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Un día conlos gurús dela era digital

El Espectador asistió a un encuentro con los artífices de la era informática, convocado por la Fundación Ford.

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César Rodríguez Garavito* / Especial para El Espectador
19 de febrero de 2011 - 09:00 p. m.
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El pasado miércoles —mientras que la ola de protestas de la generación de Facebook y Twitter saltaba de Túnez y Egipto a Bahréin, Yemen, Irán, Libia y el resto del mundo árabe—, se juntaron en el corazón de Nueva York los artífices de la era digital, convocados por la Fundación Ford.

Allí estaba Timothy Bernes-Lee, el inventor de la internet, disparando ideas en un panel sobre cómo proteger la libertad de acceso a la red, que ha hecho posible la circulación de los videos, las noticias y los trinos de los activistas egipcios. Alfred Spector, vicepresidente de Google, tomaba atenta nota antes de pasar al estrado a discutir aplicaciones de herramientas como Google Earth para rastrear catástrofes ambientales. Y cuando aún no llegaba el turno de Spike Lee y Arianna Huffington (quien acaba de vender a AOL su portal de noticias virtuales, el Huffington Post), el anfitrión del evento anunció un invitado sorpresa. Acto seguido, Bill Clinton ocupó el podio para dar la conferencia central, que hacía eco del mensaje de su esposa Hillary del día anterior, en un discurso fundamental que declaró la libertad de acceso a la internet “una prioridad de la política exterior” de Estados Unidos.

Algo nuevo debe estar pasando cuando un grupo así se junta en un evento para responder la pregunta: ¿cómo inclinar la balanza de la internet a favor del cambio social? Las respuestas dejaron en el aire el espíritu optimista e innovador de la primera generación que creció frente a una pantalla de computador. Pero también hicieron flotar las dudas y las amenazas contra el potencial democratizador de la tecnología.

Lo primero que quedó claro es que la internet es democratizadora sólo si no es controlada por empresas ni gobiernos, como lo dijo Bernes-Lee. Los interesados en controlar las herramientas virtuales son muchos y poderosos. Los más obvios son gobiernos como el egipcio (cuyo control de la red le permitió apagarla durante cinco días de protestas) o como el chino o el vietnamita (que tienen ejércitos de ciberespías a su servicio).

Pero los riesgos vienen también de gobiernos democráticos. Basta recordar la petición reciente del gobierno de EE.UU a Twitter para que revelara información de las cuentas de personas vinculadas con Wikileaks. Por eso, el mapa que mostró en el evento Jeffrey Palfrey, de Harvard, indica que países como EE.UU. y Colombia tienen leyes o prácticas que impiden selectivamente la libertad virtual.

Las amenazas vienen también de las mismas compañías que se dedican al negocio de la internet. Yochai Benkler, de Harvard, mostró cómo en los países donde pocas empresas controlan el mercado (como Colombia o EE.UU.) las conexiones a internet son más lentas y costosas. Y varios ciberactivistas expresaron su frustración por la decisión de Facebook de impedir el registro de usuarios anónimos, lo que los vuelve blancos fáciles de los gobiernos que los rastrean.

Aunque era un cónclave de gurús de las nuevas tecnologías, el consenso fue que las herramientas digitales no reemplazan, sino complementan, los medios de comunicación y las estrategias políticas tradicionales. Ira Glass, creador de uno de los programas de radio más oídos de EE.UU., contó cómo su podcast ha cautivado a 600.000 oyentes nuevos que lo bajan sagradamente por internet, sin que ello haya reducido su audiencia radial. Igualmente, el activismo político virtual funciona sólo si está respaldado por la movilización en las calles, donde los riesgos y los desafíos son los mismos de siempre, como lo recordó Duy Hoang, vocero de un partido político de oposición de Vietnam que utiliza las redes virtuales y cuyos miembros son perseguidos no sólo por los hackers del gobierno, sino por los policías de carne y hueso del régimen.

Otro desafío es la brecha entre ricos y pobres. “El futuro ya llegó; el problema es que está mal distribuido”, recordó el director del NAACP, la ONG pionera del activismo afroamericano. Por eso, plataformas como Ushahidi están combinando medios más accesibles a los pobres (como el celular), con herramientas virtuales.

El punto más alto del evento vino por cuenta de la discusión entre Spike Lee, Arianna Huffington y Anthony Romero (director de ACLU). Los tres concluyeron al unísono algo que debe alentar a periodistas, documentalistas y literatos por igual: en la era digital, la habilidad más necesaria y escasa es la de saber contar historias. En un mundo donde la inmensa mayoría de información que circula por la internet es de baja calidad, el oficio más precioso es convertir el mar de información en historias que capten la injusticia y la transmitan al resto de la humanidad. Tarea tan noble como urgente.

* Global Fellow de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York (NYU) y profesor afiliado de la Universidad de Washington. Miembro fundador de Dejusticia y columnista de El Espectador.

"El genio ya salió de la lámpara mágica"

César Rodríguez: en 2008 usted creó Ushahidi, la plataforma de internet que permitió mapear la violencia electoral en Kenia a partir de mensajes de texto enviados por habitantes de todo el país. ¿En qué consiste esta herramienta?

