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¿Violentos por culpa del menú?

Si el doctor Bernard Gesch tiene razón, y los índices de violencia entre presos se pueden reducir con un cambio en la dieta, el próximo código penal quizá lo deban redactar nutricionistas y neurofisiólogos.

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Pablo Correa
14 de octubre de 2009 - 11:48 p. m.
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En 2005, el doctor Bernard Gesch, del departamento de fisiología de la Universidad de Oxford, puso patas arriba la idea que muchos de sus compatriotas tenían sobre el origen de la violencia en las cárceles. A través de un estudio en el que participaron 231 voluntarios de la prisión de Aylesbury, demostró que bastaba un simple cambio en la dieta para reducir los incidentes violentos.

Durante varias semanas, Gesch y su equipo suministraron a una parte de los voluntarios cápsulas que contenían los requerimientos necesarios de vitaminas, minerales y ácidos grasos esenciales. El resto de los presos recibió un placebo o falso tratamiento. Nadie sabía si las cápsulas que tomaba cada día eran falsas o verdaderas.

Mientras duró el experimento, el comportamiento de los presos fue monitoreado por los científicos. El objetivo era medir el número de agresiones que se producían en cada grupo. El resultado no podía ser más inquietante: aquellos que recibieron el suplemento nutricional cometieron 26,3% menos ofensas que sus compañeros que tomaron la falsa cápsula y los incidentes altamente violentos se redujeron el 37% en el primer grupo.

Por supuesto, la idea de que la violencia no es del todo un asunto de la voluntad y el libre albedrío incomodó a muchos. Las críticas arreciaron y el estudio fue puesto en duda. Para convencer a los incrédulos, Gesch está a punto de echar a andar un nuevo estudio con 1.000 presos de tres cárceles británicas y borrar así las sospechas sobre la teoría de la alimentación como un factor detonador de un comportamiento antisocial.

Si se ratifican los resultados, quedará clara una sencilla fórmula para resolver, al menos en parte, un problema que agobia a las autoridades carcelarias británicas y de carambola a las de países como Colombia. En Inglaterra cada día se cometen cerca de 100 actos violentos en las cárceles. En Colombia, a junio de 2009, se habían reportado 71 fallecidos dentro de las cárceles y 549 heridos; entre enero de 1990 y septiembre de 1999, 1.070 personas murieron en los centros carcelarios, la mayoría a causa de episodios de violencia, mientras 3.814 resultaron heridas.

Cerebro y nutrientes

Por correo electrónico, Gesch aceptó una entrevista. Dice que la idea del estudio surgió al preguntarse por qué algunos jóvenes, bajo las mismas circunstancias, eran violentos y otros no. “Seguí la evidencia que veía con mis propios ojos”, comentó refiriéndose a que algunos de los jóvenes que observó en un centro de custodia comían gran cantidad de dulces y carbohidratos. “Con la ayuda del profesor Derek Bryce Smith, Damien Downing y David Horrobin, gradualmente fuimos diseñando una intervención nutricional para ellos que luego fue bien recibida y apoyada por la Corte”.

Según Gesch, el modelo criminal asume que el comportamiento es por completo un asunto de la voluntad, “pero lo que no está claro es cómo puede uno tomar decisiones sin involucrar al cerebro, que es un órgano físico que depende de un adecuado suministro de nutrientes”. El profesor de Oxford no abriga dudas sobre el futuro que le espera a la justicia criminal: necesita tomar en cuenta la función cerebral.

No es la primera vez que se habla en el mundo del vínculo entre dieta y comportamiento antisocial. Antes de Gesch, en 1983, se llevó a cabo un estudio con 3.000 jóvenes prisioneros en California. Durante dos años se les restringió el consumo de azúcares refinados. Los pasabocas y las bebidas gaseosas fueron reemplazadas por jugos y palomitas de maíz. El resultado: 21% menos actos antisociales, 25% menos robos y una reducción del 100% en los suicidios.

Estas y otras evidencias llevaron en 2006 a que la Organización Mundial de la Salud advirtiera que algunas elecciones dietéticas, incluyendo el consumo de pescado, una ingesta balanceada de micronutrientes, y un buen estado nutricional general se han asociado a menores tasas de comportamientos violentos.

