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Una democracia defectuosa

Los países donde hay tasas de participación electoral altas son también los países donde la distribución del ingreso es menos desigual. El voto obligatorio podría implicar una mejor y más activa participación ciudadana. Análisis.

Juan Gabriel Gómez* / Especial para El Espectador
25 de marzo de 2011 - 05:55 a. m.

Hay quienes insisten que en Colombia hay una democracia tan digna de ese nombre como la de cualquier otro país democrático. Aquí también tenemos partidos políticos, elecciones y, hasta ahora, abstencionistas. Esto último puede cambiar. Si la Corte Constitucional no tumba la ley que elimina a los abstencionistas del censo electoral, de un plumazo Colombia podría resolver su problema crónico de bajas tasas de participación política. No importa que siga habiendo mucha gente sin votar.

El argumento de quienes cuestionan la decisión del Congreso de eliminar del censo electoral a los abstencionistas es que esa es una decisión antidemocrática. Uno puede añadir que sus proponentes sufren de la típica patología autoritaria de gobernar la realidad sin reconocerla y de querer imponerle a la gente la percepción de lo que no existe. La causa de esta patología quizá pueda encontrarse en algunos desafueros cercanos a la pérdida de cordura propios del doble cuatrienio del presidente Álvaro Uribe.

Decir que Colombia no es una democracia es una exageración, pero lo es también decir sí lo es. A quienes no les gustan los matices, uno tiene que recordarles que la realidad no viene en empaques de negro o de blanco. Son muchos los grises. La democracia en Colombia es bastante gris, yo diría que tirando a pardo. Y si en vez de corregir problemas profundos decidimos agravarlos, esta democracia puede tornarse en otra cosa.

Desde luego, todo depende del punto desde el que se mire. En estos asuntos no hay consenso. En su último informe sobre respeto a la libertad de prensa en el mundo, Reporteros Sin Fronteras dice que Colombia es el peor país de América Latina. Con respecto a este punto, Freedom House, una organización que monitorea el respeto a las libertades civiles y políticas, dice que el peor país es Venezuela, pero Colombia comparte con otros países un poco honroso lugar entre los peores.

Si uno toma como referente todo el conjunto de libertades civiles y políticas, no solamente la libertad de prensa, Freedom House nos presenta un cuadro algo distinto. Colombia está por encima de Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Venezuela, pero muy por debajo de Costa Rica y Uruguay. La clasificación de la unidad de inteligencia del semanario The Economist coincide con la Freedom House en varios puntos. Lo sustancial quizá es que a Colombia la clasifica como una democracia defectuosa. No la llama régimen híbrido, como a Venezuela: mitad autocracia, mitad democracia. Pero sí considera que aquí hace falta mucho pelo pa moña.

Uno de los problemas graves que tiene que corregir la democracia colombiana es la falta de participación de sus ciudadanos en el proceso electoral. Hay gente que sostiene que un país puede ser democrático aunque solamente sea una minoría la que participe. Entre los que piensan lo contrario está un antiguo presidente de la Asociación de Ciencia Política de los Estados Unidos, el profesor Arend Lijphart, quien sostiene que baja participación significa influencia política sesgada en favor de unos grupos y en perjuicio de otros, en particular de los más pobres.

De eso no debería haber dudas en este país. De acuerdo con cifras recientes del Banco Mundial, Colombia es el país más desigual de América Latina y es uno de los más desiguales del mundo. Y la desigualdad es una consecuencia de la abstención. De acuerdo con un trabajo de Dennis Mueller y Thomas Stratmann, los países donde hay tasas de participación electoral altas son también los países donde la distribución del ingreso es menos desigual. La participación y la reducción de la desigualdad también contribuyen a corregir la corrupción, pero en este caso la relación no es tan clara. Colombia, desafortunadamente, tiene altos índices de corrupción, uno de los más altos índices de desigualdad y la participación electoral más baja.

El Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) permite comprobar esta afirmación mediante el examen de los datos electorales. Por donde se mire, la conclusión es casi siempre la misma: con respecto a los comicios presidenciales realizados en América Latina entre 2004 y 2007, Colombia tuvo la tasa de abstención electoral más alta. La situación es la misma con respecto a las elecciones para Congreso.

Ya sé. Una sola elección no es suficiente para hacer una afirmación tan contundente. El registro histórico, sin embargo, muestra un panorama desolador. Tomemos como referencia el año de 1983, cuando muchas dictaduras comenzaron a caer en la región y a ser reemplazadas por democracias, no importa lo defectuosas que fueran. Desde entonces hasta fecha reciente, Colombia es de lejos el país con más altas tasas de abstención.

Ahora, somos también uno de los pocos países en América Latina donde el voto no es obligatorio. Tenemos vigente un esquema de incentivos positivos para que la gente vote, que nunca han funcionado. Lo que funciona es un cierto número de sanciones a quienes no voten. Chile es el país donde al abstencionista se le castiga más severamente.

¿Es el voto obligatorio antidemocrático? No, si uno piensa que votar es un derecho y también un deber. Una democracia no se sostiene ni funciona sola. Una democracia requiere de la participación activa de sus ciudadanos: gente que vota, que demanda rendición de cuentas de su gobierno, que paga impuestos, que colabora con las autoridades en la lucha contra el delito, en suma, que le pone el hombro a la tarea de construir y mantener una sociedad más justa, mejor. No es suprimiendo a los abstencionistas del censo electoral como vamos a hacer mejor a este país.

Evolución de la participación en elecciones al Congreso

 *Docente e investigador de la Universidad Nacional.

Abstención, una expresión política

Considerando los bajos niveles de participación electoral en Colombia, los cambios institucionales deberían orientarse a aumentar la participación electoral y no, como se ha propuesto, a excluir a los ciudadanos del proceso democrático.

El derecho al voto permite la abstención de los ciudadanos como una forma de expresión política. En una democracia, incluso donde el voto es obligatorio, los votantes pueden escoger abstenerse de votar. Privarlos del derecho al voto con fundamento en su abstención voluntaria en elecciones previas es contrario a los principios de igualdad política y de libertad de expresión y puede tener graves consecuencias políticas, económicas y sociales.

 Barbara Sgouraki Kinsey, profesora de la Universidad Central de Florida.

El que no vota no cuenta

Eliminar a los abstencionistas del censo electoral es la respuesta equivocada al problema de la abstención. Haría que la participación electoral se viera más alta en el papel, pero en la práctica la reduciría. Lo sustancial es elevar la tasa de participación. Esto es importante por dos razones: la primera, es la legitimidad democrática, y la segunda, es que quienes no votan tienden a ser quienes están en términos socioeconómicos en una posición de desventaja. Altos porcentajes de abstención tienden a generar altos porcentajes de desigualdad socioeconómica. El dicho, “si usted no vota, no cuenta” sigue siendo tremendamente válido.

Arend Lijphart, docente emérito de la Universidad de California.

Por Juan Gabriel Gómez* / Especial para El Espectador

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