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La modelo sin piernas que desafía los prototipos

Atleta de alta competencia, actriz, figura de la moda, activista. A través de su carrera, esta norteamericana desafía los límites ordinarios del cuerpo y la belleza.

Santiago La Rotta
06 de septiembre de 2014 - 05:13 p. m.
Aimee Mullins
Aimee Mullins

 En su discurso Aimee Mullins es decidida, entradora dirían algunos. Cada palabra sale calculada y con firmeza pero no por la fuerza del ensayo, sino con una habilidad que, más que el ejercicio y la práctica, invoca la experiencia de haber aprendido a las patadas. Esto resulta paradójico para una mujer que no tiene piernas, pero que se para muy derecha ante el asombro de la gente, y el evidente deseo de los hombres, para contar una historia que lejos de las respuestas comunes de la superación personal plantea preguntas, buenas preguntas.

Límites, se antojan ineludibles cuando no hay piernas, pero también absolutamente irrelevantes si se quiere ser una atleta de alta competencia o una exitosa modelo, un símbolo, quizá. ¿Símbolo de qué? En palabras usuales: tenacidad, empuje, esfuerzo, disciplina. Todas ciertas para el caso de Mullins, pero lo de ella es más que aplicación. Lo de ella es un desafío descarado. Ser bella y deseable para millones de personas, trabajar con diseñadores de moda icónicos, desfilar, pasar inadvertida a pesar de su extraordinaria naturaleza. No se trata de encajar, se trata de ser habitando una excepción.

Si la moda codifica tendencias, comportamientos, tensiones, represiones, aberraciones y tradiciones de una cultura, buena parte de la labor de Mullins es intentar redefinir estos elementos: el símbolo que busca destrozar los símbolos, tal vez.

Su arma más poderosa, además de su figura atlética, la mirada segura y calmada, la rubia cabellera, es el ejemplo. Claro, hay trabajo con organizaciones, docenas de discursos, apariciones memorables en la conferencia TED, pero su principal labor es una especie de trabajo de infiltrada, cambiar el sistema desde adentro.

Una conversación común sería acusar a la industria de la moda de crear estereotipos, imponer medidas irracionales, de usar reglas y estándares lejos del alcance del 99%. Mullins no es una persona común estadísticamente hablando y de pronto por esto su trabajo trasciende la crítica de siempre para entablar una conversación más amplia acerca de la belleza: intentar redibujar una idea que nace de la simetría, pero que se materializa en un mundo profundamente asimétrico, caótico en el mejor de los casos. En uno de sus momentos estrella (el estrellato con seguridad tiene algo que ver con tener una audiencia en línea que supera los cuatro millones de personas) Mullins dice: “Pamela Anderson tiene más elementos prostéticos en su cuerpo que yo y nadie le dice discapacitada”.

Su maleta de viaje va llena de sorpresas, de extrañezas si se quiere, pues más que ropa lo que lleva son piernas, como pedazos de personalidad que la complementan, claro, pero cuya ausencia nunca parece haberle restado algo del todo vital. Piernas basadas en las patas de un guepardo, hechas de fibra de carbono de alta resistencia, que después de que Mullins las probara (y compitiera con ellas) comenzaron a ser usadas por otros atletas para desdibujar los límites de la palabra imposible. Piernas de madera, bellas, arte incluso. Una de las cosas más impresionantes de toda la experiencia de Mullins es su decisión de ignorar las divisiones clásicas entre la función y la forma, entre la belleza y la utilidad, entre la ortopedia y la discapacidad y el resto del mundo. El resultado es un asunto que hoy parece obvio, pero que no era tan evidente hace unos años: piernas para inspirar deseo, incluso admiración, nunca lástima.

Y la cosa es así desde mucho antes de ser una especie de súper estrella (del deporte, de la moda, de la vida incluso), por allá en los días en los que aprendió a caminar sin las piernas que perdió cuando tenía un año.

Nadie parece tenerle lástima o decirle qué puede hacer cuando está caminando por la alfombra roja en el Festival de Cannes o entrando a un desfile de moda en París. Todo un cliché, sí, pero no por eso menos cierto. En sus charlas todos parecen estar de acuerdo en que la limitación es un problema para los demás; no una condición, sino un juicio ajeno.

“Suena extraño decirlo, pero es una gran época para ser un discapacitado debido a los grandes avances en tecnología”. Pero no es sólo tecnología, aunque en buena parte lo es. Es también un cambio de mirada, un riesgo implícito en enfrentarse a un asunto médico desde la belleza, incluso desde la poesía. “La poesía es lo que eleva el objeto banal hasta el reino del arte”. Lo dice una persona con piernas de madera de fresno talladas a mano, piernas con las cuales desfiló en una pasarela de Alexander McQueen. Alta costura para aquellos que no entran en el molde, ¿cuál molde?

Por Santiago La Rotta

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