Barriga llena, corazón contento, dice la sabiduría popular. Pero más allá de esa simple relación, por todos conocida, lo que investigaciones como la del grupo de Oxford están poniendo sobre el tapete, es la manera como las dietas construyen y modulan el cerebro. Un conocimiento que abre nuevas posibilidades terapéuticas, no sólo relacionadas con violencia, también con trastornos depresivos, enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y Parkinson, y con el desempeño académico en los niños y jóvenes.

María Isabel Miranda Saucedo,  del Instituto de Neurobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México, es otra de las científicas que exploran este terreno en el mundo. “A mediano y largo plazo, las consecuencias que una determinada dieta puede tener sobre la motivación y estado de ánimo tienen que ver con los compuestos químicos requeridos por el cuerpo”, explica.

Nuestro cerebro apenas corresponde al 2% del peso corporal, pero requiere entre el 20 y el 30% de las calorías que ingerimos. Dice la doctora Miranda que está suficientemente comprobado que dietas no balanceadas, bajas en carbohidratos y grasas, tienen un impacto nada favorable en el estado de ánimo y en algunas funciones cognitivas.


La gran pregunta entonces es cuál puede ser un menú ideal para lograr un buen estado emocional y mantener a máxima potencia al cerebro. “La lista es interminable”, responde la doctora Miranda, “una variedad enorme de los nutrientes de la dieta diaria son parte de los componentes básicos que utilizan las células para regenerarse y mantener su buen funcionamiento”. Su consejo apunta a que en lugar de tener un listado de nutrientes, se adopte una dieta altamente rica y equilibrada, donde nunca se premie el consumo exclusivo de un determinado nutriente y se tenga cuidado con la ingesta de alimentos procesados.

El médico Arturo Ávila, quien trabaja para lo oficina de Política Criminal y Penitenciaria de la Defensoría del Pueblo, sabe por cuenta propia a qué se refieren los neurobiólogos. Luego de recorrer casi todas las cárceles del país, no le cabe duda de que los presos viven en condiciones extremas y reciben una dieta con “los mínimos nutricionales”.

Quizá también los mismos presos intuyen que una parte de su violencia nace en la barriga. En el diccionario de la jerga canera, que el año pasado publicaron el sociólogo Daniel Acosta y el dragoneante Carlos Mora, quedó registrada la expresión que usan para referirse a la enemistad y al deseo mutuo de hacerse daño con otra persona. “Nos guardamos es hambre”, dicen.

Alimentos para las neuronas

En términos generales se dice que las grasas son la estructura del cerebro, las proteínas lo unifican, los carbohidratos le dan energía y los micronutrientes lo defienden.

Para comunicarse unas con otras, las neuronas necesitan una gran cantidad de mensajeros químicos. Un desequilibrio en alguno de ellos conduce a pérdidas de las funciones cognitivas así como a trastornos psiquiátricos.

Diversos alimentos resultan vitales para la fabricación de estos neurotransmisores. Por ejemplo, para fabricar serotonina, relacionada con el buen humor y el aprendizaje, se necesita el triptófano, presente en alimentos como el pescado, lácteos, huevos, frutos secos, plátano, piña y aguacate.

La noradrenalina, involucrada en procesos de atención, se fabrica a partir de la tirosina que se encuentra en quesos, huevos y carne. La soya, el hígado y el huevo son ricos en colina, componente de la acetilcolina, que favorece la transmisión de los impulsos nerviosos a los músculos.

Para fabricar dopamina, relacionada con el control del movimiento y el estado de vigilia, se necesita fenilalanina, que se halla en la soya, remolacha y granos.

Problemas que se heredan

Fernando Gómez-Pinilla, de la Escuela de Medicina de la Universidad de California, publicó el año pasado en la revista Nature Neuroscience un artículo en el que trazó un panorama sobre cómo las redes neuronales involucradas en los procesos de alimentación interactúan con otras a cargo de procesos emocionales y cognitivos.

“La investigación en los últimos cinco años aportó evidencia excitante sobre la influencia de la dieta en sistemas moleculares y mecanismos que mantienen la función mental”, escribió Gómez-Pinilla. Luego de revisar más de 160 investigaciones sobre el tema concluyó que un mejor entendimiento de estas redes permitirá desarrollar estrategias para combatir la obesidad pero también diversos trastornos mentales. Gómez Pinilla cree que la capacidad de la dieta para modular habilidades cerebrales podría incluso llegar a transmitirse a través de varias generaciones. Más información en www.physci.ucla.edu/research/GomezPinilla/

Por Pablo Correa

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