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                                                                                                                              "No te calles, no seas cómplice": carta del jugador de rugby golpeado por ser gay

                                                                                                                              La semana pasada, Jonathan Castellari fue golpeado por al menos siete hombres en un Mc Donnald’s de Buenos Aires, Argentina. La justicia todavía busca a los agresores, que hasta el momento no pudieron ser identificados. Hoy, ya recuperándose, escribió este texto, publicado originalmente en su Facebook, y que aquí reproducimos completo.

                                                                                                                              Cosecha Roja

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                                                                                                                              Nací en una familia “tradicional” y en mi casa siempre se vivió el machismo: el sobrino que tenía que ir a debutar, la mujer que tenía que levantar la mesa mientras el hombre miraba el partido. Ni hablar si en la televisión aparecía una pareja de varones chapando: “Cambiá esta mi3rda”, “poné otra cosa”, “sacá a estos put*s”.

                                                                                                                              La adolescencia fue dura. En el colegio, el hecho de que no me gustara jugar a la pelota me convertía en un ser extraño: put*, maric*n, gay. Soportar el peso de la mirada de los otros fue siempre lo más duro: esa mirada que te hace pensar que lo que sentís está mal porque va en contra de lo que el resto considera sano. Mi viejo fue el único que me dijo: “No me importa lo que hagas entre cuatro paredes, siempre te voy a amar”. Pero mi viejo falleció cuando terminé la secundaria. Recordar sus palabras es lo que me reconforta cada vez que me siento discriminado.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Cuando le pregunté si participaría de un equipo como el nuestro, me dijo que no. Que sentía que “nos discriminábamos solos porque podíamos, tranquilamente, jugar en un equipo de rugby normal”. Lo que no se daba cuenta es que él, jugando en un equipo de rugby tradicional, no podía decir abiertamente que era homosexual. Yo, en cambio, había decidido sumarme a un equipo de diversidad sexual, sin prejuicios, para tratar de cambiar la mentalidad de los que piensan que ser varón es verse bien hombre, bien masculino, ser bien macho, cagarse a piñas, cogerse a todas. Salimos a la cancha con las medias del arcoiris del orgullo y, entre todos, luchamos contra la homofobia, la discriminación y la violencia.

                                                                                                                              Pero la semana pasada volví a encontrarme con la homofobia cara a cara. Esa madrugada, con Sebastián, mi amigo, salimos de un boliche y fuimos a desayunar al McDonalds. Estábamos esperando el pedido cuando entró un grupo de ocho pibes. Primero empezaron a insultarme, después comenzó la pesadilla. Me vi en el piso, bañado en sangre, completamente indefenso. Me pegaban piñas y patadas, mientras me decían “comé por put*”, “tomá, put* de mierda”. Hay un grito que nunca voy a olvidar: “Hay que matarlo por put*”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Me salvé. Hoy puedo contarlo. Pero hay algo que no dejo de preguntarme. ¿Qué habrán sentido otros adolescentes que todavía no pueden contar que son gays cuando vieron por televisión lo que me hicieron? ¿Habrán sentido que si “se les nota lo gay” los van a cagar a trompadas? ¿Que si eso pasa nadie se va a meter? Si te preguntás cómo podés ayudar a cambiar esta locura, educá, difundí, hablalo en tu casa, hablá con tus amigos, con tus hijos. No te calles, no seas cómplice. La homosexualidad no es una enfermedad y la homofobia es una forma de odio que se inculca mediante la discriminación. Ser gay es algo innato en nuestras vidas: queremos vivir sin tener miedo de salir a la calle.

                                                                                                                              Facebook

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                                                                                                                              Nací en una familia “tradicional” y en mi casa siempre se vivió el machismo: el sobrino que tenía que ir a debutar, la mujer que tenía que levantar la mesa mientras el hombre miraba el partido. Ni hablar si en la televisión aparecía una pareja de varones chapando: “Cambiá esta mi3rda”, “poné otra cosa”, “sacá a estos put*s”.

                                                                                                                              La adolescencia fue dura. En el colegio, el hecho de que no me gustara jugar a la pelota me convertía en un ser extraño: put*, maric*n, gay. Soportar el peso de la mirada de los otros fue siempre lo más duro: esa mirada que te hace pensar que lo que sentís está mal porque va en contra de lo que el resto considera sano. Mi viejo fue el único que me dijo: “No me importa lo que hagas entre cuatro paredes, siempre te voy a amar”. Pero mi viejo falleció cuando terminé la secundaria. Recordar sus palabras es lo que me reconforta cada vez que me siento discriminado.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Cuando le pregunté si participaría de un equipo como el nuestro, me dijo que no. Que sentía que “nos discriminábamos solos porque podíamos, tranquilamente, jugar en un equipo de rugby normal”. Lo que no se daba cuenta es que él, jugando en un equipo de rugby tradicional, no podía decir abiertamente que era homosexual. Yo, en cambio, había decidido sumarme a un equipo de diversidad sexual, sin prejuicios, para tratar de cambiar la mentalidad de los que piensan que ser varón es verse bien hombre, bien masculino, ser bien macho, cagarse a piñas, cogerse a todas. Salimos a la cancha con las medias del arcoiris del orgullo y, entre todos, luchamos contra la homofobia, la discriminación y la violencia.

                                                                                                                              Pero la semana pasada volví a encontrarme con la homofobia cara a cara. Esa madrugada, con Sebastián, mi amigo, salimos de un boliche y fuimos a desayunar al McDonalds. Estábamos esperando el pedido cuando entró un grupo de ocho pibes. Primero empezaron a insultarme, después comenzó la pesadilla. Me vi en el piso, bañado en sangre, completamente indefenso. Me pegaban piñas y patadas, mientras me decían “comé por put*”, “tomá, put* de mierda”. Hay un grito que nunca voy a olvidar: “Hay que matarlo por put*”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Me salvé. Hoy puedo contarlo. Pero hay algo que no dejo de preguntarme. ¿Qué habrán sentido otros adolescentes que todavía no pueden contar que son gays cuando vieron por televisión lo que me hicieron? ¿Habrán sentido que si “se les nota lo gay” los van a cagar a trompadas? ¿Que si eso pasa nadie se va a meter? Si te preguntás cómo podés ayudar a cambiar esta locura, educá, difundí, hablalo en tu casa, hablá con tus amigos, con tus hijos. No te calles, no seas cómplice. La homosexualidad no es una enfermedad y la homofobia es una forma de odio que se inculca mediante la discriminación. Ser gay es algo innato en nuestras vidas: queremos vivir sin tener miedo de salir a la calle.

                                                                                                                              Por Cosecha Roja

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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