Juliana Rotich: Ushahidi es un programa gratis y abierto que puede ser descargado y utilizado para hacer muchas cosas. Ha sido usado para agregar información enviada por correo electrónico, mensajes de texto, internet e incluso Twitter. Con esos datos el programa produce mapas que permiten hacerse una idea visual de lo que está pasando. Ahora que está disponible gratis (en la “nube”), no se necesita tener conocimiento técnico para emplearlo. También estamos trabajando en una versión que puede ser navegada por teléfono celular. Por lo tanto, es una herramienta para que la gente cuente lo que está viendo.

C.R.G.: ¿Qué aplicaciones ha tenido el programa?

J.R.: Muchos. Ha sido utilizado para mapear situaciones de crisis y facilitar la coordinación de esfuerzos humanitarios, como pasó después del terremoto de Haití. Fue usado para seguir el rastro de las inundaciones en Paquistán el año pasado y, recientemente, los medios australianos se valieron de la herramienta de mapeo colectivo (crowdmapping) para producir información sobre las inundaciones en ese país. Hace apenas unas semanas fue utilizado en Chicago para mapear cómo las tormentas de nieve estaban afectando a la gente.

 C.R.G.: ¿Cómo mitigar la brecha de acceso a la tecnología?

J.R.: Uno de los pilares de la plataforma de Ushahidi es la inclusión del teléfono celular, al que suelen tener acceso las personas en las zonas más pobres. Aunque existe una brecha digital entre ricos y pobres, el celular está ayudando a reducirla. En el caso de Ushahidi, los habitantes de las zonas rurales pueden participar simplemente enviando un mensaje de texto.

C.R.G.: ¿Cómo ayuda esta herramienta a las víctimas de violaciones de derechos humanos?

J.R.: Puede ser usada por estas poblaciones para que no se sientan solas, en el vacío, porque la información sobre lo que están viviendo puede salir con más facilidad. Y esperamos que también sirva para que los que deben actuar frente a estas situaciones —los gobiernos, las organizaciones, los demás ciudadanos— reaccionen y den soluciones. Un programa de computador no puede convertir la información en acción. Para eso se necesita que las instituciones y la gente respondan. En Rusia, por ejemplo, Ushahidi ha servido para que los ciudadanos se ofrezcan como voluntarios para ayudar a la gente que ha sido afectada por una ola de incendios y lo ha reportado por internet.

C.R.G.: ¿Qué lecciones deja lo que está pasando en el norte de África?

J.R.: Una primera lección es que existen riesgos y desafíos. Cuando el gobierno egipcio logró apagar la internet, ¿cómo lograr que la información siguiera saliendo? Mucha gente alrededor del mundo está trabajando en soluciones técnicas para este tipo de problema. Pero lo que pasó nos recuerda que no hay que asumir que la infraestructura de internet está disponible siempre, porque nos la pueden quitar. La otra lección sobre las redes sociales es que los jóvenes están muy familiarizados con la tecnología y la usan para organizarse y colaborar. Así que el genio ya salió de la lámpara mágica y no hay forma de volverlo a embotellar. Cuando la gente tiene acceso libre a la información y al resto del mundo, el autoritarismo tiene los días contados.

"La internet tiene un gran efecto democratizador"


César Rodríguez: Usted es reconocido mundialmente por haber inventado la internet, en 1990. Veinte años después, ¿cree que tiene un efecto democratizador intrínseco?

Tim Bernes-Lee: Cuando funciona como un sistema descentralizado, que les da acceso a todas las personas por igual, sí tiene un gran efecto democratizador. Pero siempre existe el riesgo de que se convierta en un sistema centralizado, controlado por grandes empresas o gobiernos. Cuando eso sucede, puede convertirse en un sistema al servicio de la opresión. Por eso hay que prestar mucha atención.

C.R.G.: ¿Cómo mantenerlo abierto?

T.B.L.: Asegurándose de que cuando una persona se conecte a la internet tenga el derecho a conectarse a cualquier página web legal, sin que nadie le impida entrar a ninguna por razones políticas o comerciales.

C.R.G.: ¿En qué consiste esta propuesta de poner en línea lo que todavía no está?

T.B.L.: En los últimos años he insistido mucho en la necesidad de que la gente suba información a la red: que los gobiernos compartan información por este medio y que lo hagan también las ONG, las empresas y los investigadores. Así todos podremos comprender mejor el mundo en el que vivimos.

Revolución en versión digital

Si algo no previeron los regímenes autoritarios instaurados por décadas en países del Magreb y Oriente Medio fue el poder que se cocinaba en las redes sociales.

En Egipto, el Movimiento 6 de Abril, adalid de las protestas, lanzó una encuesta en Facebook con la pregunta: ¿Se manifestará usted el 25 de enero? Más de 90.000 personas respondieron que “sí”. En medio de las manifestaciones, un ejecutivo de Google en Egipto, Wael Ghonim, se convirtió en héroe gracias al impulso que le dio a la revolución popular desde su laptop.

En Libia, Yemen, Bahréin, Jordania e Irak, países donde comienzan a organizarse movimientos similares al de Egipto, internet, los mensajes de texto, las redes sociales y demás herramientas tecnológicas están resultando vitales para coordinar las protestas populares y difundir información al resto del mundo.

Por César Rodríguez Garavito* / Especial para El Espectador

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