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Testigo de nuestra 'Colombia compleja'

Julio Carrizosa se tomó cinco años para traducir el país en una enciclopedia cargada de color y profundas reflexiones sobre cómo estos terrenos megadiversos están habitados por una sociedad tan “simple”.

Angélica María Cuevas Guarnizo
27 de abril de 2014 - 02:00 a. m.
Testigo de nuestra 'Colombia compleja'

“Cuando era niño me convencieron de que Colombia era un país privilegiado. Tenía grandes riquezas naturales, era ‘la democracia más perfecta de Latinoamérica’. Me hicieron estar orgulloso de los logros de sus primeros ciento treinta años, de tener elecciones y congreso, de ser el productor del mejor café, de poseer esmeraldas y grandes yacimientos de carbón, de bellezas naturales como el salto del Tequendama, de la María y La vorágine, de Silva y de Carrasquilla, de Coltejer, Fabricato, Avianca y Bavaria y de El Tiempo y El Espectador. Cuando tenía diez años me daban lástima la corrupción de México, el maltrato a los negros en Estados Unidos y la violencia en la guerra mundial. Pero en los últimos sesenta y cinco años, donde he sido testigo de la transformación del país, mucho de lo que me enorgullecía ha desaparecido y la calidad de la vida de sus ciudadanos y su prestigio internacional han disminuido debido a la guerra, al narcotráfico, a la inequidad y a la corrupción. He dedicado la mayor parte de mi vida a comprender por qué un país como Colombia no ha podido lograr el bienestar de naciones menos ricas. He concluido que todo tiene que ver; la manera como nos colonizaron, nuestra geografía y la guerra nos convirtieron en una sociedad simple, gobernada por muy pocos desde una capital que aún no entiendo cómo se estableció en el lugar menos apropiado. Teníamos el mar de frente y pusimos la capital a 2.600 metros de altura, ¿cómo se les pudo ocurrir? Ese fue el primer gran error de la historia del país”.

Julio Carrizosa Umaña lleva más de 60 años mirando atento la mutación de Colombia. Cuando era niño, a comienzos de la década de los 40, y estudiaba en el Gimnasio Moderno y vivía en La Concordia, Bogotá no tenía más de 300.000 habitantes. Ante sus ojos, ese pueblo se volvió un monstruo 7’000.000 de habitantes difícil de entender.

Pero no sólo fue la capital. El país entero se multiplicó muy rápido y su crecimiento coincidió con los enfrentamientos entre liberales y conservadores. “Cuando todo se estaba calmando entró la droga, y apenas estamos tratando de salir de ese lío tan tremendo. Eso es lo que intento reunir en mi nuevo libro, mi interpretación de lo que ha ocurrido aquí, descrita de la manera más sencilla que encontré”, dice Carrizosa.

Está sentado en la sala de su casa en Bogotá, en la que vive solo desde hace cinco años, y sostiene el primer ejemplar de Colombia compleja, un libro que nada tiene que ver con los siete que lo antecedieron. Fue financiado por el Jardín Botánico José Celestino Mutis y el Instituto Alexander von Humboldt.

Después de 58 años de investigaciones y una repisa repleta de publicaciones y artículos científicos, el ingeniero civil, doctor honoris causa de la Universidad Nacional y columnista de El Espectador, a quien el país le debe la conformación de su sistema de áreas protegidas, la declaratoria de parques como los Nevados, Katíos y Amacayacu y una cantidad de batallas ambientales que hoy guarda en sus cajones en forma de recortes de prensa, decidió un día, hace cinco años, que ya les había hablado demasiado a los científicos.

Ahora quería tomarse el tiempo suficiente para elegir trozos de historia, biología, poesía, antropología, arte, cartografía y ecología, y armar el rompecabezas que nombró Colombia compleja: una enciclopedia de 300 páginas finamente ilustrada con obras de arte colombianas, fotografías satelitales, ilustraciones y mapas, escrita y diseñada para que los maestros tengan un material de lujo con el cual hablarles a sus alumnos de una versión fascinante del país. En esta obra “está todo lo que sé, todo lo que he aprendido de Colombia”.

Con la claridad que lo caracteriza, Carrizosa avanza ágil de una página a otra por la historia del país, presenta información que deja quieto al lector, como: “Se ha estimado que el territorio de Colombia estuvo alguna vez cubierto en un 80% por árboles y que hoy las selvas y bosques apenas cubren un poco más del 40%”, y sigue hablando de la complicada geografía nacional, muestra un par de imágenes, quizá unos versos y poemas y termina uniendo, con cuidado, esos mapas a reflexiones sobre la gente colombiana. El producto de esa acumulación de hechos, de las masacres indígenas, de la forma como se poblaron las ciudades, producto de sus gobernantes, de su pasado campesino y de la violencia.

“Hubo un momento en que la vida se redujo a la violencia. Todas las demás cosas desaparecieron: la curiosidad por la naturaleza, la expansión de la población hacia lugares inhóspitos, el desarrollo de las ciencias. La guerra lo reduce todo. Te pone unos lentes que, unidos al pensamiento dogmático, hacen que no puedas ver nada más. Todo el período de la guerra fue y ha sido tan sumamente traumático que la gente se tuvo que concentrar en sobrevivir. No había tiempo para pensar en qué era vivir en un lugar megadiverso. Negamos ésta y muchas otras realidades. La intensidad de la guerra y el poder del narcotráfico y la corrupción funcionaron como eventos simplificadores, unos se dedicaron a subsistir mientras otros se enriquecían y dañaban y mataban. ¿Y qué quedó de esto? Resultaron generaciones enceguecidas de muchachos que no saben en qué cordillera viven, ni qué es la selva, ni dónde queda”.

Carrizosa ha visto tantas etapas de Colombia que cree que los tiempos difíciles están menguando: “No sabemos qué pueda pasar, pero ya hay sensibilidades que se están despertando. Yo le auguro buenos años al país. Ahora espero que el esfuerzo por compilar todo lo que he conocido haya valido la pena, y que los maestros y sus alumnos me lean”.

 

angelicamcuevas@elespectador.com

@angelicamcuevas

Por Angélica María Cuevas Guarnizo

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