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Uno de los grandes problemas de la humanidad está cifrado en la demografía. Somos más de los que el planeta puede aguantar. Hoy en día estamos creciendo a razón de 80 millones de personas cada año. Esto significa que cada 4,5 días somos un millón más de nosotros en la Tierra. Y la lógica que está detrás de este fenómeno es que nos creemos infinitos en un mundo finito.
Ese concepto es el que el periodista norteamericano Alan Weisman ha querido explicar en su más reciente libro, La cuenta atrás. El autor retrata la explosión demográfica a partir de historias alrededor del mundo y sostiene que ya superamos la capacidad de carga del planeta. “Los problemas ecológicos son la base de los problemas sociales. No hay una manera de tener presencia sostenible en la Tierra con tantas personas”, aseguró el autor en entrevista con El Espectador.
Para entenderlo mejor, Weisman trae el caso del físico Albert Bartlett, profesor de la Universidad de Colorado, quien explica con ejemplos de aritmética básica lo que sucede cuando las cosas se duplican. Una especie de bacterias se reproduce en una botella dividiéndose en dos. Esas dos se dividen en cuatro. Las cuatro se convierten en ocho y así sucesivamente. Al cabo de una hora la botella no tendría más espacio. Las bacterias llegarían al tope. Pero, ¿en qué momento ocurrió esta bomba numérica?
El concepto de duplicación exponencial sigue siendo abstracto. Otro ejemplo más explícito dice que en el mundo físico una hoja de papel se puede doblar en siete pliegues. Pero en la dimensión matemática, la imaginaria, aquella que es invisible para el ojo humano, el grosor de esa hoja llegaría hasta la Luna después de ser doblada 42 veces.
Estas cifras, sin duda, no las podemos retener en la cabeza y resultan difíciles de capturar. Bien lo dijo el científico reproductivo Malcom Potts, que hemos evolucionado en pequeños grupos y por eso la mente de la mayoría de las personas se queda en blanco después de determinado número. También Darwin señalaba que podemos entender partes de la naturaleza y del universo, pero no comprenderlo en toda su magnitud.
Un recorrido por la humanidad
La travesía de Weisman empezó en 2009 con algunas entrevistas en Estados Unidos, pero la investigación arrancó con el primer viaje a Israel, los territorios palestinos y Jordania en enero de 2010. Once países ese año y diez más en 2011.
En su vuelta por el mundo descubrió que el crecimiento de la población mundial se había disparado hasta límites insostenibles: a lo largo del siglo XX la población se había cuadruplicado, en la Palestina histórica (la que va desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán en una distancia de apenas ochenta kilómetros) viven doce millones de personas y si las cosas siguen como están, a mitad de siglo el número de seres humanos apretujados en ese lugar casi se duplicaría, hasta 21 millones.
Níger, en el Oriente Medio, cuenta con la tasa de fecundidad más elevada del planeta, con 7 u 8 hijos en promedio por mujer. Los sultanes y los hombres tienen más de una esposa y las mujeres cuentan que “lloramos porque estamos siendo aplastados por nuestros propios hijos”.
En Pakistán están encajonados 185 millones de personas en un país no mucho mayor que el estado de Texas en Estados Unidos, que apenas tiene 26 millones. En Karachi, India, había medio millón de personas en 1947 y hoy son 21 millones, eso quiere decir que la población se ha multiplicado por 42. Y la lista sigue subiendo.
¿Cómo se desató este crecimiento?
Los humanos empezamos a retar la muerte a partir de la tecnología y eso desencadenó un problema. En 1796 se inventó la vacuna contra la viruela, cuando éramos menos de mil millones de habitantes. Los avances en cuestiones de salubridad comenzaron a cortar la mortalidad infantil y prolongar la vida humana. En 1815 llegamos a ser mil millones de personas. Hacia 1900 alcanzamos a ser mil seiscientos millones. Poco después, en 1930, pasamos a los 2 mil millones. Treinta años más tarde, 3 mil millones “y la población humana seguía subiendo como cohete hasta los 7 mil 200 millones actuales, y estamos en rumbo a ser 9 mil seiscientos millones a mitad del siglo presente”, asegura Weisman.
“Somos la explosión más anormal en la historia de la biología. Somos entre 3 y 5 veces más personas de las que caben en el planeta. Cualquier especie que crezca más de sus límites, sufre un colapso. Espero que podamos hacerlo con un manejo aceptable en vez de dejar que la naturaleza lo haga por nosotros”, sostiene el autor.
