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La humanidad nunca había permanecido tanto tiempo en casa como ahora lo ha exigido la pandemia del COVID-19. Estar en casa impone nuevos ritmos de vida, nuevos patrones de conducta y la exploración de los sentidos en un espacio mucho más reducido. Con el silencio de las calles los sonidos han cobrado valor. Escuchamos las fiestas virtuales de los vecinos, el correteo de los niños, los ladridos del perro, las serenatas a domicilio, e incluso las discusiones entre parejas o situaciones de maltrato.
Durante el aislamiento, las consultas al 155 crecieron un 175%, según datos de la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer. Y es que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, a medida que se implantan los decretos de distanciamiento y se pide a las personas que se queden en casa, es probable que el riesgo de violencia de pareja aumente, como resultado de la suma del estrés, la perturbación de las redes sociales y de protección, y el menor acceso a los servicios, lo que aumenta directamente el riesgo de violencia contra la mujer.