Darwin Velandia es un piloto de carreras que no tiene un equipo de ingenieros que revisa la alineación y la calibración de las llantas de su automóvil, tampoco lidia con la estrechez del habitáculo ni con la rutina de acomodar el casco que lo protege de los golpes. Su único rito consiste en revisar el estado de las baterías del control del Xbox 360, el instrumento que se convierte en su volante y en su herramienta de trabajo.
Si bien un fallo en el control no le significaría el riesgo de lastimar su integridad física, sabe muy bien que le podría costar caro. Un trompo o una mala entrada a una curva pueden traer la derrota en la pista y la pérdida de un premio. Además de diversión y pasatiempo, Darwin ha hecho de los videojuegos el mejor camino para mantenerse por casi una década.
Al crecer en el seno de una familia humilde, los apretujones de la economía lo sacaron de la escuela a los 12 años. Enfrentarse al mundo laboral tan joven no fue fácil. Los empleadores no le daban trabajo a una persona menor de edad. Sin más remedio y con las ansias típicas de un niño por el juego, salía de su casa hacia los locales que alquilaban consolas por horas. Jugando de cuando en cuando y soportando continuamente los reproches de su padre, se hizo experto en un juego de combate titulado Dragon Ball Final Bout.
La destreza lo hizo merecedor del primer logro de su carrera, al coronarse campeón de un torneo en el barrio Patio Bonito especializado en el juego de sus amores. Un título que le generó un botín del que se le escapa la cifra exacta, pero que era lo suficientemente jugoso para motivarse. Después de un año de práctica y de victorias en diferentes juegos, Darwin encontró su fuerte en los juegos de carros. Entró en la onda del Need for speed y sus múltiples ediciones, encontrando en la versión High Stakes la que mejor se adaptaba a su estilo de manejo.
Conquistando las pistas
La publicidad voz a voz hizo llegar hasta sus oídos la realización de un torneo en donde participarían más de 300 competidores en el barrio Kennedy, de Bogotá. Sin embargo, la dimensión de la contienda, lejos de ponerlo nervioso, lo
motivaba al saber que la recompensa final, en caso de ganar, sería de dos millones de pesos. Además contaba con lo que él consideraba una ventaja: Need for speed high stakes sería la plataforma en la que se jugaría la competencia.
Allí se midió contra adversarios mucho más grandes que él, incluso algunos llegaban a subestimarlo por su corta edad. Poco a poco fue avanzando hasta llegar a la final, una etapa en la que su Porche Carrera no le falló y lo condujo al campeonato.
Con el paso de los años continuó por senderos victoriosos. Algunas publicaciones especializadas en videojuegos le pagan 10.000 pesos diarios por vestir una camiseta promocional, y al obtener consolas de premio, después de haber ganado la suya, las vende a terceros por un precio cercano al millón de pesos (ya lleva un total de ocho vendidas). También algunas compañías lo contratan para hacer exhibiciones de su nueva especialidad, el juego Forza motorsport , en el que se encarga de adecuar la publicidad de la empresa pautante al diseño de su carro, para luego demostrar sus habilidades derrapando en la pantalla.
En su hoja de vida de jugador figuran más de 40 triunfos en competiciones barriales y empresariales, sin contar con el sinnúmero de apuestas que ha ganado y en las que ha llegado a poner en juego hasta medio millón de pesos. De igual modo, a mediados de este mes comenzará a recibir un salario mínimo mensual por competir semanalmente en un estadio virtual que se inauguró en Bogotá, un trabajo que hoy por hoy lo tiene entrenando 6 horas diarias, que alterna con los deberes nocturnos del colegio en el que valida el bachillerato.
Ahora, con 21 años, Darwin dejó de ser recriminado por su padre. Pero tiene que sortear con otro inconveniente: “Mi novia no entiende que los videojuegos son los que me dan para vivir”.