Después de su viaje, la conclusión de Weisman es tajante: debemos gestionar a las poblaciones humanas. Solo que ese verbo provoca resquemor. Es un tema tabú que ni siquiera es contemplado en las conversaciones de cambio climático ni en los tratados internacionales. “Debemos controlarnos de una manera cultural y religiosamente aceptable”, aclaró.
Porque en efecto lo que se teje detrás de una función matemática, no es simple matemática. El problema de demografía no es de números, es mucho más complejo y acarrea salud, medio ambiente, economía y ética. “La idea de administrar el género humano como si fuéramos animales de caza o ganado causa horror a múltiples niveles (moral, religioso y filosófico, por no hablar del jurídico). Sugerir que se apliquen los principios de la gestión de fauna a nuestra propia especie evoca abominaciones como la idea de sacrificar selectivamente a seres humanos como si fueran ciervos. Aunque es sabido que no somos demasiado buenos a la hora de recordar la historia, los intentos de reducir nuestro número, también conocidos como genocidios, se cuentan entre nuestros recuerdos históricos más indelebles”, escribe Weisman en su libro.
¿Cómo controlar la población?
Estas discusiones por el control de la humanidad gravitan sobre un falso liberalismo, desde una esquina, y sobre controles represivos, desde la otra. China, por ejemplo, tenía buenas intenciones de vigilar los nacimientos a través de la política del hijo único, pero falló. ¿Acaso no era deshumanizador recurrir a instrumentos matemáticos para controlar el comportamiento humano? ¿Una política que prohibía el número de hijos violaba la naturaleza humana?
Entre 1958 y 1962 China sufrió la peor hambruna de su historia. Los intentos por reducir la población constituían para Mao una “desviación radical del comunismo”. Él creía que la población era una fuerza, no un estorbo. Ya Marx y Engels (filósofos comunistas) habían condenado a Malthus (demógrafo inglés) y lo tildaron de apologista burgués de la clase capitalista que culpaba de los problemas del mundo a los explotados.
Sin embargo, Mao Zedong le hizo caso a Malthus y durante la Revolución Cultural en 1966 se sentaron las bases de la política del hijo único en China. El problema es que se hizo de manera insólita. En 1980, cuando se implementó, condujo a abortos tardíos, presión por ocultar a los hijos, inspecciones de la policía en las casas, sobornos y asesinato de niñas a fin de que sus padres campesinos aspiraran a tener un hombre que les ayudara a trabajar la granja. “El concepto de hijo único fue difícil de aceptar, porque nuestra naturaleza es hacer copias de nosotros mismos”, destacó Weisman en la entrevista.
Pese a este lunar negro, el panorama no es del todo desalentador. En Japón, por ejemplo, se buscó cortar la explosión demográfica en 1948 cuando se aprobó la “ley de protección eugenésica” (la eugenesia significa ‘buen origen’ y está conectada con la teoría social de la selección natural de Darwin, que defendía la mejora en rasgos hereditarios para crear personas más fuertes e inteligentes en la sociedad).
Dicha ley legalizaba el aborto y la esterilización durante la época de posguerra. No obstante, el problema que se asomaba era doble: pronto Japón tendría muchos ancianos y menos gente joven para ayudarlos. También en Singapur se presenta la tasa de natalidad más baja del planeta, con un hijo por mujer. Y en México la estrategia fueron las telenovelas, que bajaron las tasas de fertilidad en 34%.
Manejar la población es un tema literalmente grueso. Por eso, lo que propone Weisman para solucionar esta “bomba humana” está soportado en métodos anticonceptivos que sean avalados por la religión y por la cultura. Actualmente los países en vía de desarrollo destinan 4 mil millones de dólares a asistencia anticonceptiva. Los estudios de la United Nations Population Fund (Unfpa) y el Instituto Guttmacher estiman que el doble de ese monto (8 mil millones de dólares anuales) podría suplir las necesidades de contracepción en estos países.
Según Weisman, “encontré algo barato y eficaz que sí podemos hacer con tecnología que ya tenemos, y el beneficio es tanto social como ambiental, porque subir el porcentaje de mujeres educadas y preparadas en este mundo, traerá otra ventaja enorme: más justicia por doquier. La política más eficaz no es la restrictiva, sino la voluntaria. Que la mujer decida cuántos hijos quiere tener”. Todo esto supondría una reinvención de la familia, una cota a la libertad, pero a fin de cuentas la pregunta que queda rondando es: ¿El mundo sería más humano si menos humanos habitaran en él?