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"Sabas fue mi cancerbero"

Apartes del libro 'Yidis Medina: confieso'. La ex congresista, protagonista de la reelección del ex presidente Álvaro Uribe, le contó al periodista Alejandro Villegas su periplo. El Espectador publica el capítulo ‘El día inmarcesible de la votación’. *

El Espectador
13 de diciembre de 2010 - 02:10 a. m.

“Al salir de la oficina presidencial, Iván (Díaz) y yo nos dirigimos hacia el salón donde se encontraban los demás congresistas del Sí en compañía del presidente Álvaro Uribe. El ministro del Interior, Sabas Pretelt, nos pidió estar al otro día en la Casa de Nariño antes de las 9 de la mañana para ultimar los detalles referidos a la votación. Al despedirme me acerco hasta donde Uribe, quien me da un beso en la mejilla y me toma por los hombros:

—Bueno mija, firme con eso.

—Tranquilo Presidente, que yo estoy firme.

Salí con Iván y César Guzmán hacia el Congreso. Mientras caminábamos Iván afirmó: “Yidis, le juro por mi madre que el gobierno le va a cumplir. Me comprometo con usted a que le doy otros tres meses en el Congreso si apoya la reelección. Entramos por el sótano para evitar a los periodistas. Sin embargo, se percataron de mi presencia, pero mi respuesta fue categórica: “No voy a dar declaraciones”. Les cerré la puerta en la cara mientras intentaban meter sus micrófonos. Iván me pidió que fuéramos pensando en los nombres de las personas que íbamos a poner para los cargos que me habían ofrecido. Sabía que para la Red de Solidaridad postularía a César Guzmán y para la Notaría 2 a Jairo Plata. No tenía candidato para el Seguro Social.

Llamé a mi mamá, quien llevaba 14 años trabajando en el Seguro de Barranca, para que me recomendara un candidato y le conté que existía una posibilidad de unos nombramientos a cambio de apoyar la reelección. “Piense bien lo que va a hacer, no sea que se le convierta en un problema”, me advirtió. Traté de tranquilizarla, le dije que todo estaría bien. Ella me sugirió el nombre de Carlos Correa. “Es una buena persona mija”, atinó a decir mi mamá antes de colgar. En cuestión de minutos ella le contó y lo llamé para que enviara su hoja de vida.

En 20 minutos ya la tenía en mi despacho. A las 5 de la tarde llegó a la oficina del Congreso Sabas Pretelt. Me saludó de beso y dijo: “Mañana va a ser un día muy duro, pero tranquila, que nosotros vamos a estar protegiéndola para que esté segura de lo que va a decir. En cuanto a la parte jurídica, ya la estamos analizando para que no vaya a tener problemas”. Sabas siempre fue muy cálido, un hombre de diálogo parsimonioso que imprimía serenidad y, además, era muy carismático. “Yo vengo a ratificar lo dicho por el Presidente y sé que los de la oposición se le van a ir en contra, pero le insisto que tiene que estar tranquila. El gobierno no la va a desamparar. Yo le juro sobre mi cadáver que nosotros le vamos a cumplir”.

(...) Entre tanto, los periodistas intentaban escuchar la conversación con el Ministro. Descubrimos una persiana caída y la cerramos. Estaba desesperada por el encierro y tenía unas horribles ganas de ir al baño a orinar. El problema era que los sanitarios quedaban ubicados en los pasillos a la salida de la oficina y una jauría de periodistas me esperaba.

—No es prudente que salga Yidis.

—¿Pero entonces qué hago?, ya no me aguanto —le respondí a Iván algo exaltada.

El Ministro intervino en ese momento:

—No es conveniente hablar por ahora, usted después dirá lo que nosotros le vamos a indicar.

—Entonces necesito que ustedes se den vuelta para que yo pueda orinar en la matera.

Sabas, aterrado, me dijo:

—Vea esta mujer lo que le toca hacer, bueno todo sea por la patria. Para que Colombia cambie.

Pasadas las 6 de la tarde el Ministro salió del despacho. Aproveché para preguntarle sobre Teodolindo. Sin mayores detalles me respondió: “De eso se encargó el ministro Diego Palacio”. Antes de despedirme le pedí seguridad para mi familia, pues temía represalias por votar la reelección. “Esté tranquila que de eso me encargo yo”. Cuando iba hacia mi casa Iván me marca al celular y me pide que vaya al Ministerio porque Sabas quería hablar nuevamente con nosotros. Al llegar allí estaban Sabas, Hernando Angarita, responsable de Asuntos Políticos, y Ximena Peñafort. El Ministro marcó desde su teléfono privado y llamó a Mario Iguarán, viceministro de Justicia. “Quiero Yidis que sepa que ellos le van a dar la asesoría jurídica”.

