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La hidratación es uno de los factores más importantes en la salud de los seres humanos. Esta, junto a una buena alimentación y actividad física, marca el rumbo que tendrá la salud de cada persona desde sus primeros años de vida.
En la niñez, el consumo de agua es aun más importante y es una de las responsabilidades de las personas que están a cargo de su cuidado, debido a que en edades tempranas es imposible que el menor comunique la ausencia de líquidos. Cuando son mayorcitos, la hidratación es esencial debido al aumento de actividad física.
“Más o menos el 70 % del cuerpo de un niño y el 60 % del de un adulto están compuestos por agua, por eso es importante hablar de la hidratación, porque es todo lo que nos compone como humanos”, dice la doctora Laura Joachin, pediatra de la Universidad del Rosario.
En las primeras etapas
La deshidratación puede afectar en mayor medida a los niños en desarrollo. Según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), “la comunidad pediátrica advierte que esta población es la más susceptible a sufrir episodios de deshidratación, ya que su organismo, al estar en plena maduración, aún no ha desarrollado un mecanismo eficiente para el almacenamiento y la regulación de los líquidos, lo que implica que deban consumir agua de manera constante”.
La institución enfatiza en la capacidad limitada para comunicarse de los niños en edades tempranas; de allí la importancia de madres, padres y cuidadores para estar atentos a las necesidades de hidratación de quienes están bajo su cuidado.
Según la doctora Joachin, “los niños necesitan hidratarse más que los adultos”, pues tienen mayor índice de agua en su organismo. Sin embargo, durante su primer año de vida, aquellos que reciben leche materna no deben consumir agua, a diferencia de quienes no son amamantados, que sí deben hacerlo.
Por lo general, a partir de los tres años los niños ya son capaces de percibir la sensación de sed. Así mismo, en ese momento ya tienen la capacidad de comunicar sus necesidades de hidratación, las cuales deben tener como prioridad el consumo de agua y no de otras bebidas compuestas por altos niveles de azúcar.
Agua, no líquidos
En caso de que aparezcan dudas sobre el estado de hidratación del niño, la recomendación es iniciar una terapia de rehidratación. Cuando se identifica de forma oportuna, los cuidadores no tienen necesidad de llevar al menor a un centro asistencial, pues sus riesgos se reducen drásticamente.
El proceso de rehidratación debe evitar el uso de productos comerciales, como bebidas energizantes, endulzantes frutales o remedios caseros, muchas veces, ricos en azúcares y sales, que pueden aumentar la deshidratación.
Comúnmente, las terapias de rehidratación oral en niños comienzan con dosificación, cercano a una onza, evitando el consumo excesivo del producto usado para este propósito, pues puede inducir el vómito. Esta porción se le entrega aproximadamente cada diez minutos, hasta completar los 500 ml, en el caso del grupo poblacional que no supera los tres años.
La terapia de rehidratación termina cuando el niño orina y disminuye la frecuencia de sus deposiciones. En caso de que los síntomas de diarrea continúen, el cuidador debe compensar el liquido perdido con tomas de una onza hasta completar el medio litro.
“La mayoría de las veces que se inicia la rehidratación de forma temprana, no hay necesidad de visitar al médico. Hay que preocuparse cuando el niño es un lactante menor de 18 meses, si vomita todo lo que come o cuando tiene dos deposiciones que se salen del pañal, porque es una gran cantidad para un niño que está compuesto en mayor proporción por agua”, concluye la doctora.