La educación es un patrimonio de toda la sociedad; por lo tanto, su misión formativa está integrada indisolublemente a la generación de valores para la convivencia, la construcción de una ciudadanía responsable, la promoción del respeto por los derechos de las personas y la afinidad con la naturaleza, la ciencia y la cultura.
En estos álgidos momentos se ratifica la importancia de la formación de seres humanos que brinden oportunidades y condiciones de bienestar a la sociedad, capaces de responder a las exigencias de la posmodernidad sin perder de vista las necesidades colectivas, como una de las dimensiones esenciales del proceso educativo.
En el inicio de la pandemia, en medio de la zozobra por las crecientes estadísticas de enfermos y víctimas mortales y las medidas adoptadas para el control de una enfermedad hasta ese entonces desconocida, pensamos que redescubriríamos y haríamos florecer, a través de la reflexión-acción, valores como la solidaridad, la fraternidad y la bondad, pero pasado el tiempo hemos visto que ni siquiera una coyuntura tan grave ha corregido conductas insanas arraigadas al ser humano que lastiman a sus congéneres y su propio entorno. Un ejemplo palpable es la inequitativa adquisición de las vacunas contra la COVID-19, donde los países más pobres del mundo no han tenido acceso a ellas, con las consecuencias terribles que esto conlleva.
En entrevista dada al diario El País, de España, el filósofo francés Edgar Morin definió que “el desarrollo económico-capitalístico ha desatado los grandes problemas que afectan nuestro planeta: el deterioro de la biosfera, la crisis general de la democracia, el aumento de las desigualdades y de las injusticias, la proliferación de los armamentos y los nuevos autoritarismos demagógicos. Por eso, hoy es necesario favorecer la construcción de una conciencia planetaria bajo su base humanitaria: incentivar la cooperación entre los países con el objetivo principal de hacer crecer los sentimientos de solidaridad y fraternidad entre los pueblos”.
Es interesante también analizar la visión de la juventud colombiana sobre la falta de valores y sentimientos fraternos en la sociedad. En encuesta realizada por el Centro Nacional de Consultoría, para el Noticiero CM&, a propósito del paro nacional, los jóvenes consultados consideraron que los que más le faltan a nuestra sociedad son el respeto (34 %), la empatía (30 %), la solidaridad (24 %), la compasión (5 %), la generosidad (4 %), la serenidad (2 %) y la gratitud (1 %).
En todos sus niveles, la educación no puede limitarse a la transmisión y producción de conocimiento, la intelectualidad y la generación de competencias para determinadas tareas, sino trascender hacia la formación y consolidación de valores. Los valores humanos no se adquieren ni se estructuran de una sola vez, tampoco son inmutables, sino que su asimilación y afianzamiento se dan a lo largo de la vida; cada etapa escolar o vivencial tiene implícita una propuesta de valores que coadyuva en la formación de la personalidad.
Además de la formación en valores, es necesario consolidar un pensamiento crítico como habilidad para reflexionar y cuestionar sobre lo que sucede en el entorno y facilitar el razonamiento analítico, al igual que la comprensión lectora como herramienta imprescindible para la interpretación de la información y el conocimiento. Todo ello nos hará más expedito el camino para lograr una educación integral, ética, perfectiva y pertinente que enseñe a convivir, respetar a los demás y que eduque moral y cívicamente.
*Rector de la Universidad Simón Bolívar.