El pasado 5 de junio partieron de la ciudad de Cali, departamento del Valle del Cauca en la República de Colombia, dos entusiastas colombianos, Ley Jenier Moreno y Jhon Jaime Rojas, con un sueño anhelado desde lo mas recónditos de su corazón, dejar atrás la zozobra de la violencia desaforada y encarnada en el casi 80% de la población, de esa luchadora y hermosa Colombia, donde las pandillas callejeras, la delincuencia común y los grupos organizados al margen de la ley, hacen de su territorio previamente demarcado y ganado a punta de pistola, su propio espacio para ganar o morir, legando el mando al delincuente de turno según la jerarquía de la organización como, es el caso de las moribundas filas de las Farc, guerrilla colombiana.
Nuestros dos viajeros, que por causas que no relataremos por su seguridad personal, dejaron atrás sus mundos, vidas en familia , el calor del hogar para adentrarse en la frontera con el Ecuador y así sucesivamente en Perú y Bolivia y por último llegar a rastras a la ciudad de Mendoza, en la Argentina, ya sin dinero, con hambre sueño, con la mugre de sus ropas perceptible a simple vista, su cansancio aflorado por cada poro. Su ébano color "negro" parecía brillar en los escasos rayos de sol, los mismos que anhelaban al tener que salir a las cuatro de la mañana del albergue de la Madre María Elena, que los cobijaba cada noche por 5 pesos argentinos.
La romería de negros y negras con una esperanza latente en sus corazones se iniciaba cada mañana, desde las 4 de la mañana, como ya dije en caminata hacia las bancas de la terminal de buses en Mendoza, donde pasaron el día a la espera de que alguna persona movida en su corazón, les dé una moneda o por qué no, les regale un pasaje rumbo a la soñada Santiago, para alcanzar la cúspide de su sueño.
¿Quién se tira mañana? es la pregunta que susurran en los pasillos y salas del albergue. Tirarse es iniciar el viaje desde Mendoza, rumbo a Chile.
Con los pelos de punta, su estómago retorcido por el hambre, ansiosos esperan que el bus ascienda hasta el pico más alto de la cordillera de los Andes, en Aconcagua, paso fronterizo Los Libertadores, donde tendrán que pasar por la ventanilla de control, primero la de Argentina, ni un problema...
Luego a un escaso metro la ventanilla del oficial de la PDI, Policía de Investigaciones de Chile, quien toma sus pasaportes con una bien impartida psicología, los bien preparados policías parecen gurús avesados que todo lo saben...
Después de un breve diálogo y de haber solicitado la bolsa de viajes, que son mil dolares aproximadamente, para calificar como turistas y poder ingresar a la anhelada República de Chile.
Nuestros viajeros Ley Jenier y Jhon Jaime son devueltos pese a haber manifestado que venían huyendo de la violencia en Colombia, y de mostrar una certificación de la Fiscalía de Colombia, sus esfuerzos se desvanecieron al igual que sus fuerzas que a cada instante se desmejora con el paso de los días sin alimento.
Debían regresar donde la Madre María Elena, al albergue. "Qué importa que tengamos que salir a las cuatro de la mañana a sentarnos en la terminal de buses de la ciudad de Mendoza", exclamó uno de nuestros viajeros, después de abordar un bus donde fueron embarcados por los gendarmes de Argentina, volvieron a percibir el paisaje de los interminables sembradios bien cultivados de la pampa Argentina, rumbo de nuevo hacia la terminal de buses, en la espera de una mano amiga que les dé un empujón.
Fue ahí, en la terminal de buses donde los encontré. Fui acompañado de un gendarme (policía) quien muy profesionalmente me guió hasta ellos con afecto. Me dijo, "¿ellos son?". Efectivamente, me encontré con un cuadro no muy halagüeño, rostros cansados sus negras bocas resecas y su mirada aún tenía un brillo de esperanza.
Después de realizar los trámites de ley, en concordancia con los tratados internacionales, la PDI, a cargo de un oficial Jefe de el complejo fronterizo Los Libertadores, quienes de una forma muy profesional y humana valoraron este caso, los viajeros pudieron llegar a Chile donde les espera otra odisea, a 6 mil kilómetros de distancia de su amada Colombia que aunque con violencia, Ella lo vio crecer.
Por Jgallegos, colaborador de Soyperiodista.com