Iguarán me saludó amablemente y me aconsejó: “Te vas a enfrentar a unos monstruos y tienes que estar tranquila”. El ministro Sabas repitió que yo debería decir que había cambiado mi voto porque el gobierno había anunciado más recursos para mi región. Me explicaron que uno de los recursos con los que contaría la oposición sería una recusación en mi contra, pero que ellos estarían ahí para asesorarme. Después de 20 minutos nos despedimos y salí con Iván y César rumbo al lugar donde habíamos acordado encontrarnos previamente. Al llegar pedimos una botella de whisky y una picada. En medio de los tragos, Iván la emprendió contra mí, recriminándome por no haber apoyado desde un principio la reelección.

“Pero Yidis, usted cómo no pensó, si es que tiene la sartén por el mango. Ahora otra cosa, ¿el Presidente de la República pidiéndole audiencia a usted?”. Y me repitió la frase que me había dicho en el despacho del Presidente: “Yidis, parece que no entendiera de dónde viene este gobierno, usted sabe quiénes lo montaron. Usted puede aparecer muerta en un accidente, por ahí toda “estripada”. Mataron a Galán, ahora, ¿cuál es el problema para que la maten a usted? Mientras estábamos en el negocio, el celular de César se convirtió en el epicentro del terremoto político que prometía ser más intenso. Llamaron repetidas veces J. J. Vives, Clara Pinillos y Telésforo Pedraza. Iván le pidió a César apagar el teléfono.

—César, prométame que no la va a dejar sola porque esta mujer no se puede reunir con los del No. Se reúne con los hijueputas pícaros de Telésforo o de J. J. Vives y son capaces de convencerla de que cambie el voto.

Uno de los mensajes era de El Cura Hoyos, que escupió cuanta grosería pudo. César me miró y me dijo: “Estamos graves”. Ahí empecé a sentir mucho miedo, no sólo de escuchar las “advertencias” de Iván, sino de pensar en Germán Navas, uno de los más enconados contradictores de la reelección. Llegué a la casa a la una de la mañana, pero no pude conciliar el sueño. Oré toda la noche. A las 4 de la mañana el sueño me venció. A las 6 a.m. me levanté y salí con César hacia el Congreso para luego ir a la Casa de Nariño.

Sobre las 8 y 20 a.m. llegaron Luis Araújo y Lina Arbeláez para “acompañarme” a Palacio. Caminamos rápidamente hacia la Plaza de Armas del Palacio. Un guardia abrió la puerta y llegamos hasta un salón donde ya había varios de los congresistas que votaríamos por el Sí, también Sabas y sus asesores. Aproveché para acercarme al secretario Alberto Velásquez y le entregué las hojas de vida de César Guzmán y Carlos Correa. Seguía muy nerviosa, era tan evidente que el Presidente se me acercó preocupado.

—Tienes que estar tranquila, Sabas va a estar ahí. No te preocupes por los ataques. Te van a dar duro y te van a decir de todo, pero vas a ser fuerte.

—Gracias Presidente, así será.

Sabas fue el encargado de “dar la partida hacia el Congreso”. Yo estaba destrozada por los nervios. Antes de entrar, respondí las preguntas de unos periodistas. La respuesta era escueta: “Habrá mayor inversión para mi región”. Teodolindo Avendaño se me adelantó y me explicó lo que haría. “Mijita yo voy un ratico, me siento un rato y luego me voy. Voy a estar en mi oficina con el ministro de Protección tomándonos unos whiskicitos”.

Al entrar, las miradas de los del No eran como de pirañas hambrientas que quisieran devorarme a pedazos. Me senté con la mirada perdida para no darle la cara a nadie. En un momento Telésforo me pregunta:

—Mijita, ¿ ya la convencieron?

—No señor, de nada.

—¿Entonces por qué estaba en la Casa de Nariño y no contestaba los teléfonos?

En ese momento el presidente de la Comisión Primera, Tony Jozame, autorizó un primer receso. En medio del barullo, Germán Navas se paró de su silla, se dio vuelta en dirección hacia mi curul y me señaló:

—Yidis, si usted después de haber firmado la proposición se voltea le juro que la demando por cohecho. Ya tengo la grabación de la entrevista que usted le dio a la prensa antes de entrar, donde dijo que cambiaría su voto, y voy a presentar estas pruebas, porque a usted la compraron.

