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“Mujeres dedican el doble de tiempo que hombres a las actividades domésticas”

La investigadora Argentina Eleonor Faur quien presenta su más reciente investigación en Bogotá, habla del 'mito de la súper mamá', de las desigualdades frente al cuidado de los niños que enfrentan las mujeres frente a los hombres.

Eleonor Faur* Especial para El Espectador
20 de abril de 2015 - 06:15 p. m.

La maternidad es un campo rebosante de mitos, de sentidos, de mandatos.... Toda vez que se quiere destacar un rasgo protector en una mujer, aparece el adjetivo “maternal”, a modo de guiño que busca habilitar un entendimiento común sobre su significado, un término que no requiere ninguna explicación adicional.

"Maternal” nos lleva a pensar en devoción, en anteponer los intereses ajenos a los propios. Resuena a amor incondicional, a altruismo. Pero quizás esconde dos problemas que mitifican este concepto. El primero es que socialmente se ha construido una mirada esencialista del acto de engendrar, que asocia un rasgo propio de las mujeres –su capacidad de procreación– con la supuesta existencia de un “instinto maternal”. Esto es, con la idea de que las mujeres estarían dotadas -por naturaleza- para realizar el sinnúmero de actividades que implica la crianza y la atención de los niños. El segundo problema es que está noción delineó la organización de sociedades y sistemas económicos que tallaron sus instituciones reforzando la división sexual de la responsabilidad de los cuidados, mucho más allá de los designios biológicos. En total, esto convergió en que el cuidado de los niños quedara amparado, durante largo tiempo, en el trabajo cotidiano y silencioso de las madres, constituyéndose en el imaginario colectivo en un rasgo característico de la figura del “ama de casa” y tornándose uno de los nudos críticos de las relaciones de género.

El maternalismo es un mito de origen de la familia moderna. Supone a la mujer como la “cuidadora ideal”, y entiende que el bienestar de los niños depende principalmente de sus madres, sus “garantes”. El ideal maternalista inspiró un conjunto de políticas públicas que, desde la revolución industrial sostuvieron un modelo de familia con “varón proveedor” y “mujer ama de casa”. Un modelo que, en el siglo XX, sentó las bases para el diseño de los Estados de Bienestar de la posguerra y que hoy se encuentra interpelado por las profundas transformaciones de la vida familiar y económica que protagonizamos quienes transcurrimos nuestros días en el siglo XXI.

Los resultados de las encuestas de uso del tiempo realizadas en distintas latitudes indican que las mujeres continúan siendo las principales responsables de estas actividades, cualquiera sea su edad, su posición en el hogar, su nivel educativo y su condición de actividad.

Las encuestas de Colombia y de Argentina nos muestran que las mujeres dedican el doble de tiempo que los hombres a las actividades domésticas y al cuidado de sus familiares. El problema de fondo es que esta asignación de responsabilidades domésticas persiste aun cuando la matriz societal se ha transformado de raíz.

¿Qué sucede en la actualidad?

En la actualidad, la mayoría de los hogares que tienen una pareja con quien convive, se sostienen con el ingreso de ambos, y además, son muchos los hogares encabezados por mujeres. Las mujeres han ido ocupando espacios en el ámbito público, en la política, en el mercado de trabajo, en la educación, en la cultura. Pero el ideal maternalista no se atenúa.

Las familias cambiaron, las mujeres ingresaron masivamente al mercado de trabajo, se ampliaron derechos en relación con la diversidad sexual, y, sin embargo, la asignación de responsabilidades familiares no muestra transformaciones de similar magnitud. La conciliación entre la crianza y la actividad remunerada se asienta así sobre las espaldas de las mujeres en la medida en que, incluso cuando los hombres participen de determinadas actividades, rara vez lo hacen en similar proporción que las mujeres y menos se consideran como ‘corresponsables’ de las mismas.

¿Qué sucedió con las políticas públicas? ¿Acaso lograron adaptarse a las nuevas realidades (y necesidades) de la sociedad contemporánea? ¿Continúan presuponiendo que el cuidado es (debe y puede ser) una responsabilidad femenina, maternal y familiar? Un análisis para la Argentina nos muestra un rezago importante en este sentido que, por cierto, poco difiere del canon de la región latinoamericana.

Las regulaciones que asignan licencias por nacimiento de hijos se concentran de forma casi exclusiva en las mujeres, mientras que sólo unos pocos días se ofrecen en el caso de los padres (apenas dos días para los trabajadores del sector privado). Los espacios de cuidado vinculados al lugar de empleo de trabajadores y trabajadoras son escasos, y dependen de negociaciones sectoriales, pues la ley que los reguló nunca fue reglamentada.

