y muchas veces, una recuperación más veloz.

Por Redacción Vivir

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