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Narrando fútbol con las manos

Con su obra “Los sentidos del corazón”, César Daza testifica lo que ha sido conocer a la comunidad de los sordociegos y acercarlos al fútbol, la puerta de entrada de su fundación Sin Límites S.C., para extender esa experiencia a otros escenarios.

* Redacción Especiales
01 de septiembre de 2019 - 02:42 p. m.
José Richard Gallego (izq.) y César Daza, durante la ceremonia del Deportista del Año de El Espectador.
José Richard Gallego (izq.) y César Daza, durante la ceremonia del Deportista del Año de El Espectador.
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“La discapacidad no está en no ver, en no escuchar o en encontrarse en una silla de ruedas. La discapacidad está en el corazón”. A partir de esta convicción, desde su condición de empresario y también de representante legal de la fundación Sin Límites S.C., César Daza se convirtió en un referente en los estadios de fútbol de Colombia. Con habilidades para el lenguaje de señas y táctil, se le ve siempre contándole las incidencias de los partidos a sus acompañantes sordociegos. Cuando la afición canta los goles, sus amigos también saben quién logró la anotación y cómo se dio la jugada.

Sin embargo, solo su vocación de ayuda a las personas en condición de discapacidad logró cambiar su decisión de mantenerse distante del fútbol. Fueron casi diez años de ausencia, después de ser testigo de un suceso trágico durante un partido entre Santa Fe y América, cuando vio cómo lanzaban a un aficionado desde la tribuna. Antes de ese hecho había sido incondicional seguidor del expreso rojo bogotano por tradición de familia. Con una particularidad: él, sus cuatro hermanos y su padre son de Santa Fe, pero su madre es de Millonarios. Una sana rivalidad resuelta en familia.

La otra faceta de su vida fue producto de su metamorfosis personal. Según él, su rebeldía y su descontrol en la adolescencia lo llevaron a alejarse de su casa antes de los 17 años. En medio de su atracción por el trago y la rumba, fue vendedor de ropa y de repuestos, después de apartamentos, y aunque sus ingresos le daban para comer y pagar arriendo, la mayoría se iba en brindar con los amigos o pasar las jornadas laborales con gafas oscuras para ocultar sus ojos enrojecidos y tratando de alejarse de sus compañeros para que no sintieran su tufo por el licor.

Eran también los días de la universidad, en los que no le iba tan mal académicamente, pero todo lo echaba a perder por su desorden personal. Hasta que llegó el primer campanazo. Se lo dio un amigo que se alejó de él, y cuando César Daza le indagó por qué lo evitaba, le hizo ver que no podía relacionarse con alguien que no tuviera pantalones para decir que sí o que no ante determinadas circunstancias. Entonces asumió que debía hacer cambios en su vida: “El cigarrillo por el maní, el trago por el deporte, la rumba por el cine, y con buenas compañías empezó el bienestar”.

En ese camino encontró a las personas que fueron sus aliadas para llegar a su destino. Primero su esposa, Ángela Moore, que con mucha paciencia, inspiración y sacrificios lo acompañó en los momentos del abismo, y después la iglesia El Lugar de Su Presencia, donde encontró a los destinatarios de su obra: la comunidad sorda. Se percató de que no había intérpretes para que las personas con discapacidad auditiva entendieran la prédica y se propuso aprender el lenguaje de señas. Después dio con los sordociegos, por lo que optó por la comunicación táctil para ayudarles.

Desde entonces se convirtió en un personaje reconocido en su comunidad y fuera de ella. Así conoció al sordociego José Richard Gallego, con quien entabló una amistad aparte. En esa relación no demoró en aparecer el fútbol, porque así como él era acérrimo santafereño, aquel salió de Millonarios. Entre sus rivalidades de hinchas contrarios, la expectativa de José Richard era ir al estadio. Él mantenía su promesa de no volver, pero al final lo hizo en 2015 y le pudo explicar a su amigo, paso a paso, desde los tiros de esquina y los saques de banda, hasta los jalones de camiseta entre los jugadores.

Cuando Millonarios hizo gol, José Richard lo celebró como nunca. Él decidió subir a las redes ese festejo y se volvió viral. En adelante, sin falta cada ocho días, una vez para ver a Santa Fe y otra a Millonarios, la gente empezó a identificarlos con las camisetas de sus respectivos equipos. El uno narrándole al otro el partido sobre un rectángulo de madera. Se hicieron tan populares que en el año 2017, en su habitual evento anual del Deportista del Año, El Espectador les otorgó el galardón al Juego Limpio Guillermo Cano. A su vez, el Canal RCN los exaltó en su programa Valiente.

Reconocidos nacionalmente, no imaginaban que también los iba a acoger el fútbol internacional. Invitados por la Liga Europea, viajaron a Girona (España), donde pudieron compartir con los jugadores colombianos Johan Mojica y Bernardo Espinoza. Después se desplazaron a Barcelona y acudieron al Camp Nou, con aforo para 99.354 personas, donde vieron jugar a Lionell Messi. Cuando terminó el encuentro, pudieron saludar a Yerry Mina y conversar con el arquero alemán Ter Stegen, quien quedó maravillado por el método de transmitir el fútbol para los sordociegos.

En ese momento, César Daza ya había constituido su fundación Sin Límites S.C., y empezó a convocar a los aficionados del fútbol entre la comunidad de los sordociegos. A su proyecto se sumó la joven Jénnifer Villamil, que se encargó de coordinar visitas a Barranquilla, Medellín, Cali, Ibagué, Manizales y Santa Marta. También pudieron llevar su experiencia a México. Su testimonio de vida en los estadios con los sordociegos es la materia prima de su libro Los sentidos del corazón, que acaba de presentar en Bogotá para fortalecer su fundación y sus objetivos.

La historia del pequeño Juan Sebastián, que en la eliminatoria a Rusia 2018 en Barranquilla pudo conocer a Juan Guillermo Cuadrado y Yerry Mina; la de Jesús David González, estudiante de comunicación social de la Universidad del Norte, ciego de nacimiento, que vivió como nunca los goles de su amado Júnior de Barranquilla, o Andrés Gómez Acosta, un joven de 22 años de Maicao (La Guajira), cuadrapléjico por un accidente de tránsito, pero feliz en un estadio de fútbol: gracias a ellos y a muchos otros entendió que la discapacidad es un asunto mal interpretado y definido. Son más capaces que todos.

En su obra Los sentidos del corazón, César Daza evalúa las discapacidades de los padres y los hijos, cómo estas limitaciones se desvanecen a la hora de dar o aportar a tantos que lo requieren, y luego dedica varias páginas a explicar lo que realmente son los sentidos. “El oído, que en el contexto espiritual es el corazón. La vista, que provee el entendimiento. El olfato, que potencia la mente. El gusto, que se conecta con el oído para escuchar la palabra de Dios. Y el tacto, que va más allá de las manos, está en la capacidad de servicio para los demás con muchos escenarios para hacerlo”.

Hace cuatro años, César Daza regresó a los estadios, contento por advertir que se ha alejado la violencia y complacido de que cada día crece más la comunidad de los sordociegos, que ya no quieren ausentarse de este maravilloso deporte. Convencido de que cada testimonio transforma y fortalece, Los sentidos del corazón es su primera herramienta impresa para demostrar a los lectores que hay maneras de buscar un buen camino personal y al mismo tiempo vivir una vida plena y feliz, haciendo uso de los extraordinarios regalos que son los sentidos.

Por * Redacción Especiales

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