Acuerdos para un buen vivir

Desde 2016, el Ministerio de Ambiente y Parques Nacionales, financiados por la Unión Europea, trabajan por el desarrollo local sostenible en las zonas de posconflicto del país. Así impulsan la gobernanza forestal, la ocupación de comunidades en áreas protegidas y los negocios verdes para el bienestar de las regiones.

-Redacción Medio Ambiente
14 de junio de 2018 - 02:00 a. m.
Una de las estrategias para mitigar las emisiones de carbono del país es hacer que los productos del bosque sean competitivos en el mercado /PNN
Una de las estrategias para mitigar las emisiones de carbono del país es hacer que los productos del bosque sean competitivos en el mercado /PNN

De intruso a inquilino en Caquetá

Alfonso Gasca quedó perplejo al saber que una parte de la tierra que compró con tanto esfuerzo ya no era suya sino del Estado. El 25 de febrero de 2002 se enteró de que el 70 % de sus hectáreas hacían parte del área protegida del Parque Nacional Natural Alto Fragua Indi Wasi, en Caquetá.

En otras palabras, más de la mitad de su finca era intocable. No podía sembrar caña, ni plátano, ni yuca, ni expandir sus cultivos, porque esa parcela, convertida de repente en interés nacional, contaba con un listado de prohibiciones. Todo un problema para este campesino que debe sostener a su esposa y siete hijos.

El caso de Gasca no es aislado. Más del 60 % los parques nacionales del país son usados, ocupados o tenidos por familias campesinas. De ahí que 92.461 hectáreas protegidas hayan sido transformadas entre 2012 y 2015, a sabiendas de que, por ley, no podrían habitarlas.

Para solucionar parte del conflicto, Parques Nacionales Naturales (PNN), con ayuda económica de la Unión Europea (UE), ha impulsado un programa de acuerdos con campesinos. Un convenio que, en el caso de Gasca, remedie el vacío de aquella parcela restringida. Por eso, el año pasado Gasca recibió $5 millones con los que reformó su trapiche panelero, construyó un segundo piso de cemento para curarse en salud en cuanto a higiene y mejoró el techo de su casa, cambiando las tejas de zinc.

“Si no hubiera tenido ese apoyo, me hubiera tocado talar para producir y poder obtener lo que ya hoy tengo”, cuenta el campesino de 45 años. Otras familias han recibido la misma ayuda. Así se han firmado, entre PNN y habitantes de los municipios San José de Fragua y Belén de los Andaquíes, un total de aproximadamente 65 acuerdos de restauración, incluidos en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas. Un aliciente que, como dice Gasca, “está destinado para un buen vivir”.

“La huerta es la vida misma”

Para Silvio Pillimue, el tul, o la huerta, es la vida misma. Esa es la definición que les dan los indígenas nasas a sus cultivos de plantas medicinales y alimenticias. En esos lugares vive la salud, según este hombre de 41 años, habitante del resguardo Honduras, en el municipio de Morales (Cauca).

Sabe de lo que habla: Pillimue dedica sus días a la IPS CRIC, la institución prestadora de salud que atiende a su pueblo, a otros dos resguardos indígenas vecinos y cinco cabildos de la región, un total de 15.000 habitantes, de los cuales 11.300 son asistidos allí. En este lugar los medicamentos nacen de la tierra. Por suerte, los derechos que los cobijan como etnia permiten que sus tierras coincidan con el Parque Nacional Natural Munchique sin conflicto y sus cultivos de caléndula y romero puedan extenderse por hectáreas, siempre y cuando sean para el uso de los afiliados. Esas prácticas, realizadas sobre áreas de traslape, no dejan de ser tema de discusión entre los miembros de Parques Nacionales y las autoridades del resguardo de Pillimue.

Una comunicación de dos décadas sobre gobernanza ha desembocado en una apuesta por la sabiduría ancestral de los mayores nasas. Teniendo en cuenta que el 70 % de las familias de la región conservaban sus tules, miembros de Parques Nacionales, con el apoyo económico de la Unión Europea, impulsaron Estrategias Especiales de Manejo para beneficiar sus cultivos de plantas medicinales.

Con esto pueden cocerlas, destilar sus sustancias sanadoras y procesarlas de una manera adecuada para tratar los males de la población afiliada. Cremas, aceites e infusiones son algunos de los productos que la comunidad ha podido fabricar gracias a una dotación de equipos como destiladoras, prensa hidráulica, horno disecador y caché para pisanas.

En la actualidad hay familias con hasta 1.500 matas de romero en sus cultivos, caléndula y hierbabuena. Ocupan extensiones de hasta 200 metros cuadrados y, como dice Pillimue, aseguran la salud de la comunidad.

El pacífico río Tundó, a remo de raizal

“Disfrute la tranquilidad que ofrece el lugar, déjese llevar por las tranquilas aguas del río Tundó”, es la invitación que Francisco Perea hace en la página de internet de su proyecto ecoturístico Tundó Tours, en Bahía Solano (Chocó).

