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Nueva generación de bebés probeta

El doctor Elkin Lucena, pionero de la fertilización ‘in vitro’ en Colombia y Latinoamérica, anuncia el comienzo de una nueva era en la reproducción asistida: el regreso a lo natural.

Pablo Correa
09 de julio de 2008 - 08:29 p. m.

En una sala del segundo piso del Centro Colombiano de Fertilidad y Esterilidad (Cecolfes), al norte de Bogotá, una pareja espera ansiosa. Viajaron desde Fusagasugá para completar la última etapa de un embarazo asistido. En cuestión de minutos los médicos realizarán “la aspiración” de los óvulos de ella, para más tarde unirlos con los espermatozoides de él en uno de los laboratorios de la clínica y crear dos embriones que luego serán transferidos al útero de la madre.

Si todo sale como está planeado, y no hay contratiempos en el proceso de fertilización ‘in vitro’, en tres días regresarán a casa con la promesa de un embarazo por el que han esperado siete años. No quieren fotografías y prefieren reservar sus nombres. Un círculo de intimidad que los protege de falsas esperanzas y bromas pesadas de amigos y familiares.

“La ciencia juega un papel muy importante en esto, pero ahora estamos en manos de Dios, necesitamos esa ayuda divina que es el milagro de la vida”, dice él mientras su esposa sonríe.

El nacimiento de niños concebidos ‘in vitro’ dejó de ser noticia hace mucho tiempo. Desde que nació Louise Brown, la primera bebé probeta del mundo, el 25 de julio de 1978, en el Reino Unido más de 10.000 niños han sido concebidos gracias a técnicas de reproducción asistida y en el mundo esa cifra supera los tres millones. En Colombia, sólo en Cecolfes, entre 1985 y 2004, nacieron 3.456 bebés.

Pero el doctor Elkin Lucena, director de esta clínica y acostumbrado a ganar en la carrera de la innovación, tiene un anuncio que hacer: “Aprendimos mucho en estos 30 años y ahora tengo el honor de abrir una nueva era, es tiempo de regresar a lo natural”.

¿A lo ‘natural’? En el mundo de la reproducción “artificial”, donde la vida se concibe en laboratorios esterilizados, utilizando microscopios de alta resolución, pipetas y medios de cultivo, donde el aire es purificado para evitar alteraciones genéticas a causa de sustancias volátiles y los embriones excedentes se guardan en tanques de nitrógeno líquido, la palabra natural suena a herejía.

Pero Lucena está acostumbrado a nadar contra la corriente. A principios de los años ochenta, los altos jerarcas de la Iglesia lo satanizaron al enterarse de que utilizaba donantes de semen para lograr embarazos en mujeres cuya pareja sufría problemas de infertilidad. “Lucena está poniendo semen de otros hombres a las mujeres”, decían escandalizados.

Más tarde, cuando todos miraban hacia Europa con asombro, él demostró a los incrédulos que en Latinoamérica  también podía concebirse bebés-probeta. Fue así como nació Diana Carolina Méndez, bajo la mirada atenta de más de 33 personas, entre periodistas, familiares y médicos, en aquella sala de parto en la Clínica del Country un 10 de enero de 1985.

Por si fuera poco, años atrás los jesuitas lo habían expulsado de la Universidad Javeriana y enviado una carta a las demás universidades para que no lo aceptaran, acusado de defender ideas revolucionarias.

Cambio de rumbo

“Tengo el honor de abrir esta nueva era para el beneficio de todas las parejas aquejadas de disfunción reproductiva”, fueron las pomposas y entusiastas palabras que el doctor Lucena leyó durante un congreso latinoamericano de expertos en fertilidad


en Perú. Semanas atrás, recorrió Centroamérica, como un apóstol de los nuevos tiempos, llevando el mismo mensaje. Y en Londres, en el mes de abril, se reunió con especialistas de todo el mundo para discutir la importancia de este viraje de 180 grados.

“Menos químicos, menos sustancias artificiales. Ahora trabajamos con lo natural”, es la proclama de Lucena.

A partir del nacimiento de Louise Brown, la primera bebé probeta y quien cumple 30 años este mes, el uso de gonadotropinas, una hormona secretada por la glándula pituitaria y que en la mujer estimula la maduración de los óvulos, comenzó a popularizarse entre los centros que ofrecen programas de reproducción.

Al inyectar altas dosis de esta hormona, los médicos logran que una buena cantidad de óvulos maduren en los ovarios de las pacientes, no menos de 15, para luego “aspirarlos” mediante una técnica quirúrgica. Estos óvulos maduros son fecundados en el laboratorio con el esperma de la pareja o de un donante de semen, y después de un breve período de incubación, varios de ellos son implantados en el útero.

Sin embargo, el uso de esta hormona, que puede elevar hasta en tres y cuatro millones de pesos el valor de una fertilización ‘in vitro’, tiene efectos adversos que comienzan a preocupar a los especialistas. El principal, dice Lucena, es el riesgo de presentar síndrome de hiperestimulación ovárica. Un síndrome que afecta hasta el 10% de mujeres en las que se inyecta. Y si bien es leve en la mayoría de los casos, algunos se complican poniendo en riesgo la vida de la madre.

