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Luis Herlindo Mendieta había asumido que sería el último de los secuestrados por las Farc en recuperar su libertad. Por su rango, se sabía el plagiado de mayor valor en el ‘botín’ de guerra del grupo guerrillero y así se lo hizo saber a su familia que, angustiada, veía cómo pasaban los años sin que el oficial, ascendido a general en cautiverio, regresara a casa. Durante más de una década su esposa María Teresa se opuso a un rescate armado, pero, para su sorpresa, fue por una acción de las Fuerzas Militares que este domingo, el día del cumpleaños 53 de su esposo, recibiera la noticia de su liberación.
Fueron los bríos del entonces coronel Mendieta los que lograron que la Fuerza Pública aguantara tres días al pie del cañón el 1° de noviembre de 1998, cuando un comando de unos 1.200 integrantes de las Farc se tomaron Mitú. Fue su sensatez la que lo obligó a ondear la bandera de la rendición, tras ver a 37 de sus hombres caer en combate, según la cifra oficial. Los insurgentes adentraron a 61 uniformados en la manigua, entre ellos Mendieta y el también rescatado teniente coronel Enrique Murillo. La mayoría regresó a la libertad gracias a los acuerdos humanitarios que pactó la guerrilla con el gobierno Pastrana.
Mendieta y Murillo integraban el mismo grupo de secuestrados en el que se encontraba el ex gobernador del Meta Alan Jara, quien, al ser liberado el 3 de febrero de 2009, conmovió hasta las entrañas a quienes lo escucharon hablar de sus compañeros. El día en que un guerrillero llegó por Jara, todos ignoraban que éste iba a ser liberado. A todos les ordenaron empacar sus cosas, pero, al darse cuenta de que planeaban llevarse sólo al dirigente, Mendieta se acercó y le dijo “gracias, Alan”. Y comenzó, junto con los otros secuestrados, a aplaudir.
En ese mismo relato el ex gobernador prendió las alarmas acerca del estado de salud de los uniformados. “Hay problemas de salud en las piernas, riñones, espalda, columna, de todo. Hay que traerlos muy rápido”, señaló. Mendieta, quien ingresó a la Policía en 1974, padre de Jenny y José Luis, hijo de don Alfredo y doña María, dejó claro en las pruebas de supervivencia que se alcanzaron a conocer las fuertes dolencias ante las que ha sucumbido en la selva. Pero que nunca lo derrotaron. Nacido en Tinjacá (Boyacá), era el único general privado de la libertad por las Farc.
El teniente coronel Enrique Murillo Sánchez, de 42 años, pasó a formar parte de la Policía el 1° de marzo de 1987. Por ser campeón nacional de esgrima, sus compañeros de cautiverio lo llamaban Champion. En sus cartas o videos nunca quiso retratar el drama que lo azotaba, al punto de esconder en las fotos la cadena que apretaba su cuello. Su regreso lo anhelaban su padre, Luis Enrique, un pensionado del Seguro Social; su madre, Rosalbina, un ama de casa a quien se le acabó de romper el corazón cuando, al viajar a San Vicente del Caguán, se dio cuenta de que su hijo no figuraba entre los favorecidos con el acuerdo humanitario de Los Pozos; y dos hijos a quienes no pudo ver crecer.
El sargento viceprimero Arbey Delgado Argote, secuestrado el 3 de agosto de 1998 tras el ataque de las Farc a la base antinarcóticos de la Policía en Miraflores, Guaviare, es un “enamorado de la vida”, según su esposa Gladys Duarte, con quien tiene tres hijos: Dayanna, de 11 años; Sharon, de 13, y Feyer Arbey, de 14. En las cartas que alcanzó a mandar como pruebas de supervivencia contaba de su amistad con Jorge Gechem y Gloria Polanco, y de sus poesías y canciones. “No se te olvide amarme más cada día, pero si tienes a alguien más me avisas”, le dijo a su esposa en una de ellas. Nacido en San Agustín (Huila) y radicado en Pitalito, tiene 41 años y lo único que quiere su familia ahora es recuperar tantos años perdidos.
El coronel William Donato Gómez, quien según el ministro de Defensa, Gabriel Silva, también fue liberado, pero aún no había sido hallado anoche en la espesa selva, fue plagiado también en el ataque a Miraflores y junto con Arbey Delgado compartían cadenas en el cuello (ver nota: ‘Faltan 19 por volver’, pagina 6). Los cuatro soportaron un prolongado cautiverio que llegó a su fin. Colombia los recibe con los brazos abiertos.