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La muerte de su esposo, anunciada por radio en la madrugada, fue sólo otro de los golpes que recibió durante estos seis años. Mucho antes, Consuelo de Perdomo ya había tenido que aprender a vivir entre alambres de púas, sin ninguna condición de subsistencia digna; había soportado viajes de más de tres meses, con jornadas diarias de entre 5 y 7 horas caminando sin parar. Había convivido con 28 hombres, siendo ella la única mujer a la que habían visto en mucho tiempo. Había sufrido dolencias que ni siquiera sabía que existían y, finalmente, había apoyado con sus escasas fuerzas a otros compañeros más enfermos que ella.
La que en ese momento era representante a la Cámara, fue secuestrada el 10 de septiembre de 2001. Y hace apenas un mes pudo volver a ver a sus hijas y a "la compensación de la vida": la nieta que no conocía, una pequeña rubia de pelo alborotado cuya simpatía embrujó a los camarógrafos de televisión. Sin embargo, y aun con todo lo que tiene que estar revolviéndose en su interior, Consuelo no ha podido soltar las amarras de sus emociones pasadas.
Conserva una calma que uno diría que es más bien un muro de contención. Nada parece alterarla, ni siquiera el momento del primer abrazo familiar, transmitido en directo a un país paralizado por el sentimiento colectivo de culpa. Responde con serenidad y se ve que está midiendo cada frase que va a decir. Se puede descubrir que guarda muchos secretos, unos de sus compañeros, otros de sí misma. No obstante, se le escapan detalles estremecedores que deberían conmover incluso a los calculadores políticos que, sentados en un mullido sofá, se oponen a un acuerdo para liberar a sus compatriotas.
Cecilia Orozco Tascón.-¿Quiénes fueron sus más cercanos amigos entre los cautivos?
Consuelo de Perdomo.- Tuve la inmensa fortuna de llegar a un sitio donde había un grupo de buenos compañeros, pero hice gran amistad con Alan Jara y con el capitán William Donato. Con ellos, nos impusimos la tarea de sobrevivir y por eso siempre nos dábamos ánimo. El coronel Mendieta también fue una extraordinaria persona conmigo y me enseñó prudencia, paciencia, tolerancia y confianza en Dios.
C.O.T.- ¿En cuántos campamentos estuvo usted?
C.P.- En cuatro. Al principio me llevaron al lugar donde estaban los militares. Allá llevaron después a Jorge Eduardo Gechem y a Gloria Polanco. Más adelante nos dividieron: por un lado dejaron a todos los uniformados y por el otro, a los civiles. En este grupo estuvimos Íngrid, Clara, los tres norteamericanos, el senador Gechem, Luis Eladio Pérez, Beltrán, Gloria y yo. Después volvieron a reunir a militares y civiles y nos obligaron a caminar durante varios meses para ir hacia otras zonas. Finalmente me ordenaron quedarme en un campamento con algunos militares: Alan, Gloria, Jorge Eduardo, Clara y yo. Con ellos estuve conviviendo tres años y medio, hasta cuando me liberaron.
C.O.T.- ¿Tuvo que ayudar a Clara durante su embarazo?
C.P.- Todos le ayudábamos en lo que nos era posible, debido a los pocos elementos que teníamos. De todas maneras logramos organizarle un equipo al bebé. Pero ella fue retirada del campamento un par de meses antes del nacimiento del niño.
C.O.T.- Cuando llegó al campamento de los militares, ¿tenía otra compañía femenina o permaneció sola entre hombres?
C.P.- Durante seis meses estuve sola con ellos hasta cuando llegó Gloria Polanco.
C.O.T.- Esa circunstancia debió ser incómoda y hasta riesgosa. ¿Enfrentó algún problema?
C.P.- No tuve riesgos, pero sí era difícil e incómodo. Había que bañarse en comunidad, por ejemplo. Pero en ese tiempo me hicieron una ‘alcoba' independiente, así que pude tener un poco de privacidad.
C.O.T.- De ese sitio se ha dicho que es igual a un campo de concentración. ¿Se le puede llamar así en sentido estricto o es algo exagerado por el video?
C.P.- Las imágenes mostraron la realidad tal cual era. Allí vivimos en esas condiciones de encierro, rodeados de mallas y alambres de púas y en medio de la espesura de la selva.
C.O.T.- ¿Alguna vez vio a los miembros del Secretariado?
