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Después de casi dos meses de asumir su nuevo cargo como ministra de Educación y de empaparse de lo que está sucediendo en los colegios y en las universidades, de oír las inquietudes de los docentes, los padres y los secretarios de Educación de los departamentos, María Fernanda Campo reconoció que el país todavía tiene un largo camino por delante para lograr que por lo menos el 50% de los jóvenes accedan a la educación superior, que un millón de niños entre los cero y cinco años reciban atención y que otro millón de menores de edad puedan estudiar la primaria y el bachillerato, especialmente en las zonas rurales.
Aunque en los últimos ocho años hubo un aumento significativo de cupos en colegios e instituciones de educación superior, se hicieron cuantiosas inversiones en infraestructura y modernización de los establecimientos, todavía nos rajamos en calidad, el analfabetismo sigue siendo alto y el problema de la deserción escolar y universitaria es un dolor de cabeza. El pedagogo Julián de Zubiría asegura que los estudiantes no están desarrollando las competencias más importantes para su vida, lo cual se ve reflejado en los resultados del Icfes, las pruebas Saber y PISA, en los que es pésimo el desempeño en áreas como lenguaje y matemáticas.
A esto se suma la brecha que existe en el rendimiento académico y la formación de competencias entre quienes estudian en las grandes ciudades y los que viven en el campo. “Somos conscientes de que estamos ante un SOS que debe ser atendido, reconoció Campo, y eso haremos a través de un plan de mejoramiento de la calidad que nos llevará al camino de la prosperidad”.
El reto es mayúsculo. Rosa Julia Guzmán, directora de la maestría de Pedagogía de la U. de la Sabana, asegura que gran parte de la responsabilidad caerá sobre quienes están formando nuevos docentes que sean capaces de insertar las tecnologías en el aula, de hacer atractivo el conocimiento, de acercar la realidad de la calle a la escuela y de comprometer a los padres con la educación de sus hijos.