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Un libro para repensar el Caribe

‘Región Caribe de Colombia’ no es solo una publicación que incluye magníficos paisajes, es una apuesta por revelar los asuntos que están amenazando los ecosistemas del norte del país.

María Mónica Monsalve
12 de marzo de 2015 - 01:56 a. m.
Región Caribe de Colombia / Isla Caycén, Archipiélago San Bernanrdo.
Región Caribe de Colombia / Isla Caycén, Archipiélago San Bernanrdo.
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El Caribe Colombiano no es solo uno. No hay un solo tipo de costeño, ni un ecosistema que sea predominante y repetitivo. Su vegetación cambia por kilómetro recorrido, y así como se pueden encontrar islas tan inhóspitas como las del  Rosario, esta región también esconde lugares con una alta densidad de población, como el islote Santa Cruz.

Es una zona de perplejidades vegetativas y sociedades macondianas que, está vez, ha sido contada y retratada en el libro Región Caribe de Colombia. “El Caribe Colombiano es una mezcla de todo: del mar que viene desde Cuba hasta Venezuela”, concluyó el biólogo Juan Manuel Díaz, escritor de los textos e investigador de la publicación que acaba de ser editado por el Banco de Occidente.

Díaz trabajó junto a los fotógrafos Angélica Montes Arango y Camilo Gómez-Durán, quienes se encargaron de registrar tanto los paisajes como la biodiversidad que encierra el 20% del Caribe que le pertenece a los colombianos.

Como una figura tridimensional, ésta región se divide en tres ámbitos geográficos: el mar Caribe, donde Colombia tiene la jurisdicción de 590.000 km2; las tierras emergidas de islas, islotes y cayos que abarcan alrededor de 53km2 y la zona continental que, con 132.218 km2 de extensión, corresponde al 11.5% del territorio continental del país.

Área donde, según Díaz, se encuentran algunos de los ecosistemas más diversos de Colombia, que hoy están en peligro por los planes de desarrollo de los gobiernos que no se compadecen ni con la naturaleza ni con la gente que los habita. Razón por la que el libro, además de explorar, busca concientizar un poco acerca de la biodiversidad.

Y es que esa diversidad, que permite a una sola región tener selva húmeda tropical, páramo, pastizales y sabanas, es la misma región que reúne indígenas, mulatos, mestizos y razas negras. Como lo dice Díaz, “el caribe no es tan homogéneo como la gente cree. Los costeños también son los kogi, arhuacos, wayúus e, incluso, los remanentes de los zinúes”. Son los indígenas tule o kuna que se concentran en las islas de San Blas y las 20.000 personas que conforman una comunidad étnica en el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.

Una fórmula de combinaciones que no solo aplica a lo que está sobre la tierra, sino a lo que está bajo el mar, donde los arrecifes coralinos albergan la mayor diversidad de vida animal: 400 especies de peces, 500 moluscos y  50 equinodermos.

Pero así como hay por ver, hay mucho por perder en esta región colombiana. La cobertura de vegetación natural ha sido convertida en pastizales para ganadería y rastrojo en un 90%; la oferta de agua, 25% del total nacional, está siendo menguada por la explotación maderera extractiva y la minería de oro de aluvión ha contaminado con mercurio los recursos hidrológicos.

Por esto, en palabras de Díaz, debemos empezar a preguntarnos por el programa de desarrollo que se está dando en la costa Atlántica, pues no solo desde la ilegalidad se ha destruido buena parte de la naturaleza.

Para él, son varias las cosas que se están fragmentando en el Caribe, incluso el desmembramiento de las familias costeñas. “El concepto de la familia ampliada, donde todos se llaman primos, está en riesgo”, dice Díaz. Donde la diáspora de costeños por el país es una prueba de que el enriquecimiento se está quedando en las manos de personas externas mientras la gente del Caribe se ve forzada a migrar por la marginalidad.

“El libro quiere mostrar que Colombia no es solo ciudad, sino que también hay otras cosas de las que es necesario hablar. Y si en el país las distancias son muy grandes para que la gente lo vea, pues nosotros queremos que en un libro sepan qué es lo que hay,” concluye Díaz.

Por María Mónica Monsalve

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