C.P.- Conocimos al Mono Jojoy hace 4 años, cuando fue el periodista Jorge Enrique Botero. Tuvimos una reunión en la que Jojoy nos notificaba que el periodista sería el portador de unas pruebas de supervivencia a través del video. Esa fue la única vez que vimos a un miembro del Secretariado.
C.O.T.- ¿Qué actitud asumió Jojoy con ustedes?
C.P.- Muy distante. Algunos de los secuestrados del Ejército y de la Policía le hicieron reclamos muy duros por la prolongación del cautiverio y por la falta de decisiones sobre nuestra suerte. Utilizaron palabras fuertes, pero lo sorprendente fue que él no contestó absolutamente nada y que tampoco se alteró.
C.O.T.- A propósito, ¿qué actitud política y emocional tienen hoy los soldados y policías secuestrados, después de tantos años de cautiverio?
C.P.- Han asumido una actitud admirable y con un compromiso inmenso con su institución, con el Estado y con el país, a pesar de las dificultades y del encadenamiento permanente que han soportado. Después de nueve y diez años, no han claudicado. El país debe de saberlo y tiene que ser consciente de que allá hay un grupo de uniformados que sigue expresando su solidaridad con los gobiernos, pese al abandono estatal que han sufrido.
C.O.T.- Cualquiera termina doblegado por las cadenas. ¿Ellos cómo han superado esa condición tan denigrante?
C.P.- Manteniendo su dignidad. Nunca los oí pedir que se reconsiderara la medida y que les soltaran las cadenas. Por eso he dicho y sostengo que no han claudicado.
Unos débiles, otros atléticos
C.O.T.- ¿Pasó alguna vez por una situación que le produjera pánico?
C.P.- El día que se rompió el proceso de paz con el presidente Pastrana fue terrible para nosotros, en particular cuando él le notificó al país que iban a ingresar las Fuerzas Militares a la zona de despeje. Esa misma noche sentimos los bombardeos casi encima de nosotros y tuvimos que salir huyendo después de la medianoche. Me sentía en pleno campo de guerra.
C.O.T.- ¿Fue notorio entonces el deterioro de condiciones para los secuestrados?
C.P.- Sí, claro, porque en época del proceso había facilidades que hacían más llevadera la vida, como el ingreso de medicamentos, elementos de cocina, comida y otros implementos. Por ejemplo, tuvimos televisión, aunque durante un tiempo muy corto, porque contábamos con energía. Pero una vez se terminó el proceso, se acabó todo y se complicaron las cosas rápidamente. No teníamos ni siquiera una vela.
C.O.T.- Una cosa es el peligro externo. Otra, el deseo de morir. ¿Quiso morir alguna vez?
C.P.- A medida que pasaba el tiempo y no se veía solución a corto plazo, indiscutiblemente venía la desesperación.
C.O.T.- ¿Eso significa que llegó a pensar en una solución extrema, como el suicidio?
C.P.- La desesperanza es tan grande que a uno lo asaltan muchas ideas, ideas que en otras circunstancias ni se nos ocurrirían. Afortunadamente hubo reflexión y asumí la actitud de luchar por mi supervivencia.
C.O.T.- ¿Intentó escapar alguna vez?
C.P.- Nunca, porque sabía que no podía sobrevivir en la selva, pero muchas veces lo desee.
C.O.T.- Se comenta sobre las enfermedades que sufren los secuestrados en cautiverio. ¿Cuáles padeció usted?
C.P.- Tuve paludismo tres veces, pero en una de ellas la enfermedad fue más severa. Afortunadamente había droga y los compañeros me ayudaron. También me dio leishmaniasis. No sabía que existía esa enfermedad y no fue nada fácil manejarla. Sin embargo, no me quedaron secuelas.
C.O.T.- En las pruebas de supervivencia se nota que unos secuestrados están muy enfermos o deprimidos, como Íngrid. Y pareciera que otros, por su estupendo estado físico, estuvieran en un gimnasio o en un campo de entrenamiento militar, como los norteamericanos. ¿Por qué ocurre ese fenómeno?
C.P.- La actitud anímica que cada uno decide asumir frente al secuestro es la única explicación para que algunos resistan más que otros.
C.O.T.- ¿Diría usted que la extrema delgadez de Íngrid es producto de su depresión?
C.P.- Durante los 10 meses que estuve con Íngrid, ella estaba muy fortalecida anímica y espiritualmente. Comía muy poco pero hacía una hora diaria de yoga y otra de gimnasia; leía los textos que tenía al alcance y se integraba con nosotros. Los norteamericanos también practicaban gimnasia diaria y comían lo que les dieran, así no fuera de su agrado. Por eso insisto en que la actitud es definitiva.
