Wallace en Colombia

El naturalista inglés, coautor con Charles Darwin de la teoría de la Evolución, que se bañó en aguas colombianas.

El Espectador
05 de julio de 2008 - 03:31 a. m.

Aunque no se puede precisar exactamente que tan arriba navegó Alfred Russell Wallace por las aguas del Río Negro, que forma el característico apéndice oriental del mapa de Colombia, este discreto naturalista pasó cerca de 4 años en las selvas del Amazonas en compañía de Henry Bates, su amigo y mentor, y de Richard Spruce, Robert King y Henry Wickham. Un curioso grupo de jóvenes británicos que seguían los pasos de Loefling, de Humboldt y de Bonpland en Venezuela y en Colombia, de von Martius y von Spix en las selvas del Brasil, del conde François de Castelnau en el Perú, del barón de La Condamine, de Godin, de Ulloa y de Jorge Juan en el Ecuador. Y también seguían los pasos un poco más remotos y menos conocidos de 2 naturalistas jesuitas: el padre José Gumilla y el padre Salvatore Gilij en el siglo XVIII.

Todos estos europeos, herederos de una tradición de deslumbramiento con el Nuevo Mundo, venían tras una nueva ilusión aparentemente menos preciosa que el oro de los Conquistadores. Los científicos de los siglos XVIII y XIX buscaban censar la enorme diversidad de especies animales y vegetales que conforman la anatomía de nuestras selvas. En este proceso, cuyo primer paso era la recolección sistemática de cientos de especimenes diferentes, tardaron años -unos más que otros-, en temporadas inolvidables para cada uno como lo fueron atestiguando con clara emoción en sus correspondientes escritos. En medio de noches oscuras y tranquilas, alumbrados por el resplandor de llamas silenciosas, fueron resolviendo la taxonomía animal y vegetal que hoy sigue vigente y que está siendo contrastada con análisis genéticos en modernos laboratorios muy lejos de las selvas que todavía los contienen.

Pero Alfred Russell Wallace, en particular, fue más allá que la mayoría de sus contemporáneos. Además de colectar y clasificar, trató de hilar la trama que uniría en un solo árbol genealógico a todas las especies de la vida. Después de haber ya retornado, decantado y publicado en su natal Inglaterra las impresiones que tituló "A narrative of travels on the Amazon and Rio Negro with an account of the native tribes and observations on the climate, geology, and natural history of the Amazon valley", cuya primera edición en 1853 incluye las referencias a su paso por nuestras tierras -que aparecen resaltadas en el mapa y el recuadro-, viajó a la isla de Borneo y envió 2 artículos a publicación que serían la base para ser considerado por el mismo Darwin como coautor de la teoría de la Evolución. A uno de estos artículos se refirió en su correspondencia de 1867 el precursor de la biogeografía, Charles Lyell, en los siguientes términos: "Mi querido señor Wallace, He estado leyendo una vez más su artículo publicado en 1855 en el `Annals´ sobre `La ley que ha regulado la introducción de nuevas especies´, del cual pienso citar algunos pasajes, no para referirme a su prioridad de publicación, sino simplemente porque contiene algunos puntos que están concebidos de manera más clara de lo que puedo encontrar en los trabajos del mismo Darwin, relativos a la existencia de evidencias geológicas y zoológicas sobre la distribución y origen de las especies..."

El segundo escrito princeps de Wallace, fechado y enviado a Darwin en febrero de 1858, titulado "Sobre la tendencia de las variedades de apartarse indefinidamente del tipo original", es claramente una síntesis previa de la teoría que sería expuesta en conjunto con Darwin en el artículo de julio 1 del mismo año en la revista de la Sociedad Linneana de Londres, cuyo sesquicentenario se celebra hoy.

Así, en esta fecha de celebraciones darwinistas conviene recordar también a Wallace quien, fuera de haber estado muy cerca de convertirse en el epónimo legítimo de una de las teorías más contundentes y sofisticadas de la ciencia, se bañó en las remotas aguas de nuestra geografía, y apreció y conoció, a diferencia de la mayoría de nuestros compatriotas, un entorno muy pacífico y muy diverso que hoy es escenario de una de las tragedias remanentes en nuestra sociedad.

Por El Espectador

 

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