En este momento, su negocio cuenta con dos botes de fibra de vidrio con asientos acolchonados, recorridos guiados y una página de internet, pero no siempre fue así.
“La experiencia comienza como todo negocio, para asegurar la comida”, dice Perea, un raizal nacido en Chocó. Cuando salió del colegio empezó a trabajar en El Almejal, el proyecto de ecoturismo más conocido y grande de Bahía Solano.

“Trabajé 12 años como patinador: era el palero, el tiramachete, y luego me di cuenta de que no me quería ganar el mínimo siempre. 

Casi me voy de la región, pero ahí mismo me capacitaron para mi negocio de ecoturismo”.

Ninguna capacitación le enseñó a vencer la timidez que estorba si uno quiere vivir de ser guía turístico. Al principio, Tundó Tours eran sólo Francisco, su olfato para los negocios y el amor por el río Tundó: “Si veía tres turistas, los invitaba al tour. Me tocaba pedirles prestada una canoa de tres puestos a los vecinos, que era muy incómoda para estar por cuatro horas sentados. Cabíamos los turistas, el ayudante y yo”.

Luego, a Tundó Tours se sumaron Rosa, la mujer de Francisco, y un sinfín de capacitaciones tanto de Parques Nacionales como de los operadores turísticos de la zona, algunas financiadas por la Unión Europea. Hoy, Francisco capacita a otros guías en Nuquí y se prepara para guiar a miles de turistas ansiosos por ver ballenas en el Pacífico, en el PNN Utría. Tundó Tours le ha servido para vivir como eligió, cerca del río que lo vio nacer.

Paz y panela en la Sierra

El papá de Duria Elena Izquierdo quebró la costumbre cafetera de los arahuacos al sembrar caña. El dinero que daban los cultivos anuales de café no era suficiente para casi 30 familias de la Sierra Nevada de Santa Marta. Así que desde hace seis años dispusieron un pedazo de tierra para cultivar caña y consumirla sólo en casa.

La producción dio para más y pronto la panela se convirtió en una idea de negocio. “Una opción muy buena para la comunidad, porque se produce durante todo el año y todo el mundo la consume. Nuestro único limitante es el registro Invima”, cuenta Izquierdo, quien lidera este negocio verde apoyado por el Ministerio de Ambiente, con presupuesto de la Unión Europea.

El apoyo que les ofrecen, que beneficia a 432 negocios verdes en el país, es “sanar desventajas económicas en zonas marginadas o lugares afectados por el conflicto armado”, explicó Diego Orostegui, gerente del programa de generación de negocios verdes de esa cartera.

La idea es que, en este caso, la Asociación de Productores del Caribe y de la Sierra Nevada de Santa Marta (Asoprodcas) tenga las herramientas para comercializar sus productos. Por eso guardan la ilusión de que, gracias a las asesorías impartidas por funcionarios del Ministerio, la empresa pueda reacomodar el trapiche de caña y proteger las ollas de la panela para que salga limpia y presentada de la mejor manera.

Tienen la certeza de que, al fijar nuevos precios, teniendo en cuenta la mano de obra y la conservación que hacen en el proceso de siembra, el bulto de sus panelas valorizado a $300.000 hará la diferencia, al igual que la libra, que pasó de costar $1.200 a $2.000 tras las capacitaciones de los técnicos de Minambiente.

Bosques para la vida

La cifra de deforestación que publicó el Ideam hace poco más de un año es alarmante: más de 178.000 hectáreas de bosque en Colombia fueron arrasadas en 2016.

Las razones van desde un fenómenos histórico de acaparamiento de tierras hasta los cultivos ilícitos, que aparecen y desaparecen de los territorios con el fluctuar de los precios de la coca. La minería ilegal de oro tiene un comportamiento similar.

La tragedia está a la orden del día y las autoridades ambientales del país no desconocen lo que significaría seguir perdiendo bosque natural.

César Rey, el encargado de la Dirección de Bosques del Ministerio de Ambiente, es estratégico. “En el mundo, la financiación para mitigación de gases de efecto invernadero está al alza, y si nosotros tenemos selvas, páramos y ecosistemas de bosque andino, debemos defenderlos a como dé lugar”. Con ayuda de la Unión Europea, GIZ y ONG locales, se trazó una estrategia integral para proteger los bosques.

Una las iniciativas es Visión Amazonia, el programa creado para reducir la deforestación en la Amazonia, la región más afectada por el fenómeno. “Este es un programa de pago por resultados. Alemania, Noruega y el Reino Unido financian con US$100 millones para generar acuerdos de aprovechamiento forestal con comunidades indígenas, campesinas y afros. Calculo que el país ya ha recibido unos US$35 millones”, dice Rey.

Según el director de Bosques, reducir la deforestación no le compete sólo a su Ministerio. Necesita del apoyo del Ejército (para ejercer control), la Fiscalía (para judicializar a los responsables), las comunidades (para que sean guardianas del bosque), las autoridades ambientales y agrícolas (para brindar apoyo técnico) y la cooperación internacional (para financiar el futuro ambiente de todos).

Por -Redacción Medio Ambiente

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