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Los tres grandes de Detroit

LA CRISIS FINANCIERA Y LA CONtracción del crédito, aunadas a las malas prácticas empresariales, tienen al borde de la quiebra a las tres empresas más grandes de producción de automóviles de los Estados Unidos. Las ventas globales del más grande mercado mundial del automóvil descendieron en un histórico 37 por ciento este año, cifra nunca vista desde la crisis de 1982.

El Espectador
14 de diciembre de 2008 - 10:00 p. m.

Las ventas de General Motors (GM) cayeron 41 por ciento. Las de Chrysler, 47, y las de Ford, 30. Ante el derrumbe en la demanda, los tres grandes de Detroit comenzaron a pedir auxilio, a clamar por un salvavidas estatal, lo único que podría ampararlos de un hundimiento definitivo. Inicialmente las tres empresas, otrora símbolos del poderío industrial de los Estados Unidos, solicitaron del gobierno una ayuda de 34 mil millones de dólares. GM dice requerir casi inmediatamente 12 mil millones para sobrevivir el próximo año y ha pedido un crédito adicional de 6 mil para un total de 18 mil millones de dólares. Chrysler pide una ayuda de corto plazo de 7 mil millones. Ford, el más recatado, asegura que aún no tiene problemas de liquidez pero anuncia que requiere de un préstamo de 9 mil millones.

Las empresas saben que sus suplicas por plata y créditos tienen que estar acompañadas de sacrificios. GM anunció que reducirá un tercio de la mano de obra en los próximos cuatro años, lo que implica una reducción de al menos treinta mil empleos. Por su parte, Chrysler habla de suprimir 12 mil empleos en dos años. Ford ha anunciado que por lo pronto no prevé un recorte de personal. Pero los empleos indirectos que podrían perderse superan con creces los despidos anunciados. La quiebra total de los tres grandes de Detroit podría costarles a los Estados Unidos un millón de empleos.

Entre tanto, el ala republicana del Congreso se mostró reticente a continuar con los salvamentos estatales. Pese a que la Cámara de Representantes ya había aprobado un plan de ayuda de 14 mil millones de dólares para los tres grandes de Detroit, la propuesta fue sepultada ante la oposición de los republicanos y sus exigencias de mayores sacrificios de los trabajadores involucrados con el sector. El fracaso de la iniciativa suscitó airadas críticas de parte de los demócratas y del Sindicato de Automotores Unidos (UAW por sus siglas en inglés). El propio presidente del sindicato, Ron Gettelfinger, culpó a los republicanos y exclamó que “podríamos trabajar gratis y aún así GM no llegaría ni arrastrada a enero”.

Ante la presión para que el gobierno del presidente George W. Bush lance un salvavidas providencial que impida la quiebra de estas tres grandes empresas, a la cual se sumó el presidente electo Barack Obama, quien manifestó que Gobierno y Congreso deben encontrar una forma de brindarle a la industria la “asistencia temporal que necesita”, la portavoz del Tesoro de la Casa Blanca, Brookly McLaughlin, sostuvo que se están considerando “otras opciones”.

Pero lo que está en juego no es sólo el futuro de los tres grandes de Detroit, sino también el futuro de las relaciones entre el Estado y el sector privado en los Estados Unidos. El salvamento de las entidades financieras al menos tenía la justificación de que se estaban protegiendo los ahorros del público. En este caso ese argumento no funciona y se esgrime, entonces, la protección de cientos de miles de empleos. La verdad de todo este asunto es que estamos ante la socialización masiva de las pérdidas de compañías privadas. “Lo que es bueno para el país es bueno para General Motors, y viceversa”, declaró en 1953 el presidente de lo que entonces era la corporación más grande de Estados Unidos. Hoy los sindicatos y los accionistas han vuelto a decir lo mismo, pero sus palabras suenan desgastadas, contienen cierto dejo de populismo empresarial.

El gran reto para el presidente electo, Barack Obama, consistirá en trazar la línea, en definir claramente cuándo lo que es bueno para una empresa no es necesariamente bueno para un país, cuándo lo más conveniente, a pesar de las apariencias, es que los grandes caigan y otros, renovados, resurjan de las cenizas.

 

Por El Espectador

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