Yo no miraba y tampoco gesticulaba. Lo que estaba pasando era terrorífico para mí. No sabía en qué momento todo se descubriría. Sabas se acercaba permanentemente para preguntarme cómo estaba. Si yo iba al baño, él me seguía para custodiarme y evitar que los congresistas del No se me acercaran. Fue mi cancerbero. Al reanudarse el debate, Navas pidió la palabra. Se fue lanza en ristre contra mí. Estaba transformado, rojo de la ira, y me señaló:

—A esa señora que está allá la compraron, le compraron su conciencia. Permítanme poner esta grabación (y rodó la entrevista donde yo anunciaba el cambio de voto). Yo recuso a Yidis Medina, señor Presidente, porque está cometiendo un cohecho y está inhabilitada porque ella firmó esta proposición. Y voy a colocar demandas ante la Procuraduría, el Consejo de Estado y la Corte Suprema de Justicia para que investiguen este acto de corrupción.

En ese instante entró Teodolindo a la Comisión y permaneció menos de una hora. Antes de retirarse me susurró al oído:

—Mijita, yo me voy, voy a estar en la oficina porque usted sabe, yo soy el “plan B”. Espero que todo salga bien. Fuerza y fortaleza. Usted es una berraca, usted es santandereana.

Al darse cuenta Navas Talero la emprendió de nuevo:

—Para la muestra un botón, se fue Teodolindo. ¿Dónde estará Teolindo?, debe estar en la Casa de Nariño.

Al presentar la recusación, Tony Jozame le advierte que debe hacerlo por escrito. En medio de la zambra decreta un nuevo receso. Ahí el Ministro nos pide a los del Sí acompañarlo a un salón contiguo. Nos encerramos y todos comenzaron a hablar al mismo tiempo. “Ella tiene que decir esto y esto”. Con semejante confusión la tensión se me subió, comencé a ponerme roja y a temblar. De ésta no salgo, reflexioné. Sabas, en una orden tajante, dijo: “Sálganse todos. Eduardo (Enríquez Maya) quédese para que nos ayude en lo que vamos a hacer”.

Ximena Peñafort, la asesora del Ministerio del Interior, y Claudia Salgado, de la Presidencia, entraron al salón. Traían redactada a mano la solicitud escrita de impedimento, solamente era necesaria mi firma: “Al igual que lo vienen reclamando los partidos, el país en general, he venido al Congreso a buscar mayor inversión social para mi región, no obstante que creo que esto no constituye causal de impedimento. Sin embargo, para tranquilidad del país y de la Comisión, solicito considerar mi impedimento”.

Estaba mal escrito y se veía que lo habían redactado a las carreras, en el último momento. El Ministro me tranquiliza y me toma de las manos: “Todo va a estar bien, recuerde que Tony Jozame está del lado de nosotros”.

Antes de que Navas llegara, yo había presentado mi escrito. Ahí fue cuando los ánimos se caldearon más. Unos y otros se gritaban “corruptos”, “ladrones”, al tiempo que golpeaban sus puestos. No sé cómo sobreviví a esa debacle. Recibí una llamada del ministro Diego Palacio para preguntarme cómo estaba. Le conté que andaba preocupada porque mi familia estaba sola en Barrancabermeja.

—Yidis, tranquila, yo hablo con el comandante de la Policía en Barranca para que le presten seguridad, y lo de Carlos Correa ya está en marcha.

Veinte minutos después me llama mi mamá y me cuenta que la casa estaba “llena de policías”. Tony Jozame pidió que votáramos el impedimento, para mi sorpresa obtuve 19 votos negativos con lo que me habilitaban para que votara la reelección. Yo sudaba frío. ¡Dios mío, que soponcio! A las 3 y 30 de la madrugada y después de casi 18 horas de discusión se inició la votación. El acto legislativo fue aprobado por 18 votos a favor y 17 en contra. Era un momento de euforia para todos los del Sí, por un momento respiré tranquila. Había saltado al otro lado. Los congresistas de la coalición vinieron a abrazarme”.

 * Versión editada


El autor del libro

Alejandro Villegas Oyola nació en Girardot, Cundinamarca. Hizo estudios de comunicación social y periodismo en la Universidad de Manizales y tiene una especialización en dirección de empresas y una maestría en comunicación digital en universidades españolas. Ha sido redactor, jefe de redacción y editor de un medio de comunicación nacional. Este es su segundo libro. El primero que publicó se titula ‘Entre la tinta y la sangre. Cinco autores de crónica roja’.

Por El Espectador

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