C.O.T.- ¿Cómo superó usted la situación?
C.P.- A pesar de que frecuentemente sufrí de depresión, hacía todo el esfuerzo para salir de ella o para manejarla. También me propuse ejercitarme con gimnasia de lunes a viernes, y caminaba dos horas cada día para mejorar mi estado físico. Esa disciplina me sirvió muchísimo, inclusive para resistir las caminatas tan difíciles que nos imponían. Una vez caminamos tres meses todos los días. Fue espantoso.
¿Liberación con maquillaje?
C.O.T.- El día de su liberación mucha gente se preguntó por qué Clara y usted se veían tan bien e incluso se comentó que se habían maquillado. ¿Tuvieron tiempo de arreglarse antes?
C.P.- No. Nosotras llegamos la noche anterior, a veinte minutos del sitio donde aterrizaron los helicópteros, con la dotación que nos dieron las Farc: sudadera, camiseta y botas. Al otro día cuando nos encontramos con los funcionarios de la Cruz Roja, ellos nos insinuaron que nos cambiáramos de ropa por una que habían traído. Así lo hicimos y claro que no estábamos maquilladas.
C.O.T.- En todo caso se dijo que el gobierno venezolano les había enviado una pequeña dotación de elementos femeninos para mejorar su aspecto. ¿Es cierto?
C.P.- No, y si hubiera sido cierto, tampoco hubiéramos tenido tiempo de arreglarnos porque todo sucedió muy rápido.
C.O.T.- Con todo respeto, los televidentes esperaban mucha emoción, llanto y abrazos fuertes en el momento del encuentro con sus familias, pero ustedes estuvieron muy serenas. ¿Por qué?
C.P.- Pienso que era tanta la alegría de volvernos a encontrar con la familia, en mi caso con mis hijas, mi nieta y mis yernos, que no tenía por qué llorar. Estaba feliz y nunca he llorado cuando estoy contenta.
C.O.T.- ¿Por qué fue liberada usted junto a Clara?
C.P.- Ese es un interrogante que me he hecho desde el momento en que me enteré de la decisión de las Farc. Sigo creyendo que fue un milagro.
Conversación con Uribe
C.O.T.- El presidente Chávez y el presidente Uribe son polos opuestos. ¿Cómo fue el encuentro con cada uno?
C.P.- El presidente Chávez es espontáneo, comunicativo, franco y cálido. El presidente Uribe me visitó unos días después de mi llegada a Bogotá. Fue muy respetuoso al escuchar lo que yo le decía.
C.O.T.- ¿Uribe le pareció igual de duro a la imagen que tiene por su posición frente al acuerdo?
C.P.- Duro no es el término. Tal vez es una persona menos espontánea, pero creo que es más analítico. Después de que nos reunimos, me pareció que adoptó una posición más humana.
C.O.T.- ¿Pudo tener una discusión franca con el Presidente en esa visita?
C.P.- Conversamos abiertamente. Le hablé de la situación tan crítica de mis compañeros y le insistí en que la lucha por su liberación era una carrera contra la muerte. Le dije que si no se hacía algo rápido, muchos no iban a poder resistir. También le señalé que su programa de seguridad democrática tenía tanto respaldo que constituía una garantía para que él pudiera ordenar cualquier tipo de despeje o zona de encuentro.
C.O.T.- ¿Es cierto, como lo han dicho altos funcionarios de Estado, que las acciones de las familias de los secuestrados perjudican a sus parientes y dificulta la liberación?
C.P.- Es un concepto equivocado, porque la guerrilla tiene formada una opinión sobre los secuestrados y sobre lo que significa cada uno de nosotros para ellos y para el país.
C.O.T.- ¿La guerrilla evalúa en forma diferente a los secuestrados de carácter político y a los de carácter económico?
C.P.- A los militares y policías con quienes compartimos campamento, las Farc los califican como ‘prisioneros de guerra'. A los ex parlamentarios y dirigentes políticos los consideran ‘presos políticos'. Pero el tratamiento es igual. Nosotros nunca estuvimos con otro tipo de secuestrados.
C.O.T.- ¿Cómo interpretaban ustedes la posición inamovible tanto de un lado como del otro? ¿Como un acto de soberbia o de insensibilidad?
C.P.- A mi juicio no se trata de soberbia. Para nosotros estaban jugándose un pulso político.