Suena Suramérica y el mundo la escucha

Con el transcurso de los años, la presencia de artistas y repertorio de América Latina en el Cartagena Festival de Música viene cobrando mayor importancia.

Juan Carlos Garay
11 de noviembre de 2019 - 02:00 a. m.
/ Wilfredo Amaya
/ Wilfredo Amaya

Comenzó tímidamente en escenarios como la plazoleta del barrio Getsemaní y luego se apropió del imponente Centro de Convenciones. Hoy los amantes de la música saben que allí se desarrolla uno de los frentes más interesantes de la programación. Allí se han presentado artistas de Argentina, Brasil, México y, por supuesto, Colombia. Se han estrenado obras; se ha puesto el folclor de estos países, o a sus instrumentistas emblemáticos, a la altura internacional que merecen.

Y la serie latinoamericana sigue creciendo. Una mirada a la programación del Festival en 2020 arroja varias sorpresas. El ciclo será inaugurado con la presentación de la Pequeña sinfonía N.° 3, de Luis Antonio Escobar, compositor nacido en Villapinzón, Cundinamarca, en 1925. Es la oportunidad de repasar el legado de un artista que sintió al mismo tiempo el influjo de las formas europeas y el orgullo del ancestro colombiano. Hace medio siglo, cuando esta sinfonía fue escrita, era muy difícil compaginar ambas corrientes; pero, además, la obra está revestida de una sencillez que refleja fielmente el espíritu de su compositor.

Luego vendrán dos conciertos de índole clásica, pero empleando instrumentos solistas muy colombianos. Ha sido un acierto programar en la misma noche el Concierto para tiple y orquesta, de Lucas Saboya, y el Concierto para arpa llanera, cuatro y orquesta, de Mauricio Lozano. El primero evoca la tradición andina, si bien también tiene elementos de música cinematográfica. El segundo explora ingeniosamente los grados de energía y virtuosismo que uno encuentra en la música de los Llanos orientales. En ambos casos, el lenguaje clásico es un marco, pero los instrumentos solistas se encargan de enriquecer la propuesta y llevarla hacia lugares nuevos.

Desde Brasil, el Trío Madeira explora la música para cuerdas conocida como choro, que para algunos melómanos tiene varias coincidencias con nuestro repertorio andino. Una mandolina y dos guitarras (una de ellas de siete cuerdas) conforman ese sonido característico, que requiere mucha precisión de sus intérpretes, pero sin perder la espontaneidad. “Un repertorio variado a través de una mirada brasileña”, fue la expresión que usó el legendario músico Ivan Lins para definirlos.

Y la noche del 11 de enero será completamente novedosa para el Festival: por primera vez se escuchará música electrónica. El responsable es Julio Victoria, quien, más allá de programar música para las pistas de baile, ha venido experimentando con sonoridades étnicas y ritmos atmosféricos. Julio Victoria trabaja la creación musical con base en líneas sonoras que se van superponiendo unas a otras y terminan creando una armonía envolvente. En los últimos tiempos, ha agregado los sonidos de instrumentos colombianos como la marimba de chonta o el arpa llanera.

Más allá de la programación musical, el Centro de Convenciones será escenario de Suena Suramérica, un proyecto en el que estos conciertos se conjugan con exposiciones, muestras, charlas y ofertas diversas alrededor de la música y el sonido. El espacio promete ser también un punto de encuentro entre artistas y productores, o entre oyentes y programas académicos, o entre intérpretes y sellos musicales. En fin, la posibilidad de que el territorio se reconozca en su sonido.

Se implementarán espacios en donde las universidades y los centros académicos presenten los resultados de sus investigaciones musicales. También habrá talleres de música, conferencias y una exposición de productos y servicios en donde se exhibirán, entre otras cosas, instrumentos musicales italianos de alta artesanía. Entre los expositores latinoamericanos se encuentran una orquesta de cámara de Panamá y una tienda de Perú especializada en instrumentos de madera y metal. Es tentador adivinar un intercambio de saberes y una ampliación, a futuro, de las redes de la música en nuestro continente.

En su libro Música e imaginación, el compositor Aaron Copland habla de una identidad compartida entre los países latinoamericanos, que se expresa a través de un ritmo “menos simétrico” que el europeo. Copland encontró fuertes lazos entre la guajira de Cuba, la música indígena de Perú, el bambuco de Colombia y el frevo de Brasil. “Hemos alcanzado una vitalidad, un optimismo y una tenacidad de espíritu que ya es característica del hombre del continente americano. Esos ecos se pueden esperar también en su música”, concluía el famoso compositor.

Sin embargo, aquella apreciación de Copland fue escrita en 1952. Ha pasado más de medio siglo desde su descubrimiento de coincidencias rítmicas entre los géneros populares de nuestro continente. El estereotipo de los latinos como seres llenos de “vitalidad” y “optimismo” ya ha sido enriquecido gracias a expresiones más complejas. Los conciertos de los jóvenes compositores Lucas Saboya y Mauricio Lozano, por ejemplo, son retratos de nuestra diversidad en lo geográfico, emocional e imaginativo.

El Cartagena Festival de Música tiene muchos frentes. Suena Suramérica es apenas uno de ellos, resonando fuerte desde el Centro de Convenciones, unos metros afuera de la ciudad amurallada. Pero al identificarse con los sonidos del país y del continente, se convierte en un ancla que nos recuerda la cultura a la cual pertenecemos. Desde allí también la música es constante.

Por Juan Carlos Garay

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