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Los recuerdos tras el muro

Este lunes se cumplen 20 años de la histórica caída del Muro de Berlín. Fin de la Guerra Fría y comienzo de una nueva era en la política global. A propósito de esta conmemoración, El Espectador habló con alemanes que vivieron en el socialismo.

Yenith González S./ Especial para El Espectador, Alemania

08 de noviembre de 2009 - 09:00 p. m.
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Durante todo el día del lunes, y muy cerca de los fragmentos del muro que alguna vez separó simbólicamente al mundo capitalista del  socialista, los más importantes líderes del planeta, incluyendo a la secretaria de Estado, Hillary Clinton; los 27 presidentes de la Unión Europea y el ex presidente soviético Mijail Gorbachov, padre de la Perestoika, conmemorarán los 20 años de la caída del Muro de Berlín.

El Espectador aprovechó esta fecha para hablar con algunos alemanes que nacieron en el oriente de Alemania y vivieron en el gobierno socialista de la República Democrática Alemana (RDA). Museo vivo de un mundo que quedó atrás.

Gerda Kretzschmer (*1920, Berlín)

Un día grabado en la memoria

“Ese lunes 14 de agosto del 61 (la construcción del muro inicia el 13) cuando se abrió la puerta de la tienda donde vendíamos las máquinas de coser y apareció el director de Singer diciendo: “Dejen el trabajo hasta aquí y empaquen sus maletas rápidamente. Sabemos todavía cómo ustedes pueden escapar”. Él nos dijo que estaban construyendo el muro y que ellos conocían algunos puntos donde todavía era posible cruzar. Dijo que por el trabajo no debíamos preocuparos, porque Singer nos empelaría en Alemania Occidental. Como mi mamá ya no se podía mover porque tenía Parkinson, no tuvimos otra opción más que quedarnos para ver qué pasaría y desde entonces ya no pudimos cruzar hasta el año 80, cuando para mí fue posible ir a Occidente sólo por visita porque ya había pasado los 60 años. Uno hacía una solicitud y luego de 10 días daban una estampilla en el pasaporte. Así pude ir una vez por mes a visitar a mi sobrina”.

Lo positivo en la RDA

“El cuaderno verde. Con este cuaderno uno podía ir a cualquier médico de la RDA, porque allí aparecían las enfermedades que uno tenía, uno podía ir al banco para solicitar un crédito porque estaba registrado allí, cuánto dinero uno tenía y cuánto ganaba. Uno no pudo recibir más de un crédito para evitar que uno tuviera miles de deudas como ahora en el capitalismo”.

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Una experiencia amarga

“A mi hermano lo capturaron porque tuvo por lo menos diez novias que vinieron de todos lados menos de Alemania Oriental. La STASI lo entrevistó y se dio cuenta de que no era un espía, pero lo capturó por supuesto intento de escapar a la República Federal de Alemania (RFA). Estuvo en la cárcel un año y medio y, por supuesto, eso fue algo muy duro”.

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Lo negativo de la unificación

“Tenía un arriendo que costó 31 marcos orientales y pasó a costar 310 marcos occidentales. Claro que aumentaron mi pensión, pero no en esas proporciones. Así pasó con todo y tuve muchas pérdidas. Pero tampoco quisiera volver al tiempo de la RDA, no soy parte de esa gente, pero me gustaría mucho que volviera el cuaderno verde”.

Winfried Mainzer (*1951, Hübstedt)

Los primeros recuerdos de la RDA

“El primer recuerdo que tengo de esa época fue en la escuela donde teníamos que ponernos de pie cuando entraba el profesor y repetir esas frases que se inventaron en el comunismo, eso era como una religión: ¡Estén preparados, siempre listos!

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Pero lo que más recuerdo es la pobreza de mi familia que respondía a dos razones: primero, por vivir en Oriente, donde habían muchas restricciones, y segundo, porque mi papá ganaba muy poco como cantor de la Iglesia católica y éramos 4 niños. Muchas veces comimos sólo pan seco”.

Lo inalcanzable

“Nosotros jamás tuvimos dinero para comprar un televisor, pero teníamos un pequeño radio con el cual mis padres escuchaban una emisora de Occidente. Ellos nos prohibieron contar eso en la escuela, porque era algo contra el Estado y sería interpretado como oposición al gobierno y ellos podrían ir a la cárcel.

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¿Y un carro? Para nosotros eso era imposible. Para tener un “Trabi” (típico carro de la Alemania Oriental fabricado en plástico) uno tenía que esperar 10 años antes de que se lo entregaran. Así que si uno quería tener un carro ya, tenía que comprar uno usado, pero esos eran supercaros. Al final, nunca tuvimos uno”.

