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"Las Farc son unos salvajes": Arbey Delgado

En el reencuentro con su familia, en medio de abrazos y lágrimas de alegría, el suboficial contó que fue una operación limpia y que la guerrilla salió corriendo y dejó botados fusiles y equipo.

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El Espectador
15 de junio de 2010 - 02:04 a. m.
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“Caí en poder del terrorismo cuando tenía 29 años. Hoy tengo 41. Ellos son unos salvajes. Las Farc han hecho sufrir a mis hijas. No las conocía, las había visto muy niñas, pero no las había visto señoritas”. Con estas palabras, el sargento Arbey Delgado Argote quiso desahogarse y exorcizar todo el sufrimiento vivido durante los 11 años, 10 meses y 12 días de cautiverio. Las pronunció tras reencontrarse en el aeropuerto militar de Catam con su esposa, Gladys, y sus tres hijos: Feyer Arbey (hoy de 14 años), Sharon (de 13 años) y Dayanna (de 11 años), de quienes se separó cuando estaban muy pequeños y cada día, en la selva, luchaba por recordar sus rostros y los imaginaba crecer.

Con lágrimas de emoción y en medio de besos y abrazos, el Suboficial de la Policía —plagiado tras el ataque de la guerrilla a la base antinarcóticos de Miraflores (Guaviare), el 3 de agosto de 1998—, agradeció a Dios, a las Fuerzas Militares, a su “jefe supremo” el presidente Álvaro Uribe y al grupo de comando que llegó hasta lo profundo de la manigua para rescatarlos en una “operación limpia”, según dijo. “La guerrilla salió corriendo, dejaron los fusiles y el equipo (...). Los comandos lo imposible lo hacen posible. Tienen un lugar en el cielo”.

Delgado agradeció también al general Freddy Padilla, comandante de las Fuerzas Militares; al general Óscar González, comandante del Ejército; al coronel Vanegas y al capitán comandante de la operación, de quien se abstuvo de revelar su nombre por razones de seguridad. “Gracias a ellos, gracias a Colombia, a los medios de comunicación, a ese pueblo lindo que respaldó a mi familia, conformada por Gladys Duarte, por Sharon, mi hija, por Feyer y por Dayannita, los ojos de mi alma. Gracias a todos”.

Aún con las cadenas del secuestro en su cuello, dijo con voz firme: “Quiero que mi mamá me quite las cadenas”. A su lado, abrazándolo, Ruth Amelia, su madre, dio también gracias al todopoderoso y estalló en llanto: “Gracias señor por habérmelo devuelto con vida”. Luego, en declaraciones ante los periodistas que se abalanzaron sobre él cuando se dirigía al vehículo que lo trasladaría al Comando de la Policía en Bogotá, donde recibió honores junto con sus tres compañeros liberados, aseguró que el rescate militar “es necesario”, aunque también habló de la posibilidad de una “negociación” para lograr la libertad de quienes aún quedan en cautiverio. Delgado les pidió a las Farc no tomar represalias contra ellos.

Sobre los años de cautiverio, el suboficial contó que al principio fue muy duro, pero que hubo un hecho que los llenó de esperanza: la marcha del 4 de febrero de 2008, cuando millones de personas en Colombia y el mundo salieron a las calles a pedir por la libertad de todos los secuestrados y en contra de las Farc. “Ese día nos dimos cuenta de que no estábamos sólos y se acabó el sufrimiento”, dijo. También narró que aunque las cadenas les formaban llagas en el cuerpo, había cosas peores, como el haber estado los últimos meses sin radio y sin libros para leer o estudiar. Y reconoció que el aislamiento en lo profundo de la selva hace olvidar palabras e imágenes de las cosas.

“Todos estamos muy alegres, casi sin tiempo de reaccionar. Siempre que hablábamos del día de su liberación nos imaginábamos con hacerle muchas cosas, ahora creo que le tendremos lista una fiesta con mariachis y la compañía de toda la familia que llega del Huila y la de Ocaña por parte mía”, expresó por su parte Gladys Duarte, su esposa. El sargento Arbey Delgado Argote  nació en San Agustín (Huila) pero se radicó con su familia en Pitalito.

Su hermana Marina, quien viajó para el reencuentro, con voz entrecortada por la emoción, dijo tenerle preparadas muchas cosas aunque no dio detalles y luego agradeció a Dios, a la Virgen, al presidente Uribe y a las Fuerzas Militares. “Esto fue un milagro del Señor (...) Lo vi diferente, como más flaco, pero gracias a Dios está alentado”, declaró y clamó al Ejército: “Ahora vayan por los otros”. Mientras tanto, Delgado no se cansaba de abrazar y besar a su esposa y sus hijos.

Por El Espectador

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