La lección de la matemática iraní Maryam Mirzakhani

A los 40 años de edad, un cáncer de mama se llevó a la primera mujer que ganó la Medalla Fields.

Nelson Fredy Padilla.
30 de julio de 2017 - 02:00 a. m.
Maryam Mirzakhani nació en Teherán en 1977 y murió el pasado 14 de julio. / Cortesía Stanford University
Maryam Mirzakhani nació en Teherán en 1977 y murió el pasado 14 de julio. / Cortesía Stanford University

Teherán, Irán, años 80. En un país de mujeres segregadas y en guerra con Irak, Maryam Mirzakhani creció leyendo los pocos relatos literarios que llegaban a sus manos. Luego recreaba en la mente personajes, espacios y situaciones. Soñaba con ser escritora, hasta que descubrió “la belleza de las matemáticas”. No como se la insinuaban los profesores de primaria y secundaria, sino interpretada desde un símbolo machista en una sociedad ultramachista: la mesa de billar.

En algún tastás, su curiosidad y los números de Pitágoras la llevaron a pensar que el mundo físico podía explicarse a partir de aquel rectángulo construido sobre una pizarra cubierta con paño verde, delimitada por cuatro bandas elásticas y destinado a tres bolas de marfil golpeadas por un taco de madera. El modelo del “billar racional” explorado por otros matemáticos como McMullen, no para practicar mejor el deporte más exacto -basado en decenas de sistemas numéricos-, más bien para teorizar sobre superficies, espacios, ángulos, dinámica, rebotes y trayectorias. Un club de billares es el lugar perfecto para “entender los movimientos humanos”, escribió en 1984 Walter Tevis, autor de El color del dinero, la novela convertida en película clásica de Scorsese.

Mientras Maryam maduraba las que serían fórmulas de “superficies hiperbólicas”, se divertía con problemas matemáticos que solucionaba “como resolver un rompecabezas o conectar los cabos sueltos en un caso de detectives”. Estudió informática y descubrió que era competitiva, fría y constante hasta triunfar. Ganó concursos digitales y a los 17 años de edad fue la primera mujer en el equipo iraní de las Olimpiadas Internacionales de Matemáticas. Ganó medallas de oro en 1997 y 1998.

No jugaba billar ni podía hacerlo en Irán, pero, con la metáfora apuntada y dibujada en una libreta, a los 18 se graduó como matemática de la Universidad de Sharif. Su genialidad y fama le permitieron estudiar doctorado en Harvard y graduarse con una tesis en geometría hiperbólica. Fue más allá de los descubrimientos de McMullen en 2003 hasta el llamado “teorema de la década”. A los 40 años de edad era madre de una niña y, como su esposo checo, profesora titular de Stanford, en California.

Tras su muerte, por un cáncer de mama el pasado 14 de julio, las universidades le dedicarán un lugar especial en sus cátedras junto a genios como Einstein. También la recordaremos quienes odiamos las matemáticas, pero nos tomamos en serio el juego del rectángulo verde.

Lo que Maryam hizo por entender las leyes del universo lo explicó en 2014 el profesor Jordan Ellenberg, cuando la exaltaron con la Medalla Fields, “el Nobel de Matemáticas” que hasta entonces sólo habían recibido hombres: “Su trabajo relaciona la dinámica con la geometría. Entre otras cosas, ella estudia el billar. Pero, en un movimiento muy característico de las matemáticas modernas, se plantea considerar no sólo una mesa de billar, sino el universo de todas las posibles mesas de billar. Y el tipo de dinámica que estudia no afecta directamente el movimiento de los billares en la mesa, sino a una transformación de la mesa de billar en sí misma, que está cambiando su forma de una manera gobernada por reglas; si se quiere, la propia mesa se mueve como un extraño planeta en torno al universo de todas las mesas posibles”.

Esto es, al tiempo, un tributo a la literatura a la que Maryam daba crédito porque su inexactitud le enseñaba a “ver más allá” de lo verificable. Julio Cortázar, el matemático autor de Rayuela, hubiera lamentado no cruzarse con un personaje de esta dimensión como lamentó no haber conocido en un billar a Felisberto Hernández, para estrecharle la mano con confianza, para cosechar una amistad y charlar de las carambolas de la vida.

Por Nelson Fredy Padilla.

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