Los días de juventud

“Crecí en la única región católica de Alemania Oriental, donde mucha gente todavía se oponía al comunismo-socialismo. Eso ya era un problema. Hice el bachillerado y dos semestres de teología en una escuela de la Iglesia católica. Cuando terminé, con 21 años, tenía únicamente10 años de escolaridad, porque el aprendizaje en la Iglesia católica no estaba reconocido como un estudio oficial por el Estado.


Después fui a Berlín, pero necesitaba un permiso especial para vivir ahí, así que estuve de ilegal, lo que me trajo varios problemas. Intenté buscar un trabajo, pero todos me rechazaron por estos vínculos con la Iglesia. El único trabajo que conseguí fue como jardinero en una iglesia y ayudando en un circo. A raíz de esto, les dije (a las autoridades): si no me dejan vivir, entonces déjeme salir. Y ellos respondieron: si usted sigue insistiendo va a terminar en la cárcel por traición contra la RDA”.

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Una huida fracasada

“Era marzo del 73. Estaba en Hungría, adonde nos fue permitido viajar. Me puse ropa negra de pies a cabeza y empecé a caminar en dirección a la frontera con Austria. Después de un tiempo entré al bosque y anduve como dos horas. Luego vi una torre de madera a la que subí para orientarme y cuando estuve arriba un helicóptero iluminó la torre, pero alcancé a ver la frontera y salí corriendo en esa dirección sin saber si me habían visto. Ya eran las 4 de la mañana cuando por fin encontré una reja, un metro adelante estaba la reja más grande con hilos de hierro y a la derecha estaban las torres de vigilancia y el puesto de control donde estaban los soldados. A la izquierda había una casa de paja. Luego venía el campo minado.

Primero corté uno de esos hilos y sonó la alarma en el puesto de control. Pasé la reja y empecé a correr sobre el campo minado, me caí y sonó una explosión. Me imaginé que ya había pisado una mina. Pero lo que explotó fueron cohetes de luz que les daban la señal a ellos de dónde estaba la persona que intentaba escapar.

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Sólo me quedaba la opción de la casa de paja donde había una mezcla de estiércol de vaca y paja. Entonces la única manera de esconderme era entre el estiércol. Escuchaba el helicóptero pasando, iluminaba y se alejaba. Luego vinieron con carros buscándome y no pasó nada. Luego vinieron los perros siguiendo las huellas, pasaban sobre mi cuerpo, olían y se iban. Las voces se alejaron, pero al rato vivieron de nuevo con los perros y de repente alguien me cogió la mano y me sacó. Me pegaron y luego me llevaron preso.

El traductor me contó que un soldado vio entre el estiércol algo brillar y cuando lo tomó, era mi reloj que había quedado un poco visible entre la manga del saco y el guante. Me condenaron a dos años y 4 meses de cárcel hasta que el Occidente me compró libre el 12 septiembre del 73”.

Los esposos Rothe

Wolfgang Rothe (*1940, Wittenberg)

La captura

“Tenía el plan de escapar con un colega que había comprado un bote de motor para huir a través del mar Báltico, pero tuvimos desacuerdos y al final el plan fracasó. Sin embargo, la razón principal por la que fui capturado en 1977 fueron las solicitudes que hice para salir con mi familia a Alemania Occidental. A raíz de esas solicitudes la STASI empezó la persecución. Y cuando esto pasaba uno quedaba excluido completamente de la sociedad y observado todo el tiempo. Era increíble las herramientas que tenían para oprimir a su pueblo. Fui condenado a 33 meses de cárcel como enemigo del Estado y estuve en prisión un año y 10 días hasta que la RFA me compró libre en septiembre del 78. Después, con mucha suerte, Monika y nuestro hijo pudieron venir a vivir a Berlín Occidental en febrero de 79”.

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El día más impactante

“El día mas grande en mi vida fue cuando pude viajar a Alemania Occidental. Fue único, nunca voy a olvidarlo. Cuando muestran hoy en la televisión cómo funcionó ese pago que hacía la RFA a cambio de la liberación de personas presas en la RDA, todavía se me pone la piel de gallina. Eso también me revive el enojo de saber que después de haber hecho tanto daño, los grandes generales de la STASI se quedaron sin castigo. Muchos recibieron dinero como recompensa porque perdieron su trabajo y hoy viven en sus grandes villas, mientras que la pensión que recibieron las víctimas es para reírse”.