La idea de no utilizar la gonadotropina o usarla en menor cantidad por supuesto no ha resultado muy agradable para muchos especialistas, quienes derivan una buena tajada de sus ganancias de la venta de estos productos, ni para la industria farmacéutica. Lucena dice que la presión del público tarde o temprano los hará ceder.

De hecho, hoy en día, muchas parejas viajan desde Estados Unidos o Canadá a países como Colombia en busca de ofertas más económicas para realizarse una fertilización in vitro. Hasta 15.000 y 20.000 dólares puede costar un procedimiento en países desarrollados. En Colombia, va desde los siete hasta los 12 millones de pesos. Y si se cumplen las predicciones de Lucena, el valor podría caer a la mitad.

Para evitar el uso de la hormona, que además genera una influencia negativa en la maduración de los óvulos,  multiplica el riesgo de anormalidades cromosómicas y altera el endometrio donde se implantan los embriones, los especialistas están de vuelta adonde empezó todo. Robert Edwards y Patrick Steptoe, los responsables del nacimiento de la primera bebé probeta, utilizaron el ciclo natural de ovulación para extraer los óvulos que necesitaban sin hormonas.

Así es que con nuevos conocimientos en embriología, genética y endocrinología, cosechados a lo largo de estas décadas, los expertos creen que podrán devolverle a la naturaleza una parte del proceso que le arrebataron con el desarrollo de las nuevas tecnologías.

Utilizando ecógrafos, hacen un seguimiento de la maduración natural de los folículos en los ovarios una vez ha cesado la menstruación. Cuando el folículo que contiene los ovocitos (óvulos inmaduros) alcanza un tamaño aproximado de 16 milímetros, se aplica una mínima dosis de la hormona y 36 horas después se aspiran los ovocitos. Éstos  aún no están listos para la fertilización, así que en el laboratorio se completa su maduración. En Cecolfes ya han nacido nueve bebés con este procedimiento.

Germán Raigosa, ginecólogo y director médico de Inser, una de las clínicas especializadas en fertilidad más grandes del país, con sede en Medellín, Montería y Pereira, dice que también ellos están trabajando en este sentido: “Estamos arrancando con esta técnica que es novedosa en el mundo, madurar los óvulos ‘in vitro’, sin dar estimulación ovárica a la mujer”. Los resultados han sido positivos, asegura.


La nueva técnica apunta, además de disminuir costos, a reducir el riesgo de embarazos múltiples. Hasta ahora, a las mujeres que se someten a uno de estos procesos se les implantan entre dos y tres embriones para aumentar la probabilidad de embarazo.

Esto hace que el riesgo de tener gemelos o trillizos se multiplique. En Estados Unidos la tasa de embarazo múltiple es del 37% y en Europa del 26%. Los expertos creen que con las nuevas técnicas este riesgo se puede reducir implantando uno o máximo dos embriones.

Parece un paso inevitable en la ciencia de la reproducción humana: técnicas más seguras a más bajo costo. Ante un mundo que enfrenta cambios dramáticos en su pirámide poblacional y en estilos de vida, cada día son más y más las personas tocando las puertas de las clínicas de fertilidad.

Según Juan Carlos Mendoza, director general de Asociados en Reproducción Humana y Presidente de la Sociedad Colombiana de Fertilidad, se calcula que una de cada seis a siete parejas tendrá dificultades para embarazarse espontáneamente: “Hacia los años 80 se calculaba que una de cada 10 a 15 enfrentaba este problema”.

¿Por qué somos menos fértiles? Todos coinciden en señalar varias causas. Por un lado, los nuevos roles de la mujer, el deseo de estudiar y consolidar una carrera profesional, han hecho que aplacen la maternidad casi al límite de las posibilidades naturales. Ese límite, aunque no existe consenso, son los 36 años. Después de esta edad la posibilidad de un embarazo va cayendo dramáticamente hasta desplomarse a los 39 y 40 años.

También el cambio en el concepto de familia. Cada vez hay más divorcios y parejas que quieren tener hijos en su segundo o tercer matrimonio.

“Por otra parte tenemos muchas conductas médicas que alteran la funcionalidad de los órganos reproductivos. A esto hay que sumar el estrés, enfermedades de transmisión sexual, traumas testiculares por deportes en los hombres, algunos tipos de toxicidad que afectan a hombres y mujeres”, explica Juan Carlos Mendoza.

Falta añadir a esta lista pacientes que han enfrentado cánceres y procesos de quimioterapia, y que una vez recuperados, quieren tener hijos.

Mientras continúa el pulso entre los que defienden los métodos tradicionales y quienes comienzan a innovar, no hay duda del papel que seguirán jugando estas técnicas en un mundo que obliga al ser humano a ir más rápido que su propia naturaleza.

“El ovario es un universo en miniatura”, dice Lucena, reconociendo que a esta ciencia rebautizada como reprogenética aún le falta mucho por avanzar en el conocimiento de la reproducción humana.

 

 pcorrea@elespectador.com

 

Por Pablo Correa

 

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