Si analizamos la provisión y cobertura de otros servicios públicos para el cuidado, como los jardines maternales y de infantes que dependen del área educativa, también encontramos un importante déficit en las edades tempranas, y sus coberturas comienzan a ampliarse a los 3 o 4 años. Todas estas políticas comienzan de forma paulatina a incluirse en la agenda, a ampliar prestaciones lentamente. Mientras tanto, la organización social del cuidado parece presuponer que las familias (las madres), de algún modo, se harán cargo de la atención de los niños, ya sea permaneciendo en las casas o contratando servicios privados.

Se trata de un modelo que, en última instancia, amplía las brechas socioeconómicas: es claro que las familias con mayor poder adquisitivo serán las que mejores condiciones detenten para contratar los servicios de cuidado, y externalizar las responsabilidades familiares, por la vía del mercado.

Las políticas sociales y el mercado…

Frente a los vacíos de las políticas sociales de cuidado, a los desbalances del mercado de trabajo, y a la complejidad de externalizar la atención de niños y niñas, la organización social del cuidado de la niñez se sostiene, en el siglo XXI, gracias a la multiplicidad de tareas que cotidiana y silenciosamente desarrollan las mujeres -y no por efecto de un sistema de derechos articulado y protector-. Hoy por hoy, encontramos un maternalismo ‘aggiornato’ en el enfoque de las políticas sociales respecto del cuidado. Un maternalismo que reconoce que las mujeres pueden trabajar fuera de la casa, pero no amplía de forma consistente las prestaciones para facilitar los tiempos, asignar recursos y dotar de servicios para externalizar el cuidado.

Un modelo que no tiene como punto de partida a las amas de casa como cuidadoras principales, sino a este nuevo sujeto social: las mujeres malabaristas. Mujeres-todo-terreno que sustentan la estructura económica, social y familiar sobre su esfuerzo cotidiano de gestión y ejecución de múltiples tareas (presuntamente coordinadas). Así, ni en las subjetividades contemporáneas, ni en las políticas sociales, el sujeto del cual se espera la conciliación efectiva de familia y trabajo, y el cuidado de sus seres queridos, es un sujeto “neutral”. Por el contrario, es un sujeto predefinido, femenino. Un sujeto que pareciera cabal inspiración de ‘Elastic-girl’, superheroína de la película ‘Los increíbles’, tan elástica que logra sostener a dos de sus hijos al mismo tiempo con sus interminables brazos, mientras pasa la aspiradora, prepara la comida y se alista para una misión. Una heroína imaginada a la medida de las necesidades actuales, a través de la cual la industria cultural infantil reflejó –y quizás homenajeó– a estos renovados modelos femeninos de (seudo) excepcionalidad.

¿Qué hacer?

Necesitamos revisar la organización social del cuidado, y las políticas que la sostienen. Porque las mismas tienden a reproducir determinadas formas de asignación de responsabilidades pero también, sabemos de su enorme potencial para contribuir a transformar estas sutiles -pero extendidas- formas de la injusticia. Mirado con optimismo, se podría decir que las políticas de cuidado forman parte de un campo en construcción. Existen bases sobre las cuales constituir el cuidado como un derecho de la niñez, y también de las madres y padres trabajadores. Pero aún se carece (en casi toda la región) de políticas unificadas, eficazmente articuladas y de amplias coberturas, mientras que el abordaje del cuidado no se ha colocado como una prioridad de la agenda pública.

Aquí radican tal vez los principales de­safíos: reconocer la cuestión del cuidado no como un problema personal sino como un problema público, como factor gravitante del bienestar social, es la precondición para jerarquizar esta actividad en la agenda política. Si tenemos en cuenta la multiplicidad de situaciones (edades, geografías, situación socio-económica, conformaciones familiares) en la que las mujeres tienen hijos, es claro que el bienestar de la infancia no puede asentarse sobre los malabares femeninos. Hace falta una mayor corresponsabilidad entre hombres y mujeres, pero también es necesario garantizar una mayor corresponsabilidad del Estado, del mercado y la comunidad.

De otro modo, el bienestar social seguirá sosteniéndose de forma cotidiana gracias a los esfuerzos, rara vez recompensados, de mujeres que hacen malabares día a día. La pregunta es si esto, además de justo, es sostenible.

*Elonor Faur, socióloga argentina/ Investigadora del CIS-IDES/CONICET. Fue durante cuatro años coordinadora del área de derechos de las mujeres de las oficinas de UNICEF en Colombia (1995-1999), donde estudió el comportamiento de la estructura familiar en nuestro país. A las cuatro de la tarde en la librería de la Universidad Nacional reciente libro ‘El cuidado infantil en el siglo XXI, mujeres malabaristas en una sociedad desigual', publicado por la editorial Siglo XXI Editores, en la librería de la Universidad Nacional Calle 20 N 7-15 Las Nieves. 

Por Eleonor Faur* Especial para El Espectador

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