Un hecho político inmemorable

“Sin duda la conferencia de la CSCE (Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa) en Helsinki en 1975, cuando el presidente de la RDA, Erich Honecker, firmó el pacto sobre los derechos humanos y políticos. Ese fue el único instrumento que tuvimos los ciudadanos de la RDA para demandar algunos derechos humanos que al final estuvieron solamente en el papel. Muchos pusimos nuestras esperanzas en ese documento creyendo que podría haber un cambio”.

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Monika Rothe (*1950, Dessau)

Las requisas de la STASI

“Luego de la captura de Wolfgang no recibí ningún apoyo de nadie. Los de la STASI me espiaron todo el tiempo. Hasta mi mejor amiga fue reclutada para observarme. Cada paso que di fue vigilado y en las pocas ocasiones que me permitieron visitar a Wolfang, siempre me siguieron dos hombres.


En el trabajo me trataron como a la peste, todos me evitaron. Después la STASI comenzó a visitar mi apartamento y leyó las cartas de amor entre Wolfgang y yo y las que me envió mi tío cuando estuvo en la guerra en el 45. Tenía tanta rabia que las quemé en el horno, es una lástima. Otro día revisaron todo tan bruscamente que hasta levantaron el colchón con el niño encima y él se cayó y lloró, pero no les importó. En la noche regresaron otra vez”.

Jirka Albig (*1971, Gera)

Los regalos de Occidente

“Tenía 12 años y estaba obsesionado por un reloj digital de Quartz. Ya habían llegado a la RDA, pero no eran tan bonitos como los que habían en el Occidente. Así que empecé a ahorrar para conseguirlo. Y en Navidad vino uno de esos paquetes de los familiares lejanos de la RFA que contenía un reloj digital del Occidente. Era completamente delgado y play. Para mí era un objeto increíble de la tecnología de entonces. Fue tal mi emoción que no pude controlarla y esa misma noche enfermé, tuve fiebre y estuve dos días en la cama. Creo que ya jamás algo me emocionará de esa manera. Los niños de Occidente que crecieron con ese bienestar nunca vivieron lo que algo así significó para nosotros”.

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La gran manifestación de Leipzig

“Estuve con mis amigos del colegio en la manifestación del 9 de octubre de 1989 en Leipzig. Fuimos en una moto de un amigo desde Gera y en uno de esos tantos controles de Policía que habían a lo largo de la autopista nos detuvieron y nos confiscaron la moto con el pretexto de que las llantas no cumplían con los estándares de seguridad. Así que llegamos en tren. La manifestación fue espectacular: 70 mil personas en la calle gritando “Nosotros somos el pueblo”, la Policía y el Ejército listos para cualquier cosa y los de la STASI observando desde los techos y ventanas de los apartamentos. Sin embargo, no teníamos miedo, había tanta gente que eso dio un sentimiento de seguridad”.

Una situación arriesgada

“En el 88 prohibieron en la RDA una edición de la revista soviética “Sputnik” que contenía un artículo sobre la Perestroika (reforma).

Eso me dio la señal de que ellos (el gobierno de la Unión Soviética) estaban jugando muy en serio con esa reforma y que algo estaba desarrollándose con el Gran Hermano de manera independiente a la RDA, por lo tanto, algo estaba mal. Con algunos compañeros del colegio conseguimos la edición y tradujimos el artículo con los conocimientos de ruso que teníamos de la escuela y lo pusimos en el escritorio de la profesora de la clase de Ciudadano del Estado. Creo que eso hubiera podido terminar mal, pero la profesora sólo lo vio impactada y lo empacó en su bolsa sin decir una palabra”.

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El 9 de noviembre de 1989

“Estaba en el sofá mirando televisión y cuando vi esa conferencia de prensa, donde Günter Schabowski, miembro del Politburó del Partido Socialista, leyó un confuso anuncio que prácticamente significaba la apertura del muro,
me surgieron muchos miedos: delincuencia, drogas, desempleo; todo lo que nos dijeron que es malo del Occidente en esa clase obligatoria de Ciudadano del Estado que nos daban en el colegio. Pero dos o tres semanas después estuve muy feliz cuando pude comprar, con los 100 marcos occidentales que la RFA dio a cada ciudadano como bienvenida, una grabadora de doble casetera.
Eso era muy importante en ese tiempo porque en la RDA no se conseguían originales de la música de Occidente. Así que aunque uno tuviera la cuarta copia de un original, obviamente de pésima calidad, ¡eso era extraordinario!”.

Por Yenith González S./ Especial para El Espectador, Alemania

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