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La lectura es una actividad esencial para la formación humana e intelectual y es un medio para acceder al conocimiento. Es un proceso cultural inagotable, irreductible y lleno de virtudes. Leemos para conocer, para informarnos, para aprender, para relacionarnos, para divertirnos, en fin… pero, además, gozamos de otros múltiples beneficios que produce su práctica, como el fomento de la concentración, el acrecentamiento cultural, el enriquecimiento del léxico e, incluso, la prevención de enfermedades neurológicas degenerativas.
A juicio del neurocientífico francés Stanislas Dehaene, autor del libro Les neurones de la lecture, “el cerebro es una máquina particular, de hecho, es mejor que las máquinas relativas a la inteligencia artificial”, y medios como la lectura y la educación nos permiten potenciarla desde los primeros años.
Por ello, su promoción debe materializarse como un principio de los sistemas educativos, un valor inherente a la educación en sus diferentes niveles y, especialmente, adoptarse de manera transversal en la educación superior, como lo sugieren académicos e investigadores del tema, por su incidencia en el desarrollo de competencias, en los procesos de enseñanza, al igual que en la formación de pensamiento crítico.
La lectura es considerada la columna vertebral de la mayoría de los procesos de aprendizaje y formación en la educación superior, facilitadora y promotora de los espacios y momentos de construcción y deconstrucción del conocimiento. En pocas excepciones, el proceso lector, en articulación con el escritor, está inmerso y es parte vital de las actividades cotidianas. Al lado de sus múltiples ventajas para el aprendizaje, adoptar la lectura como hábito es apasionante y grato, está correlacionada con el aprendizaje y sus resultados. Además, influye en el desarrollo de la personalidad, la culturización y la salud mental.
En Colombia se mantiene latente el reto de incrementar los niveles de lecturabilidad, pues, según la Encuesta Nacional de Lectura de 2017, en promedio un colombiano lee 2,7 libros al año, frente a los 4,5 de Argentina. Datos publicados por el DANE, el año anterior, en la Encuesta de Consumo Cultural indican que en 2020 el promedio de libros leídos por las personas en el rango de 5 años o más en Colombia fue de 3,8.
(Lea también: Alternancia educativa, reto de 2021)
Valoro cómo el nobel Mario Vargas Llosa resume su importancia al señalar que “lo importante que en las nuevas generaciones la lectura siga viva, o el mundo será un lugar muy pobre”.
Pero no es simplemente leer, sino lograr plena comprensión lectora, necesaria tanto en el ámbito académico como en la vida, que genere en nuestro cerebro un valle fértil donde interactúen el conocimiento y el pensamiento crítico. La escritora Isabel Solé plantea que “ese potencial solo se concreta cuando el lector participa en situaciones que le exigen ir más allá del texto dado y adentrarse en su análisis, contraste y crítica”.
La lectura es un inmenso placer con efectos altamente positivos en nuestra madurez intelectual, y no hay mejor forma de promoverla entre los estudiantes que con el ejemplo. Si los profesores universitarios se interesan por leer y promover espacios, seguramente los jóvenes los emularán y gozarán de los beneficios de esta práctica que los abrigará durante el resto de la vida y les brindará compañía permanente y sabiduría.
*Rector Universidad Simón Bolívar.