En Vivir para contarla García Márquez recordó que su “sueño esquivo” era ser reportero. Estableció que “José Salgar era el mejor maestro” y supo que su futuro estaba en El Espectador de Bogotá. El eterno jefe de redacción del diario más antiguo de Colombia, precavido con la ficción y obsesivo por la verdad, nos dijo en junio pasado que en realidad “Gabo apareció cuando descubrió que la literatura no daba plata”.
A mediados del siglo pasado, mientras el director, Guillermo Cano, le publicaba el cuento La tercera resignación, Salgar le advertía a “El Genio” que si quería ser periodista debía aprender a “torcerle el cuello al cisne” y dejar tanto “malabarismo lírico”. Quien le enseñó “el oficio más hermoso del mundo” al hijo del telegrafista de Aracataca fue José El Mono Salgar, según García Márquez “un hombre cordial, forjado a fuego vivo, que había subido por la escalera del buen servicio, desde repartir el café en los talleres a los 14 años, hasta convertirse en el jefe de redacción con más autoridad profesional en el país”.
De esa brega surgieron reportajes como Relato de un náufrago y una amistad de hormigón. El periodista más respetado y el Nobel de literatura se encontraban en Barcelona o Ciudad de México. Viajeros con causa y sin pausa. Gabo llevado por la fama y El Mono por su curiosidad de reportero de cinco continentes. Salgar nos dijo haberse preparado para la guerra colombiana en los años treinta, siguiendo la Guerra Civil Española y luego la II Guerra Mundial. En 1976, frente al teclado de su Olivetti, extrañó más que nunca a El Genio. Escribía los reportajes sobre la República del Transkei y no sabía cómo describir una paradoja de realismo mágico: sentir frío en África. “Para sus memorias, Gabo llamaba y hablábamos horas. Reíamos de tantas anécdotas. Por ejemplo, no publicamos nuestra mejor chiva [primicia]: descubrimos en el centro de Bogotá los subterráneos por donde habría escapado Simón Bolívar en la conspiración septembrina. Los recorrimos con un fotógrafo pero no obtuvimos confirmación de los historiadores, el fotógrafo se murió y luego no aparecieron las imágenes".
¿El mérito de José Salgar? Ejercer 80 años, educar a varias generaciones, escribir durante tres décadas la columna El hombre de la calle, su forma personal de ver las noticias. El domingo pasado murió a los 92 años el redactor insigne de El Espectador. El narcotraficante Pablo Escobar mandó asesinar a don Guillermo Cano en 1986, el director que le dedicó la página editorial a Salgar para exaltar al “periodista de oro puro, de la más pura ley”. Y Salgar, siendo codirector, tragándose las lágrimas, se encargó de que el diario circulara al día siguiente; como el 2 de septiembre de 1989, cuando el jefe del cartel de Medellín arrasó el edificio con un coche bomba.
García Márquez y Salgar patentaron la anécdota del periodista Eduardo Zalamea Borda al presentarse en la sede de la BBC de Londres: “Vengo del mejor periódico del mundo, porque se hace en una rotativa prestada, es escrito por menores de 30 años, todos brillantes, sale siempre a una hora exacta y con altísima calidad”. En 1994 el periodista llamó al novelista para contarle que la semilla que habían plantado 40 años atrás seguía dando frutos: El Espectador fue escogido por Le Monde, con motivo de los 50 años del diario francés, entre los mejores periódicos del mundo, junto a The New York Times y Financial Times.
Visionario. Salgar desde los años 70 hablaba de una posible crisis de los periódicos impresos. Pedía a los periodistas: “piensen en cómo se informará en 30 años sobre una noticia que se produce hoy, piensen más en el futuro que en el presente”. Repasando apuntes de su último viaje a China, temiendo una guerra mundial causada por Corea del Norte, hasta junio se mantuvo al tanto de los hechos de Colombia y el mundo. El día que nos recibió -a mí y a su nieto Daniel Salgar, también periodista de este diario- contento abrió el último libro del que es coautor, Gabo periodista, en la página titulada José Salgar, "la chispa que iluminó el lenguaje". Al lado una foto de 1954: García Márquez, sentado con los pies cruzados sobre su escritorio de El Espectador. Luego abrió la biografía sobre Gabo, a life, y leyó la dedicatoria: “Para El Mono este libro de mis (y nuestros) primeros 50 años de nuestra vidas; y todo lo que falta”.
Somos alumnos de don José Salgar. En los años noventa, siendo mi jefe, me mandó a Ciudad Bolívar, el sur marginal de Bogotá, a hacer la crónica de una niña de 15 años que esperaba a su papá en la ventana por la que entró la bala perdida de un combate entre guerrilleros urbanos y policías. Después, dos casas ladera abajo, se suicidó su enamorado, que la veía peinarse en las mañanas antes de ir al colegio. La corrigió confrontando cada dato. “El tono es cosa suya”. Por precocidad, olfato periodístico, recorrido, filosofía de vida y sentido del humor me recuerda al gran Julio Camba. Hombres brillantes con los que se podía hablar de un cataclismo o del arte del buen comer.
Texto publicado en el diario El País de España